La comunidad de La Marca

Foto: Roby Gallego

Foto: Roby Gallego

Cerca del puerto de La Habana, dicen, existió por los años 50 un lugar donde se hacían tatuajes. Y como ilustrar la piel siempre fue asunto de hombres de mar, estibadores y navegantes resultaban la principal clientela.

Ciertamente, el entorno ha cambiado, aunque aún existan algunas calles de adoquines, casas coloniales y ese olor a polvo viejo y sal que se mezcla ahora con inciensos y aromas de nuevos negocios.

A la Habana Vieja regresan los tatuadores, y los tatuados, esta vez a la Calle Obrapía, # 108 C. Allí radica el estudio-galería de Leo Canosa.

Leo Canosa / Foto: Roby Gallego
Leo Canosa / Foto: Roby Gallego

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Desde 1995 hace tatuajes. Es una autoridad, y aseguran que de las mejores, aunque no estudió artes plásticas. Tiene 20 años de experiencia dentro del mundo del tatoo, media vida que le otorga cierto grado de experticia, la suficiente para convertirse en la voz líder de La Marca, una especie de zona franca del tatuaje en Cuba.

Durante un año Leo Canosa invirtió en este sitio. Roberto Ramos -quien también ha diseñado para el prestigioso grupo de teatro El Público-, tuvo a su cargo la reconfiguración del espacio y lo transformó en una galería de arte que incluye el servicio de tatuar, abierta desde enero de 2015.

Al final de la galería, en un segundo piso, se encuentra el “salón de operaciones”, una pequeña habitación con tres sillones donde ejecutan su arte Leo y otros dos especialistas convocados: David Pérez, graduado de la Academia San Alejandro, y Mauro Coca, egresado de la Escuela de Instructores en la especialidad de Artes Plásticas.

A Coca le fascinan los dibujos de elefantes, pero ahora se encuentra interesado por el estilo Art Nouveau, “como la obra del pintor y decorador checo Alphonse Mucha”, señala. Mientras a David “se le dan bien los tribales”, Leo es un especialista en los más tradicionales.

“El oficio es hacerlo bien, pero el arte consiste en crear una nueva pieza. Trabajamos de manera equitativa para estar en condiciones de concebir cualquier tipo de dibujo”, apunta Canosa.

En La Marca se realiza un trabajo serio. Antes de decidir “picarse” la piel, el cliente –nunca es un menor de edad- debe coordinar el tiempo de consulta con el profesional de su preferencia.

Ese día revisan los catálogos personales y se congenia el boceto. Si bien el cliente puede llegar con una imagen predeterminada, el proyecto promueve un sello del tatuaje cubano, por lo cual resulta sustancial la selección de diseños exclusivos. De acuerdo con las exigencias del interesado, los artistas tienen listo el esbozo para la segunda cita.

Foto: Roby Gallego
Foto: Roby Gallego

Marcados

Si no fuera por el collage de tintas en frascos, bocetos, libros, catálogos, pegatinas de carabelas, mariposas y flores al estilo Ed Hardy, no existiría algo más parecido a una clínica estomatológica que La Marca. Cada trabajo conlleva un riguroso proceso higiénico.

“Todo debe ser aislado”, afirma Mauro. Primero colocan nylon retractilado al sillón, luego a la mesa de trabajo, al pomo de desinfectante, a la lámpara… a todo lo que pueda separarse del contacto directo con la piel. Las agujas, una vez concluida la imagen, se retiran de la máquina y se desechan en un cesto especial que evita el contacto casual con estos objetos punzantes y la transmisión de enfermedades.

“Los tatuadores tienen su manera de ejecutar. Algo difícil, porque la aguja no penetra la piel ni tan adentro, ni tan afuera. Es cuestión de tener habilidades con las manos y experiencia”, continúa conversando el más joven de los tres, y rellena la máquina de tinta.

Es un aparatito que funciona como una pluma estilográfica. Se fabrican fuera de Cuba de manera industrial o manufacturada por los tatuadores, quienes ya conocen los trucos para construir un eficiente artilugio. Hasta 400 USD se paga por ellos, artefactos muy diferentes a los que una vez se emplearon en la Isla, cuando se usaba un motor de máquina de discos y agujas de acupuntura. Una de las de Mauro Coca, por ejemplo, es artesanal, pero “ésas son las de mejor calidad”.

Ahora procura los puntos finales al dibujo en el pie de un cliente y me dice: “Un buen tatuaje es el que se distingue cuando te colocas a cinco metros”. El ancla que concluye ahora resulta pequeña como para avistarla a esa distancia, y a la vez sencilla. Enseguida le pregunto el precio.

“Cincuenta CUC”, responde y enumera algunos detalles sobre la gestión del negocio: ellos ofrecen todas las garantías de salud, perdurabilidad, confort durante el servicio y lujo de los materiales para lograr el acabado de una obra realmente única. En otros estudios similares de la Isla los precios oscilan entre seis y 100 CUC, de acuerdo con el tamaño, variedad de tonalidades, complejidad del dibujo y las horas de ejecución.

Todos los aditamentos y substancias empleados se compran en el extranjero. Como el correo postal constituye un servicio muy caro, llegan a Cuba en las valijas de amigos que hayan viajado a Canadá o Estados Unidos –principales mercados de donde provienen–, a merced de las estrictas medidas aduanales.

Por otra parte las tintas nunca son chinas, pues poseen muy baja calidad. En los estantes sólo se hallan compañías certificadas y entre las más encarecidas, como Eternal, Fussion, Star Brite Colors, Intenze, Classic o Dermago. Los frascos de apenas dos onzas pueden costar más de 20 USD.

El productor de La Marca, César Milagros García, hace poco logró su cuarto tatuaje mediante otro método de pago. El procedimiento es sencillo: quienes colaboran en la galería (productores, galeristas, diseñadores, recepcionista) no reciben ningún tipo de salario, pero su desempeño allí, independientemente de la voluntariedad del personal, puede ser remunerado a través de una moneda que sólo circula en La Marca.

Llaman “Pilar” a los bonos por los servicios prestados. Con ellos se desprecia, según explica Ramos, “la subjetividad cuestionable en la creatividad o valor agregado”. O sea, luego de varias encomiendas García alcanzó agenciarse parte del emblema que identifica a los pioneros cubanos ubicado en su brazo izquierdo.

Hace cuatro años este joven se tatuó una iguana como regalo de cumpleaños y símbolo de independencia. Él confirma que el mito de los cuatro tatuajes se asocia  en la cultura popular a la tradición japonesa en la que el número se pronuncia de manera similar a la palabra muerte. No obstante, planea agregarse muy pronto uno nuevo: un Martí en pañales diseñado por Mauro Coca.

Andro González también escogió entre otros tantos especialistas de este bodyart a los de La Marca, en específico a David. Un tribal maorí, típico de las islas polinesias, toma forma luego de unos minutos de “picar” la dermis. A pesar del miedo al dolor provocado por la ausencia de anestesia, su esposa lo convenció para lucir un dibujo que él mismo trajo.

Según la zona de la piel, la sensibilidad varía. La curación activa transcurre en las primeras 72 horas y el tatuaje es una cicatriz que perdura toda la vida. Sólo un cirujano estético y largos tratamientos con láseres absorben las partículas de tinta impregnadas.

Foto: Roby Gallego
Foto: Roby Gallego

La [co]marca

Luego de algún tiempo en el taller uno llega a percatarse de que en el lobby también ocurren actividades importantes. Los artistas del bodyart con sus resultados financian iniciativas culturales en la comunidad.

El primer piso constituye el recinto para exposiciones de nuevos creadores. Al inaugurar la galería, el pequeño espacio se convirtió en la sede de la muestra colectiva de carteles Dulce Dolor, seleccionados por Pepe Menéndez y Damián Viñuela. También se exhibieron durante un mes obras en Dermógrafo, de Coca.

La agenda del proyecto, desde enero a la fecha, incluyó talleres creativos y de pintura mural con niños. También coordinan otras acciones dentro de los programas de la Oficina del Conservador de la Ciudad de La Habana como presentaciones de libros, charlas educativas y la consulta de una breve biblioteca sobre artes gráficas, dibujo y tatuaje.

“Siempre el arte se convierte en un medio conciliador. Por tal razón  queremos insertarnos con temas de género, violencia; acercarnos a los pequeños y sus familias de otra manera”, cuenta el diseñador Roberto Ramos, quien también se encarga de la gestión cultural.

Si bien en Cuba no queda descrito en ningún documento legal el autorizo para ejercer el oficio, la legitimidad de La Marca reside en la pertinencia de los estudios-talleres para artistas vinculados al Registro del Creador en el país. Sin embargo, a nivel internacional los tatuadores resultan una especie de free lance, que viajan por el mundo exponiendo sus habilidades.

Leo Canosa, David Pérez y Mauro Coca conocen los estándares óptimos de locales en el extranjero. Además de proveer a la comunidad de una cultura relacionada con el cuidado de la estética personal, sus intereses se basan en transmitir las experiencias acumuladas en galerías, conferencias y fórums de Estados Unidos y Canadá, al resto de los especialistas interesados.

Por el momento, La Marca se consolida como el más revolucionario de los estudio de su tipo en el país. La pretensión más urgente de su team en este momento es la coordinación de una convención sobre tatuaje cubano.

Foto: Roby Gallego
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