La minifábrica de Chevrolets en Cuba

Foto: Grether Saura

Foto: Grether Saura

Placetas es una pequeña ciudad que marca casi el mismísimo centro geográfico de Cuba. Como todo pueblo antillano, grande o pequeño, aquí los “almendrones” (esos veteranos automóviles de más de 60 años y forma de almendra) son un recurso imprescindible para la transportación de la gente.

Aquí un pequeño taller privado se ha especializado tanto en su labor que no se tienen noticias de otros similares en la Isla. Han conseguido apropiarse de un nicho en el mercado fabricando casi exclusivamente piezas para autos marca Chevrolet.

Pablo Manso Brito (“Pablo el chapistero” para los que lo conocen) cambió hace casi diez año el oficio de carpintero ebanista por el de chapista. “Yo lo mismo te dejaba como nuevo un carro que un refrigerador, pero fabricar piezas desde cero no es nada fácil, no es lo mismo”, asegura alzando la voz para vencer al ruido de la maquinaria en funcionamiento.

“Al comienzo el trabajo en el taller se diversificó mucho, pero actualmente la tendencia ha sido a especializarnos”, explica sin interrumpir su faena, porque “el tiempo es oro”.

“Nosotros fabricamos los paños de puertas, los pisos interiores y del maletero, los guardafangos, las columnas traseras… cualquier pieza para Chevrolet ’55, ’56 y ’57”. Esa es la línea de trabajo que más me gusta, la que en verdad disfruto”, dice.

Foto: Grether Saura
Pedro, el chapistero. Foto: Grether Saura

En la provincia de Villa Clara no existe ninguna entidad estatal que realice estas producciones y dentro del municipio de Placetas, hasta la fecha, ningún otro ciudadano posee patente de chapistero, de acuerdo con estadísticas ofrecidas por la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social.

“Yo vivo en La Habana y vengo hasta aquí porque en toda la Isla no hay otro lugar así, en el que puedas encontrar cualquier pieza que necesites,”, se anima a comentar Rogelio González, uno de los clientes que ese día espera por su pieza en el taller.

Proveniente de Sancti Spíritus, Carlos Rodríguez Bernal, también ha venido más de una vez: “La calidad está garantizada en todo lo que se fabrique en este taller. Haces el encargo por teléfono y luego te avisan cuando está listo. Si algún cliente no quedara conforme con el acabado de alguna pieza, se le paga el gasto por el combustible consumido. Y a mi por lo menos en tantos años no me ha sucedido ni una sola vez”, asegura.

“Nos hacen encargos personas de todas las provincias, y también muchos extranjeros”, agrega Manso Brito. “Uno de mis clientes, Juan Madiedo, es propietario de una tienda en Miami que se dedica a la venta de piezas de este tipo. En una ocasión incluso vino acompañado de Randy Irwin, Joe Whitaker y Kevin Lo, managers de las Empresas Muscle Car GT, Automobile Parts and Moulds y Manufacturers of Steel Automotive Bodies and Component, de Taiwán”.

El chapistero placeteño recuerda divertido que los visitantes quedaron muy sorprendidos cuando percibieron cómo en un espacio reducido, con escasa mano de obra, pocos recursos y con máquinas “criollas”, los cubanos lograban piezas de alta calidad.

“Hace muchos años cuando comencé no tenía casi nada y este tipo de máquinas para fabricar piezas no las venden en Cuba. Comprarlas es una opción inexistente todavía hoy, donde ni el tan demandado mercado mayorista para los trabajadores por cuenta propia acaba de aparecer”, comenta.

“No me quedó más remedio, así que fabriqué primero una cizalla para cortar la lata y luego una máquina para la conformación de la chapa de acero. Con el tiempo me hice una prensa que puede realizar varias funciones, sirve como cortadora, dobladora y troqueladora, esa máquina es prácticamente universal”, explica.

“Este taller ha evolucionado mucho y ha ganado en calidad desde que agarré por primera vez el martillo y la antorcha en las manos, hoy casi todas las piezas son troqueladas total o parcialmente, y se emplean técnicas de soldadura más modernas y eficientes, solo donde es necesario”.

Foto: Grether Saura
El taller en Placetas. Foto: Grether Saura

Un Chevrolet ’55 ya prácticamente armado preside desde el principio la escenografía de este diálogo. Ese auto fue la inspiración para todo lo que lo rodea.

“Yo soy la gerente y la secretaria”, dice muy cerca del hermoso auto y con fingido tono solemne Yodarcy Rodríguez Otero, la esposa de Pablo y sostén administrativo de todo el mecanismo. “Yo me encargo de la contabilidad y las finanzas, del salario de los obreros, de mantener el pago de los impuestos al día, de que los papeles estén en orden, y además anoto los encargos, tanto los hechos personalmente como aquellos que hacen por la vía telefónica”.

“A veces nos atrasamos en la entrega de algunas piezas porque son demasiadas las solicitudes. Hay tanto trabajo que llevamos más de nueve años arreglando el almendrón de nosotros. Le hemos hecho todo nuevo”, afirma mientras mira la hermosa pieza de diseño automovilístico todavía parqueada.

“Todo el que ve este carro se da cuenta que está listo, pero mi padre es muy perfeccionista”, explica en tono burlón, Christian Manso Darias, el benjamín del negocio. “Hasta que no esté completo hasta el último detalle, como acabado de salir de la mismísima fábrica de Chevrolet, ese no se va a mover de este taller”, acepta con cierto orgullo.

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