La Resolución de un central

Foto: Duanys Hernández Torres

Foto: Duanys Hernández Torres

Vivir en un central donde se realiza la zafra es el gozo mayor de sus pobladores y de un niño que nació con la molienda. El olor a bagacillo, el pito que anuncia el nuevo turno de trabajo, el ajetreo de los camiones forma parte de la vida de los pobladores del batey. Pero… cuando todo eso se paraliza, llega el vacío.

Así le ocurrió en 2003 a los trabajadores y habitantes del central “José René Riquelme”, del municipio Quemado de Güines en la provincia de Villa Clara. La decisión nacional de desmantelar gran parte de agroindustra azucarera le incluyó en las fatídicas listas y hoy solo queda de su existencia la imagen de una torre castigada por los rayos.

El central Riquelme no molió en el período 1998-2001. Sin embargo, en la que sería su última zafra, en 2002, sobrecumplió los planes de azúcar (103,75 por ciento), producción de miel (107,58 por ciento) y electricidad generada (123,33 por ciento).

Orlando Perdomo, trabajador durante más de 30 años en la industria azucarera y Jefe de Turno en aquel momento, resume lo que representó para los trabajadores del central la decisión posterior: “Fue un golpe muy grande para todos. Todo lo que se había creado modestamente con la inteligencia colectiva se vino abajo. Aquello fue como si te dieran un tiro en el medio del corazón. Fíjate sí fue grande para mí que decidí jubilarme. Fue una decisión injusta con los trabajadores azucareros”.

El entonces Ministro del Azúcar y general de división Ulises Rosales del Toro, le dijo al diario Granma: “La decisión de desactivar 70 centrales azucareros obedece a un profundo estudio tecnológico, de mercado, precios, eficiencia industrial, calidad de suelos, rendimientos, entre otros. La dirección de la Revolución fue cuidadosa y esperó todo lo que se podía, pero era una realidad objetiva por encima de consideraciones políticas”.

Central Riquelme en 2003
Central Riquelme en 2003

El largo tiempo muerto para una provincia

La agroindustria azucarera de Villa Clara, de larga tradición, fue la más redimensionada del país. De los 28 centrales con que contaba solo quedaron moliendo siete: “Panchito Gómez Toro”, “Héctor Rodríguez”, “Abel Santamaría”, “José María Pérez”, “Carlos Baliño”, “Heriberto Duquesne” e “Ifraín Alfonso”. Tres refinerías quedaron en pie: “Quintín Bandera”, “George Washington” y “Chiquitico Fabregat”.

En algunos municipios como Cifuentes y Placetas se extinguió por completo su industria azucarera. Los tres centrales que tenían cada uno de estos municipios se fueron abajo.

Para el sociólogo Ernesto Gómez Peña, investigador del Centro de Estudios Comunitarios de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV) este proceso, traumático para los asentamientos poblacionales a los que irradiaba, pasó de ser un hecho estrictamente económico a convertirse en un fenómeno transformador simbólico-cultural del mundo rural y agrario cubano.

En su opinión fue el proceso de mayor peso para Cuba, después de la Reforma Agraria llevada a cabo por la Revolución en los primeros años de gobierno. Afirma Gómez Peña que la desaparición del central azucarero no fue solo apreciar que se eliminaba una infraestructura centenaria, sino con ello se marchaba la historia de familias que de generación en generación alimentaron su existencia con azúcar, vivieron para la caña y murieron con ella. Aquellos que estuvieron presentes en esos días de desesperanza escogieron la que les pareció una última esperanza: emigrar.

La doctora Grizel Donéstevez, profesora titular de la facultad de Ciencias Económicas de la UCLV, confirma la necesidad de aquella decisión: “Era necesario para el país hacer un redimensionamiento de la industria, diversificarla y convertir algunos centrales en otro tipo de industrias, entre otra causas, por la obsolescencia tecnológica; pero en todos los casos no se hizo como estuvo planificado”.

Durante más de 20 años el precio del azúcar y el costo de producción mantuvieron una correlación muy cercana, por lo que Cuba buscaba créditos para hacer sus zafras y luego debía destinar casi todo el ingreso a pagarlos. Según Donéstevez, en Villa Clara se reunieron más de 100 especialistas para realizar el estudio de reestructuración. “Se hizo un trabajo muy serio”, insiste la doctora aunque lamenta la velocidad del cambio. “Se necesitaba tiempo para un reajuste de ese tipo, hacerlo poco a poco, pero ocurrió de manera totalmente diferente”, recuerda.

Tiempo después, y con los precios del grano dulce recuperados, ha vuelto la necesidad de producir azúcar en Cuba, pero ahora no hay caña ni los centrales muelen con toda la eficiencia. En Villa Clara se repara, en la actualidad, de manera capital  y precipitadamente el “Quintín Bandera”, de Corralillo, para que además del refino produzca azúcar crudo durante esta zafra.

Una historia con Resolución

En Riquelme casi nadie imagina que el cementerio de amasijos que queda fue propiedad a inicios de siglo XX de José Lezama, el abuelo del ilustre escritor cubano José Lezama Lima, y que incluso su nieto pasaba vacaciones de su vida en el central. Quizás por eso Lezama en Paradiso recuerde su infancia  a través del padre de José Cemí: “Su padre era el dueño del Central Resolución, y su madre, descendiente de ingleses, se dedicaba en Pinar del Río a cuidar las hojas del tabaco y las flores azules.”

Este fue el central que provocó también una vendetta por negocios en 1951. El magnate José Gómez Mena sobrevivió a tres disparos en el pecho que le realizara un socio traicionado en los portales de la manzana que aún lleva su nombre en La Habana (la Manzana de Gómez). El atacante era administrador del Resolución.

El central fue nacionalizado en 1960 y adquiririó el nombre de un mártir del municipio. Su mayor reconocimiento estuvo ligado al béisbol en los últimos años cuando consiguió el título nacional de la Liga Azucarera justo en el 2001, antes de su última zafra. Un gran jonrón que se vio opacado con la destrucción posterior.

Todavía quedan en pie algunos vestigios de lo que un día fue central. Ramón Guerra Rodríguez, actualmente jefe del Consejo Popular, y Jefe de Seguridad y Protección en aquel momento, lamenta que falte el disparo de gracia: “No se le ha dado el toque final a la desmantelación. Se llevaron casi todo pero todavía queda una plazoleta. Esto parece un cementerio. Vi muchas personas adultas llorando cuando tiraban abajo el central”.

El 90 por ciento de la fuerza laboral trabaja fuera del poblado en la cabecera municipal y en los centrales adyacentes que quedan en pie: el “Panchito Gómez Toro” y el “Quintín Bandera”.

Lo más triste es que en el antiguo Resolución no se salva ni el símbolo máximo de cualquier ingenio: la torre. Ramón Guerra cuenta como le llevaron todos los pararrayos y los truenos caen en ella. Es un peligro inminente para una secundaria básica cercana y los alrededores. Ya cayó un rayo sobre ella y pedazos del soporte quedaron encajados en una palma real a 500 metros.

Lo que queda de Resolución, al parecer, espera porque el paso del tiempo fulmine el recuerdo.

Foto: Duanys Hernández Torres
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