Pagar más por los asilos, otro reto para ancianos en Cuba

Foto: Miguel Ángel Romero

Asilo de ancianos en el municipio de Céspede. Foto: Miguel Ángel Romero

Los fines de semana, cuando la Casa de Abuelos queda casi desierta, Margarita Herrera siente con más fuerza el peso de los 82 años que le atribuyen todos los registros oficiales. Para ella son realmente algunos más, pues en su Guisa natal por aquella época “los muchachos se inscribían cuando se podía, y aunque mis padres nunca se pusieron de acuerdo en la cuenta, si sé que le llevaba un buen tiempo a mi hermano Raulito. Sin embargo, a los dos nos registraron con la misma fecha de nacimiento, como si fuéramos gemelos”.

Desde hace algún tiempo Margarita está más sola, a pesar de la compañía de su hija y sus dos nietos, con quienes vive en el municipio camagüeyano Carlos Manuel de Céspedes. Hace poco, justo un mes después de haber cumplido los 82, Raulito murió de un infarto cardíaco, “la enfermedad de la familia”. La suya fue una partida inesperada, que para Margarita se sumó a la de su esposo, tres años antes, haciéndole más necesarios que nunca sus días en “la Casa”.

“Mi hija y mi yerno trabajan, y mis nietos se van desde temprano para la escuela, ¿cómo se supone que yo debía pasarme el día entre aquellas cuatro paredes? Toda la vida trabajé en la calle y me acostumbré a tratar con la gente. Ahora, sinceramente, no me veo como un mueble viejo, arrinconada esperando a lo que tenga por venir”.

Desde hace casi dos años sus semanas siguen siempre el mismo derrotero: “Apenas amanece vengo para aquí y no regreso hasta que pasa de las 5 de la tarde, ¡a veces hasta tienen que venir a buscarme!”.

Medio centenar de ancianos comparten junto a Margarita los beneficios de la Casa de Abuelos del municipio Céspedes. Se trata de un servicio muy demandando, a pesar de no ser ese uno de los territorios más envejecidos del país.

Así sucede, en primer lugar, por la posibilidad que brinda a los adultos mayores de enfrentar mejor la soledad que llena buena parte de sus días; en segundo, porque lo hace a precios muy módicos (25 pesos mensuales) y garantizando dignas condiciones de alimentación y confort, sin contar con que los “matriculados” disponen de atención médica permanente y algunas actividades culturales.

Por eso Margarita y Juan Carlos, y Sergio y Adelaida –otros de sus conocidos– defienden esa opción para mantenerse activos, acompañados y con salud. “Vale el precio que le pongan”, dice Juan Carlos, “aunque no debían ser esos 180 pesos que ahora están diciendo van a ponerle. Eso sí sería demasiado para muchos de nosotros, que somos unos viejos que vivimos de nuestras pensiones. Yo mismo no sé si podría seguir viniendo”.

Foto: Miguel Ángel Romero
Foto: Miguel Ángel Romero.

El aumento de precio en las Casas de Abuelos, que para estos camagüeyanos es todavía un anuncio, ya se ha convertido en una realidad para muchos de los centros de este tipo que funcionan en Cuba, los cuales –de acuerdo con las estadísticas del Ministerio de Salud Pública– acogen a casi 12 mil ancianos.

Otros 8 mil encuentran protección en los Hogares de Abuelos, donde el precio por ser atendido rondaba los 40 pesos mensuales, pero ahora se multiplica por diez allí donde comiencen a aplicar las resoluciones de los ministerios de Salud y de Trabajo y Seguridad Social, aprobadas en diciembre de 2014.

El cobro de los nuevos precios responderá, según la prensa oficial, al mejoramiento de la infraestructura y la recalificación del personal, tanto en las Casas de Abuelos como en los Hogares de Ancianos. Pero también a la búsqueda de una racionalidad económica en el gasto social por la atención de los ancianos.

Cuando se extienda a todo el país, la medida pudiera reportarle al Estado un ahorro mensual de alrededor de 6 millones pesos, siempre y cuando se logre alcanzar a la gran mayoría de los posibles aportadores incluidos en el sistema de casas de abuelos y asilos. En un año, el saldo llegaría hasta los 72 millones de CUP (unos 2.8 millones de CUC, al cambio oficial).

Como sea, esa es una meta financiera prácticamente imposible de cumplir, pues muchos de los ancianos acogidos en los asilos no cuentan con ingresos mensuales que superen los 400 pesos establecidos. En tales casos, la diferencia debe ser asumida por el Estado, según dispone la Resolución 548, del Ministerio de Finanzas y Precios, que además detalla cómo a esas personas se les otorgará un estipendio de 60 pesos para sus “gastos de bolsillo”.

Los posibles ahorros serán de una magnitud mucho menor a la que en principio se pudiera esperar, con todo y que en el futuro cercano la Isla seguirá experimentando un acelerado proceso de envejecimiento.

Foto: Miguel Ángel Romero
Foto: Miguel Ángel Romero.

Un problema de futuro sin solución en el presente

Para 2025 uno de cada cuatro cubanos tendrá 60 años o más; en 2030 la proporción se habrá elevado hasta completar un tercio de todos los residentes en el país. Dicho en otras palabras, unos 3.4 millones de ancianos estarán a cargo de poco más de 5 millones de jóvenes y adultos.

Ya en 2013 el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social alertaba cómo, aunque se esperaba un ligero incremento de la tasa global de fecundidad (que mide el número de hijos por mujer) la actual tendencia resultaría irreversible para esa fecha de 2030, ubicándonos entre los once países más envejecidos del mundo.

“Es un problema para el cual el país no está preparado”, piensa Odalys Rivero Mina, una trabajadora social de la ciudad de Camagüey que en sus casi veinte años de experiencia ha conocido ancianos de los más diversos barrios y estratos económicos en la ciudad centro-oriental.

“No soy optimista. Desde siempre lidiamos con casos de ancianos solos o abandonados, a veces sin tan malas condiciones materiales, pero que se encontraban en situación de vulnerabilidad por sus problemas médicos. Eso es algo natural. Lo que sí me preocupa es lo que vemos ahora: muchas personas yéndose del país o para otra provincia y dejando atrás a sus viejos, como si fueran una carga. Antes era una rareza gestionarle el asilo a un abuelito con hijos o nietos, ahora ya no es así. Yo misma he perdido la cuenta de los ingresos que he tramitado en esas circunstancias como esas”.

Son las historias que llenan los pasillos de hogares de ancianos como el Manuel Ramón Silva, de la capital camagüeyana, o los ubicados en otros muchos municipios de la geografía nacional. “Para casi todos esta su única ‘vida’, no tienen punto de partida ni a donde regresar”, asegura Yanet, una de las cuidadoras de este hogar, donde encuentran abrigo cerca de 300 internos. Una cifra similar conforma el grupo de los llamados seminternos, abuelos que permanecen en la institución durante el día y cada tarde regresan a sus hogares.

“Es una responsabilidad muy grande que todo el mundo no consigue entender. Estos ancianos dependen de nosotros prácticamente para todo. Aunque duela verlo así, son como personas que quedaron a un lado para todos los que los conocían”.

Por eso cualquier determinación que se adopte en torno a ellos debe ser muy bien pensada. Tal es el caso de la mayoría de los centros de atención geriátrica en Camagüey, donde no se han aplicado aún las nuevas resoluciones para el cobro de sus servicios.

Entre las razones principales del retraso en el cumplimiento de lo legislado, sobresalen las labores constructivas y de cambio de mobiliario que se ejecutaban en varias instituciones, y la preocupación por hacer que el proceso resulte lo menos “traumático” para los implicados, comentó a OnCuba un funcionario del MINSAP que prefirió no dar a conocer su identidad.

De acuerdo con la misma fuente, hasta ahora solo se ha producido el incremento de pagos en algunas casas de abuelos de la ciudad capital y varios municipios, “pues en ellas ya se han creado todas las condiciones establecidas para el paso al nuevo régimen de pago. Más tarde la decisión se extenderá al asilo de la ciudad de Camagüey, y a los de Nuevitas y Florida, pero siempre de forma gradual”.

Sin embargo, la experiencia en provincias como Cienfuegos, donde ya se dio el paso, no parece demasiado promisoria. Según reportes de la prensa local, en el batey Constancia, del municipio de Abreus, la casa de abuelos vio disminuir su número de inscriptos de 25 a solo 13; mientras, en toda la provincia se registraron –casi de inmediato– cerca de un centenar de plazas desocupadas en esa modalidad de atención geriátrica.

“Cualquier medida que se tome con los ancianos debe tener en cuenta lo pequeño de sus ingresos. La mayoría de ellos tiene pensiones muy bajas. Imagínese qué puede quedarles libre después de pagar los 140 pesos que ahora cuestan las Casas de Abuelo. Así no tenemos cómo llegarle precisamente a los que más lo necesitan: aquellos con poca o ninguna familia”, apunta Yanet.

Foto: Miguel Ángel Romero
Foto: Miguel Ángel Romero.

Hugo Rodríguez, un antiguo soldador de centrales azucareros residente en el asilo de la ciudad de Camagüey, la secunda desde una preocupación más terrenal. “Ya no nos dan ni tabacos, dicen que ‘para cuidarnos la salud’. ¿De verdad que alguien puede creerse que después de estar toda la vida fumando, uno es capaz de dejar el vicio?”

Como cualquier otra comunidad, los centros dedicados a la atención de las personas de la tercera edad funcionan como un micro mundo regido por sus propias costumbres y reglas. Desde siempre los ancianos intercambiaron sus tabacos o artículos de aseo, se dieron pequeños gustos con el dinero sobrante de sus chequeras o hasta ahorraron para ayudar a algún familiar o amigo.

“Es una forma de sentir que una está viva, que todavía puede tomar decisiones”, piensa Margarita. Con el cambio de tarifas, muy posiblemente sus días en la Casa de Abuelos se conviertan en cosa del pasado. “No sé qué suceda –confiesa– entre las medicinas y ayudar con algo a mi hija, no me queda para cubrir la nueva tarifa. Tal vez a los jóvenes no les parezca así, pero para muchos de nosotros, los viejos, es demasiado dinero”.

En una coyuntura de prácticamente nulo crecimiento económico y pocos resultados de la reforma económica, la constricción de gastos tomada como alternativa no favorecen a Margarita. A ella y a otros tantos que hoy llegan al ocaso de sus vidas. Son tiempos difíciles.

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