Temporada de caza (ciclónica) en La Habana

Centro comercial Carlos III, en La Habana, unos años atrás. Foto: Jordi Rafel Bergé / Archivo.

Centro comercial Carlos III, en La Habana, unos años atrás. Foto: Jordi Rafel Bergé / Archivo.

Los habitantes de La Habana –y de gran parte de Cuba– pueden dividirse por estos días en dos grandes grupos: los que fueron afectados por el huracán Irma y los que, afortunadamente para ellos, esquivaron la bala.

Para los primeros, aun con la ayuda prometida y/o recibida, el horizonte no es el más luminoso. No puede serlo. De un golpe tan fulminante como perder el techo, las paredes, las camas y / o el refrigerador nadie se repone como por arte de magia. Lleva tiempo y esfuerzo. Voluntad.

Para los segundos, en cambio, las cosas son mucho más sencillas. Sus retos cotidianos se reducen a los de siempre: la comida, el transporte, los laberintos de la burocracia, las contradicciones familiares… Una bagatela al lado de no conseguir el cemento y las tejas necesarias y la posibilidad de dormir no se sabe cuánto tiempo en un albergue.

Pero nada nunca es tan fácil como parece.

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Por estos días, los habitantes de La Habana –y quizá también de gran parte de Cuba– pueden dividirse en otros dos grandes grupos (que contienen a los que integran los anteriores): los que han conseguido comprar papel sanitario luego de que Irma se marchara de la Isla y los que no.

O, lo que es lo mismo pero dicho de una manera más explícita: aquellos cuyas habilidades de cazadores paleolíticos, ocultas en lo recóndito de sus genes, afloraron con más facilidad en estos días (post)traumáticos y les permitieron hacerse del demandado producto, y los que fueron traicionados por su excesivo desarrollo civilizatorio y han quedado hasta hoy con las manos vacías.

Digo papel sanitario como se diría un bisonte o un ciervo megalocero, milenios atrás. O como podría decirse un desodorante o paquetes de cuartos de pollo en La Habana en días mucho más recientes. Solo que ahora mismo no falta el desodorante en la cadena de tiendas de la capital cubana.

Los paquetes de pollo ya son harina de otro costal. Pero incluso aparecen. Y si no, aparece algún picadillo. O salchichas. O algo semejante. En la primera, segunda o tercera tienda que se visite.

Y están las carpas y mercados estatales, con enlatados y otros productos en moneda nacional.

Y están, además, la carne de cerdo y los embutidos que venden –aun cuando no todo sea perfecto– en mercados y puestos particulares de la ciudad.

Pero, que yo sepa, a ningún cuentapropista –por muy emprendedor que sea– se le ha ocurrido producir papel sanitario en nuestro inventivo archipiélago. Y tampoco venderlo.

Fuera de las llamadas Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), el dichoso papel es –por tanto– menos que invisible. Un espejismo. Una quimera. Un acertijo que se desvanece en el aire.

Los cubanos lo saben desde hace mucho y normalmente hacen algo a lo que acostumbran como pocos en este mundo: acumular, comprar la mayor cantidad que sus bolsillos les permiten. Para momentos como este.

Pero incluso momentos como este pueden extenderse más allá de lo esperado. Y no todos han –hemos– sido tan previsores. O tienen –tenemos– los bolsillos listos para futuras contingencias.

Así que pasa un huracán y pone los vacíos en evidencia. En los almacenes y las personas. Los materiales y los mentales.

La gente, apenas se van el viento y los nubarrones, sale a la calle dispuesta a recopilar. A reponer las despensas disminuidas durante los días de tormenta. Y entonces los descubre.

Los vacíos.

La ausencia sospechosa –más allá de lo habitual– del papel sanitario en los estantes de las TRD.

Luego, en un reporte de la televisión, una funcionaria habla de “carencias de algunos productos” en las tiendas habaneras. Y menciona al susodicho papel. Dice que su abastecimiento podría tardar en normalizarse. Y que, mientras, se irán surtiendo las tiendas con los fondos disponibles.

Es la confirmación.

Comienzan entonces los rumores. La oreja peluda de la histeria. Las colas. La temporada de caza. Despiadada. Incansable. Desigual. Del papel sanitario. Además.

En realidad, los cazadores lo son desde antes de Irma. Desde antes de esta –no tan ilógica– carencia. Están aguzados. Entrenados. En carencias anteriores de: cárnicos, pasta de dientes, jabones, desodorantes, papel sanitario, leche en polvo, y un etcétera bien conocido.

Después del huracán solo se han extremado. Para poder surtir el refrigerador.

Una nueva presa no hace la diferencia.

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El reporte televisivo con las declaraciones de la funcionaria se filma en la tienda en 3ra y 70, en Playa. Y hacía allí van las huestes de cazadores al siguiente día. En efecto, hay papel sanitario y las colas –pocas veces mejor dicha esta exageración– son kilométricas.

Los cazadores afortunados cargan por montones. Los no afortunados, los traicionados por su excesivo desarrollo civilizatorio, llegan tarde o van a la tienda incorrecta.

Se corre el rumor de que también han surtido otros mercados grandes. Y Carlos III se convierte en el nuevo objetivo. Hay, ciertamente, una larga cola, pero es para el pollo y el picadillo de pavo.

Los dependientes se encogen de hombros. Nada de papel sanitario.

La escena se repite –con suerte o sin ella– en otras tiendas de La Habana. A lo largo de los días. Varios días. Son los avatares de una temporada de caza. Despiadada. Incansable. Desigual.

Los que no tienen que invertir en techos y cemento y bloques y colchones, llevan al menos esa ventaja. La del bolsillo presumiblemente más lleno y la cabeza menos congestionada. Más tiempo y menos preocupaciones a su favor.

Aunque al final, son las habilidades de cazadores paleolíticos, ocultas en lo recóndito de los genes y renacidas tras el huracán, las que suelen resultar determinantes en estos días (post)traumáticos.

Lo mismo para hallar el papel sanitario que lo demás.

El olfato para seguir la pista correcta.

El oído para no irse “con la de trapo”.

La vista para descubrir la presa en la distancia.

Así, unos van tejiendo su leyenda y otros sus decepciones. Llenando sus despensas o vaciándolas. Acumulando o ahorrando en conteo regresivo.

Son los avatares de una temporada de caza. En plena temporada ciclónica.

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