Remos en la Playa Azul

Tripulación ganadora de la primera regata de remos efectuada en Varadero: Alejandro Neyra Gou, Ismael Veulens, Humberto de Cárdenas, Julio Castro, Maximiliano Smith, Octavio Verdejar y Leonardo Sórzano Jorrín, como timonel. Foto: Archivo de la revista Bohemia.

Tripulación ganadora de la primera regata de remos efectuada en Varadero: Alejandro Neyra Gou, Ismael Veulens, Humberto de Cárdenas, Julio Castro, Maximiliano Smith, Octavio Verdejar y Leonardo Sórzano Jorrín, como timonel. Foto: Archivo de la revista Bohemia.

Varadero, la mina de sol que se hizo noticia en los pinceles del cardenense Gumersindo Barea, inigualable al atrapar los contornos y matices de la playa, fue ubicada por primera vez en el mapa por muchos cubanos despistados luego del inicio, a principios de la centuria anterior, de unas regatas de remos que les gastaban las suelas de los zapatos a miles de fanáticos.

El responsable de este derroche de adrenalina fue Alejandro Neyra Gou, joven cardenense, estudiante de medicina en la Universidad de La Habana y discípulo de Charles Aguirre ―capitán del puerto de la capital―, quien, en una de sus tardes de aburrimiento, bastante frecuentes en aquellos arenales, se le ocurrió la gran idea de organizar en la playa unas competencias de remo similares a las efectuadas en la Fiesta de la Paz de 1900, todo un suceso en el por entonces todavía menospreciado villorrio.

Neyra y sus amigos de aula de Cárdenas fabricaron a principios de 1910 en los dominios de Pío Dubroco (Matanzas) un espléndido bote, y tras fundar el Club Varadero, se las arreglaron para que sus rivales varaderenses encargaran un artefacto similar a Miguel Lluriá, propietario de un astillero de Cárdenas y alma inspiradora del Club Halley (llamado así por el cometa que pasaría próximo a la Tierra al siguiente año). Por supuesto, esta iniciativa, tan infantil como sabia, fue muy bien recibida por un grupo padres prominentes que se habían reunido en Cárdenas en abril de 1909 para constituir el Club Náutico de Varadero.

El 31 de julio de 1910, Varadero y Halley realizaron unas históricas regatas en embarcaciones de seis remos largos con timonel y a una distancia de 1 200 metros, que fueron ganadas por Neyra y sus compañeros con tiempo de 7 minutos y 24 segundos. Estos muchachos, con mucha más voluntad que técnica, se apoderaron, así, de la primera Copa Varadero y el 29 de agosto del mismo año derrotaron a los remeros del Vedado Tennis Club, en la primera regata nacional que tiene lugar en la Playa Azul. Los habaneros habían sido invitados por Leonardo Sórzano Jorrín, miembro del club del Vedado y guía del Varadero.

Desde entonces, tales gladiadores aseguraron su futuro: en 1911 fue instituida otra Copa Varadero, ahora con carácter nacional y una duración de tres años, que pasaría a manos del Vedado, y en 1914 se oficializó la Copa Menocal, la cual también adornó las vitrinas del Vedado, equipo que triunfaría tres veces. Durante estos años las regatas de seis remos con timonel fueron consolidando su prestigio gracias a la incorporación del Club Atlético de Cuba, el Atlético de Matanzas, el Habana Yacht Club, el Segundo Regimiento de Infantería y la Universidad de La Habana. ¡Todo un festín para los amantes de este deporte acuático!

En pocos años varios clubes importantes se sumaron a las regatas de Varadero.
En pocos años varios clubes importantes se sumaron a las regatas de Varadero.

En 1918 nació en el Congreso Nacional la anual Copa Cuba o Copa Presidente, con tres categorías y escenarios distintos: Senior (Varadero), Novicios (La Habana) y Junior (Cienfuegos). A partir de ese año, los mandatarios de turno entregarán personalmente la copa senior, pero en julio de 1953 no se puede cumplir el ritual, porque el dictador Fulgencio Batista abandona apresuradamente el litoral al conocer que los jóvenes de la Generación del Centenario habían atacado los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en el oriente de la Isla. Se sabe, además, que era tanta la popularidad de las regatas que muchos de aquellos combatientes revolucionarios, para evitar sospechas, les habían dicho a sus familiares y amigos que estarían por aquellos días en Varadero.

Durante los encuentros, que se realizaban entre finales de julio y principios de agosto, el Club Naútico patrocinó diversos campeonatos de natación y las Regatas de la Buena Suerte, lidiadas por botes de motor que hacían el viaje La Habana-Varadero y les aumentaban el torrente sanguíneo a muchos buenos ciudadanos. Eladio Secades, siempre polémico, precisaba en la edición del 4 de agosto de 1941 de ¡Alerta!:

“…el censo nacional ese día se divide en dos grupos. Los que fueron y los que no fueron a las regatas. Y para ese gran público, denso, bullicioso, entusiasta y dominguero, lo menos importante de las regatas son las regatas. Lo sugestivo es la serie de atractivos y sacrificios que las rodean. El viaje en máquina por la carretera, la vigilia a carcajadas, el trago en el bodegón del pueblo […].”

Opiniones aparte, los remeros y las doncellas más aventureras que los perseguían protagonizaban un sugerente e inolvidable anuario. L. González del Campo escribió con evidente emoción en la Bohemia del 28 de julio de 1929:

“…y airosas y pulidas, alargadas y cimbreantes, las antiguas canoas del Siboney, modernizadas, se deslizarán como chuchos marinos, a impulso de las fuerzas combinadas de robustos mancebos que […] acompasados, doblegarán el torso, hundirán los remos, dilatarán los bíceps e inclinarán el cuerpo sobre la espalda, haciendo a la frágil navecilla deslizarse como un torpedo, como una saeta, a expensas de aquella orgía de fuerza y juventud, que excitará a los espectadores […].”

Doncellas que concurrían a las regatas para aplaudir a los remeros. Foto: Archivo de la revista Bohemia.
Doncellas que concurrían a las regatas para aplaudir a los remeros. Foto: Archivo de la revista Bohemia.

Aunque en estas competencias no siempre era Navidad. Secades narró con la avaricia del que busca mover un poco su anatomía y la lengua mordaz del que no oculta las pecas de los imberbes:

“Los que terminaron la peregrinación a medianoche, esperaron la mañana tendidos en la arena […]. De pronto, la multitud que llena el camino de asfalto y la infinita franja de desierto que es la arena de esta playa de maravilla se revuelve, se agita de ansiedad. ¡Ya!… Son las nueve y cuarto. Del punto de arrancada salen las canoas como resbalando sobre la superficie azul. Un concierto de remos, de brazos, de gritos… El público nunca divisa exactamente… Unos chillan: ‘Vedado’. Otros dicen: ‘Yatch Club’. Más allá alguien pronuncia los nombres de Jaimanitas… Cienfuegos… Varadero. No se han acabado los optimistas sobre la faz de la tierra.

“No obstante, lo difícil en Varadero era lavarse la cara. Usted podía mercar una frita, estirarse por encima del prójimo para comprar una botella de refresco, hacer calistenia con el cuello y los brazos para capturar un pedazo de pan con lechón […]. Pero, lo imposible era encontrar un lugar donde peinarse y refrescar el rostro. Los hoteles y las casas de huéspedes estaban abarrotados. La afluencia de público era superior a la hospitalidad deliciosa y sencilla de la gente…”

Las regatas, con sus bailes, congas mundanas y ventas de productos artesanales –los ramos de flores de caracoles engolosinan a las usuarias más quisquillosas– simbolizaron, un poco, el lado rosa de la historia de esta playa voluptuosa hecha canción por Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo. El inescrupuloso proceso de compraventa de tierras que realizarían luego en el balneario Irenée Du Pont y su voraz “clan de la dinamita” es harina de otro costal, y con seguridad, dará pie a otra anecdótica crónica.

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