El hombre de Ybor City

Un día dos cubanos –uno mulato, otro blanco-- que se le habían ofrecido como ayudantes personales, le dieron una copa de vino de coca de Mariani.

Mural del artista cubano Vicente Bonachea.

Había llegado a la ciudad emergente, fundada poco antes por inmigrantes cubanos, españoles e italianos a golpes de factorías de tabaco. Ya por entonces se había convertido en un hervidero, y por lo mismo un lugar que las autoridades coloniales españolas marcaban como vigilable y castigable, tanto o más que el Cayo.

Un día dos cubanos –uno mulato, otro blanco—que se le habían ofrecido como ayudantes personales, le dieron una copa de vino de coca de Mariani. El hombre que siempre vestía de negro la aceptó, pero al primer sorbo notó algo raro y la dejó a un lado.

Los sujetos desaparecieron de la escena, evidencia adicional del intento de asesinar a quien, sin dudas, se había convertido en el alma de la revolución. De inmediato llamaron su amigo, el Dr. Miguel Barbarrosa. Lo hizo vomitar y le practicó un lavado de estómago.

Tarja conmemorativa. Foto: Roberto A.

En su modesta casa de Ybor City, donde hoy existe un parque con una estatua suya y palmas sembradas con tierra cubana, lo alojaban Paulina Hernández y Ruperto Pedroso, dos de esos pobres de la tierra a los que aludió en un famoso libro de versos publicado en New York. Ambos negros y laborantes.

Cuentan que una tarde se presentó allí uno de aquellos traidores. Ruperto hizo ademán de lanzarse sobre él y de caerle a golpes, pero Martí  lo contuvo. Le echó el brazo por encima al recién llegado y se encerraron en su cuarto a conversar. Al rato, llegó el otro. Dicen que salió con los ojos enrojecidos.

Después Martí le dijo a Ruperto: “Ese será uno de los que habrá de disparar en Cuba los primeros tiros”.

Poco tiempo después los dos se enrolaron en una de las primeras expediciones que salieron de Tampa.

Y pelearon bien.

En 1893, al escribir sobre de la muerte de Julián del Casal, el hombre de Ybor City recordó esta frase de Antonio Pérez: “Solo los grandes estómagos digieren veneno”.

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