Escampando en Casa de Santy

Cruzando el puente de Jaimanitas, un blue marlin con gorro de chef me guiñó un ojo y temí que mis ganas viejas de comer pescado me tuvieran alucinando, pero no… Sobre un techo de cuatro aguas, aquel pez aguja parecía indicarme que el cielo se encapotaba, y que por ahí no había mejor lugar para escampar que su casa, o sea, la Casa de Santy.

Bendito aguacero de verano que me llevó a la puerta de Santiago Álvarez y su prole, gente con el mar y el “cocinao” en vena, familia de pescadores que te reciben como uno más, sin más aspavientos que los que lleva un camarada. Cuentan que el difunto “Goyo” Fuentes se sintió tan bien aquí, que un día vino y no quería irse en carro, sino trepado en un bote como su Pilar hemingwayano, para regresar navegando a Cojímar.

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Jalé un taburete en el embarcadero familiar y pedí un café para calentarme el cuerpo y disfrutar el chaparrón que acribillaba –y revolvía- las oscuras aguas del río Jaimanitas, con sus espigones rústicos, sus botes y redes, y hasta cierta proa que emergía cerca, como un particular pecio que completaba el cuadro típicamente marinero.

Ana, Sara, Atlántico, Orca, Apolo, Solé, Tamy, Yahima, El Relámpago, La Gaviota, Martha… Intuí el universo de historias por contar tras cada nombre de barco, si acaso algunas barcazas puedan ser consideradas como tal, aunque sin dudas le sobre dignidad y madrugadas mar adentro para llamarse Vikingo, por ejemplo.

Es parte todo de la sazón marinera que acompaña la comida que prepara Santy en su casa de tablones azules, cuyo interior evoca los pasillos de un barco, con reservados a guisa de camarotes, o viceversa… Cartas náuticas, cuadros de Kcho, sextantes y alguna que otra cabeza de tortuga adornan este restaurante cuya especialidad es… lo que quiera el visitante. No importa. Si el chef no lo conoce averigua, pero casi siempre sabe…

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“Desde niño siempre me gustó mucho cocinar”, me cuenta Santiago, que tiene ojos claros y una gorra de pelotero, aunque el deporte no lo desvela demasiado: prefiere la caza y la pesca, que lo emocionan hasta lo indescriptible. Nació en el Baracoa habanero, en una familia de pescadores que desde muy temprano le enseñó los rigores del mar y el punto de los frijoles. Sabe hacer de todo un poco y en la vida ha sido muchas cosas, pero su pasión por cocinar ha sido más fuerte…

“De niño aprendí a cocinar la comida criolla del pescador, diferente a la del guajiro, con pescados, langostas, pulpo… Con los años fui conociendo la comida mediterránea y ahora hemos desarrollado ciertas especialidades japonesas, principalmente el sushi”, cuenta entre bocanadas de humo. Le gusta fumar y pensar mucho. Ya no madruga para salir a pescar, ahora alborea inmerso en proyectos y sueños que le gusta darles taller ante el televisor encendido por gusto.

Gracias a esos sueños ha vuelto a abrir La Casa de Santy, paladar muy popular hace una década y que vuelve por sus fueros, involucrando a la familia y los amigos. Con nuevas ofertas pero la misma afabilidad en el servicio, la Casa de Santy se precia de cocinar no lo que el chef crea mejor, sino lo que el cliente prefiere.

Con ese espíritu y el convencimiento de que la competencia es un estímulo para ser mejor, Santiago navega sin miedo en las concurridas aguas de la apertura económica de Cuba, donde pareciera que todo el mundo quiere abrir una paladar. Como los viejos lobos de mar, Santy se sabe capaz de llegar –y llevarte- siempre a puerto seguro.

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