Frutas de El Caney

Se dice que El Caney  debe sus frutas prodigiosas a la fertilidad del suelo; pero las restantes tierras de la Isla también son agraciadas y sus mangos, guayabas, mamoncillos, zapotes, marañones, mameyes  y caimitos no pueden compararse siquiera a los de las estribaciones montañosas de aquella zona próxima a la ciudad de Santiago de Cuba.

El santiaguero Félix B. Caignet, considerado internacionalmente como el padre de la telenovela, compuso un son en 1929 titulado Frutas del Caney, que fue popularizado al año siguiente por el célebre Trío Matamoros. Resulta una suerte de pregón que ensalza la zona de El Caney de Cuba (también llamada de Oriente) como paraíso de las frutas.

El misterio de esa fecundidad lo resuelve Caignet con una expresión poética: donde la mano de Dios/ dio su bendición. En cambio nadie ha dicho la última palabra en cuanto a desentrañar los enigmas que hacen de El Caney el lugar por excelencia para la siembra de frutales.

En tanto científicos e ingenieros realizan análisis del pH de los suelos y la pérdida o niveles óptimos de las capas del terreno, acompañados de estudios climáticos en  lo que se refiere a humedad, temperatura en diferentes épocas y otros, los viejos sitieros, esos que décadas atrás nacieron con un pie en la cuna y el otro amarrado al surco, dicen que el secreto está en los hondones o valles de la comarca, con  remarcado acento en la zona de Zacatecas, húmedos y de agradable temperatura, y en el cultivo de las plantaciones. Porque la calidad del mango, por ejemplo, “no radica en sembrarlo y esperar a que se gotee; el secreto está en la atención que se le proporcione a los plantíos”, dice Rodolfo Borges, considerado como el mejor cosechero de mangos bizcochuelos del mundo, lo que equivale a decir, de El Caney de Cuba.

Y lo de “el mejor del mundo” no obedece a una consideración festinada del cronista. Sino a un reconocimiento internacional avalado por el correspondiente premio. Ocurre que los mangos de esa región del Orientecubano son considerados los de más alta calidad a escala global. A pesar de que el bizcochuelo, tomándolo como patrón, se da en muchos lugares del planeta, o de la propia isla de Cuba. Pero al mudarlos degeneran de forma enigmática, por lo que ninguno puede compararse al oriundo de El Caney. Y con ese fruto, orgullo de los lugareños, se alza la leyenda.Todo comenzó en 1902, cuando el marino José Burgos, español radicado en

Cuba, ancló su balandro en aguas de la República Dominicana y puso pie en tierra para visitar a una hija de dos años, de cuya madre se había separado meses antes. Le pidió permiso para llevar a la niña al barco y la confiada mamá se lo concedió, entregándole dos mangos para merienda de la pequeña.

Así las cosas, el hombre subió otra vez a su barco, levó anclas, izó velas y puso proa a Cuba, con la hija secuestrada.

Como Burgos disponía de una finca denominada La Campana  en la zona de Zacatecas, en El Caney, sembró las dos semillas de los mangos de marras, cuyas matas dieron los primeros frutos en 1905. Variedad desconocida entonces por los demás cosecheros, pero que asombró por su belleza, aroma, sabor y dulzura. Una década más tarde, los dueños de tierras de los contornos andaban detrás de las semillas de “los mangos de Pepe”, que era como se les llamaba en aquellos tiempos.

Se cuenta que aproximadamente en 1918 llegó a El Caney una norteamericana interesada en las frutas tropicales, atraída por la fama de la región. Y probó los mangos de Pepe.

–¡Es un bizcocho! –aseguran que dijo–. Cambiémosle el nombre. En lo adelante lo llamaremos bizcochuelo.

La historia la cuenta el sexagenario productor Rodolfo Borges, pariente lejano de José Burgos, quien atestigua que su tía abuela Constancia, la niña secuestrada, murió longeva no hace tantos años y jamás desmintió la leyenda.

De los árboles que nacieron de aquellas semillas legendarias uno murió, mientras el otro se conserva llevando en sus troncos añejos las huellas del tiempo, pero fértil todavía, y favorecido por un anillo de piedras como guarda de su estirpe enigmática y fundadora. Allí está, en uno de los profundos cañadones de Zacatecas, vanagloriándose tal vez al compás de la brisa, de que ninguno de los ascendientes o restantes descendientes de la mata que lo engendró allende los mares, haya dispuesto de un suelo como ese donde se plantó la semilla que trascendió a la fama. Porque aquí, o allá, donde quiera se levante un bosque de frutas tropicales, no existe otro lugar sobre la tierra que inspire con igual razón, una tonada como la inmortalizada por el Trío Matamoros: Frutas, quién quiere comprarme frutas del Caney…

Por: Julio A. Martí

Salir de la versión móvil