Ingenio II

Varios medios nacionales anunciaron que el pasado 20 de noviembre comenzaría de nuevo la zafra en el país. Se ha hablado entonces de una “recuperación” de la zafra, de una “mejora del rendimiento azucarero”, de una “elevación de la producción”, de un “redimensionamiento del sector”. El propósito, según han declarado los directivos, es producir 1 millón 800 mil toneladas de azúcar, y se han echado a andar 49 centrales de los 85 que tiene el país. Hace exactamente 11 años, Fidel Casto anunciaba el cierre de 70 centrales en la Isla, y comenzaba la llamada tarea Álvaro Reinoso, que reorientaba a los trabajadores azucareros en otros perfiles ocupacionales. OnCuba publica Ingenio, cinco historias de personas que trabajaron por años en el central Habana Libre, hasta que, de una vez, el central cerró. 

Olga Lidia Martínez

Como los otros, como Ramón Leal y todos los otros, Olga Lidia Martínez parecía llevar algo dulce en el rostro.  Aujalá, decía,  aujalá. Y al rato supe que aujalá podría ser ojalá, como también supe más tarde que mertte podía ser muerte, y que ettera podía ser estera, y que pienna era indudablemente pierna, y que las palabras son asunto de cada cual, y que cada persona, y más cuando ha vivido mucho, puede hacer de las palabras lo que le venga en gana, porque al final la esencia es la misma, con una erre de menos o con una U que falte, porque si así no fuera, si por un instante así no fuera, si ettera dejara de ser estera, y pienna pierna, entonces yo nunca hablé con Olga Lidia, y esta seguramente pasaría a ser otra historia.

Pero no. Porque hay muchas cosas que apuntan a que no. Porque existe una mujer, porque existen, detrás de unas casas, y de un flamboyán bastante viejo, y de dos o tres postes de luz, siguiendo recto por una calle estrecha y doblando por otra no menos estrecha, existen, si, ahí, por allá, una bodega, una escuela primaria, un parque, y el central.

-¿Central?, dijo Olga Lidia después que me pidió que la llamara así , porque la gente hablaba de Lidia, y ella prefería Olga, así que mejor yo la llamaba Olga Lidia para estar en paz con todos. -¿Central?

-Sí, el central, yo fui, y entré, estuve por ahí.

-No chica, no, qué central de qué. Tú no has visto na, eso ya no es central ni es na, yo no sé cómo todavía le queda escrito en el techo lo de Habana Libre.

Y pensé que quizás llegué a joderle el día a Olga Lidia, aunque fijándome bien, había muchas cosas, además de mí, que parecían joderle los días a Olga Lidia, ese tipo de cosas como pueden ser los rastros rojos de un esmalte viejo en sus uñas, la fotografía de cuando comía caña colgada de un clavo en la pared, y la torre vieja que se ve desde la sala de su casa.

-¿Y por qué ya no se las pinta?

-Ay mija, después del accidente a mí se me fueron todos los sueños. Ahora lo mío es chapear el patio, lavar, cocinar. ¿Tú crees que voy a tener tiempo de pintarme las uñas?

-¿Y por qué no come caña?

-¿Tú has visto a alguien que coma caña sin dientes? Yo comía hace unos años. En el central me daba tremendos gustazos, pero ya eso pasó mija.

-¿Y la torre?

– Parece que está ahí pa que nunca uno se olvide del central, porque pa donde quiera que tú te vayas a vivir en esta zona se ve la torre, así que no se puede hacer na. A cada rato Nancy, que vive en la otra casa, viene y se sienta y me dice chica, si eso empezara a echar humo otra vez… Porque lo que sí te puedo decir es que esa fue la etapa más linda que se vivió aquí, ahora ya no hay na, ni transporte casi. Antes la gente salía en los carros del central, pero ya ni eso. Se acabó el central y se acabó to.

Olga Lidia Martínez fue trapichera del central Habana Libre. “Ese día todavía no había empezao la zafra”. Ser trapichera consiste, entre otras cosas, en ir limpiando los trapiches para que la caña pase sin problemas. “Y yo fui a hacer el trabajo voluntario porque todo se estaba preparando para echar a andar el central”. Ser la trapichera del central Habana Libre consistía, además, en esperar a que sonara el pito, el pito era el anuncio del central para relevar al turno anterior y dar la vida metida allí dentro. “Na, estábamos pintando y yo siempre fui una hormiga loca, trabaja y trabaja, y me tocó pintar el molino”. Olga Lidia casi siempre prefirió el turno de siete de la noche a tres de la mañana. Le parecía más corto, creía, y más cómodo. “Yo había pedido hacía rato unas botas pa trabajar, pero me decían que hasta que no empezara la zafra no había botas”. Y decía Olga Lidia que en aquel turno todo el mundo se quería mucho, y que hasta sus hijos trabajaban con ella, y que a cada rato inventaban una guanajita, y de pesito en pesito hacían tremendas fiestas en el central, y que la lucha por cumplir y sobrecumplir, porque hubo un tiempo en que el central sobrecumplió muchas veces, era diaria. “Así que me puse unos tenitos de aquellos que aparecieron por esa época, unos tenitos negros como de goma”. Y sobrecumplíamos, decía Olga Lidia, pero chica yo no sé lo que pasó que de un momento a otro aquello fue pa atrás y pa atrás. “Ese día yo le había dicho a Marcelina, una que trabajaba en el tándem, que tenía deseos de irme y que no me sentía bien”. Pero Olga Lidia repetía que a pesar de todo, aquellos momentos, los momentos del central, los días en que esperaban hasta las altas horas a que el central echara a andar para comprobar si el trabajo no había sido en vano, lo lindo que era ver escupir aquella torre bocanadas de humo e ir el cielo tragándolas despacio, esperar el año nuevo moliendo, festejando y moliendo, felicidades y moliendo, cosas buenas pal nuevo año y moliendo, aquellos momentos, óigame bien, dijo, fueron los mejores. “Y Marcelina que yo era una boba, que me dejara de estupideces y que me pusiera a pintar, y yo me puse a pintar, con los tenitos negros, porque las botas eran pa cuando empezara la zafra, y eso era en noviembre o diciembre, y todavía faltaba”.  Pero tuve que jubilarme, dijo, ya yo no recuerdo bien, creo que cuando pasó lo que pasó yo tenía cuarenta y pico. “Y resbalé”. Cuarenta y pico, repetí, cuarenta y pico pueden ser casi treinta y nueve o casi cincuenta, qué más da, cuarenta y pico basta o a Olga Lidia al menos le basta. “Y caí en la ettera de uno de los molinos”. Pues pasó, siguió Olga Lidia, y me jubilé, y aquí estoy, me dediqué a la casa, lo mío era el central, pero qué podía hacer. “Y aquello no estaba funcionando, pero al parecer alguien tocó un botón y la ettera empezó a dar vueltas”. Así y to yo iba en mi triciclo los días en que empezaba la zafra y lo disfrutaba, y me ponía feliz, decía, y se secaba los ojos, pero no porque estuviera llorando, desde que llegué Olga Lidia se pasaba la mano por los ojos, como si aquello fuera un llanto largo, un llanto ya por costumbre. Un llanto, pensemos, porque ya no se pinta las uñas, porque ya no come caña, o por la torre, que ya ni humo echa. “Y yo allí dentro, y gracias a Dios no perdí el conocimiento y pude gritar”. Cuenta que todavía, cuando tiene chance, o cuando va a la farmacia, arranca y se llega al ingenio, y que aunque hay otros caminos ella atraviesa por el del central. “Y grité, y grité, y grité más, y paren esta mierda grité, rápido cojones grité, y una pienna pasó por la ettera como pasaban las cañas en tiempo de zafra, y pararon aquello, y ya una pienna me la había desbaratado y casi casi la otra, pero esa, como ves, se me pudo salvar”. Atraviesa por el central y se detiene a mirar todo aquello, y a sentir que indudablemente, porque así son las cosas y no de otra forma,  huelen distinto el óxido de hierro y el azúcar de caña, y cómo un lugar que por tantos años olió a azúcar hoy huele a hierro oxidado, y que así son los olores, que el tiempo juega con ellos, y ellos con el tiempo, y hasta con uno. “Por eso digo que me le escapé a la mertte, porque a punto estuve de ir pal gueco”. Y entonces prefiere seguir, que la farmacia cierra, y que el camino es largo, y que esta es su casa señorita, y que la farmacia, a ver si llegó la Dipirona que a cada rato anda por ahí el dolorcito de cabeza, y que si el olor a óxido, y que las puertas están abiertas para usted señorita, y que el camino es largo, y que si el olor a azúcar, y que la farmacia cierra, y que aquí estamos pa ayudarla señorita, y que es mejor seguir, y que ya, que no sabe por qué coge por ahí, para la próxima atraviesa por otra parte, y que cierra, y que las pastillas, y que la farmacia, y que adiós señorita, y que es largo,  y que es mejor, si hay que oler aquello, si hay que oler entonces a óxido de hierro y no a azúcar de caña, hacer el esfuerzo y dejar de respirar un rato.

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