Ingenio IV

Varios medios nacionales anunciaron que el pasado 20 de noviembre comenzaría de nuevo la zafra en el país. Se ha hablado entonces de una “recuperación” de la zafra, de una “mejora del rendimiento azucarero”, de una “elevación de la producción”, de un “redimensionamiento del sector”. El propósito, según han declarado los directivos, es producir 1 millón 800 mil toneladas de azúcar, y se han echado a andar 49 centrales de los 85 que tiene el país. Hace exactamente 11 años, Fidel Casto anunciaba el cierre de 70 centrales en la Isla, y comenzaba la llamada tarea Álvaro Reinoso, que reorientaba a los trabajadores azucareros en otros perfiles ocupacionales. OnCuba publica Ingenio, cinco historias de personas que trabajaron por años en el central Habana Libre, hasta que, de una vez, el central cerró. 

Concha (Concepción Capote Carmenate)

“Yo llegué a este pueblo en el año 70. Fíjese usted nada más y nada menos en qué año.  Si hubiese llegado en los 60, o en los ochenta, o quizás en los noventa, la cosa hubiese sido otra. Pero llegué justamente en el año 70 y en ese tiempo, chica, yo creo que hasta el azúcar sabía mejor. Yo creo que era más dulce, y que nosotros entonces éramos más dulces, y que por eso puede que llevemos todavía algo dulce en el rostro. A mí me sabía mejor, como me sabía mejor el pueblo, cuando le dieron esta casita a mi esposo. Ahora vivo aquí porque no tengo otra, si no ya me hubiese ido hace rato.

“Pues como te decía, no era lo mismo llegar a un central un día de un año cualquiera, que llegar con la zafra del setenta. La ilusión, la alegría, el desenfreno. Yo recién salía de la universidad. Estudié Perito Químico Azucarero en la Universidad de La Habana. Sí, antes esa carrera existía, te voy a enseñar el título, está un poco viejo, y amarillo, pero dice que soy licenciada.

“Terminé de estudiar y me mandaron para el central Fajardo, en Güira de Melena. Cuando aquello, se reunía el personal de varios centrales: nosotros con el del Habana Libre y otro más, y nos mandaban  a recoger café. En una de esas recogidas fue que conocí a mi esposo, porque no te pienses que a esos lugares solo se iba a trabajar y a coger sol. Yo, por ejemplo, me enamoré. A él le dieron esta casita y aquí llegamos, y empezó entonces la cosa.

“Todo el mundo trabajó ese año  por los diez millones. Incluso, te digo que se comenzó desde el año 69. Se trabajó, y se trabajó bastante, aunque en el fondo muchos, muchos como yo, sabían que diez millones iban a ser imposibles. Pero ya, que eso pasó, y lo que más yo recuerdo de aquella zafra fue como bailé. Allí, no sé si te fijaste, cuando sales del central y pasas por el parque, al lado de la escuela primaria lo que hay es una bodega. Pues en el portal de esa bodega tocaba por las noches la Orquesta de Música Moderna y todo el pueblo bailaba como locos. Sí, porque aquí vino y trabajó mucha gente, gente de la Orquesta Aragón, también vino Elena Burque  y cantó, y estuvieron aquí montones de artistas. Había que verlos trabajar en el ingenio. Al director de la Aragón, cuando terminaba de limpiar los molinos, me llegaba y le decía: “Maestro, ¿por fin pudo afinar el violín?”, y aquello le causaba una risa tremenda.

“Yo era la química del laboratorio. Día por día le hacía el análisis al azúcar, la miel y el guarapo. Cómo me hubiese gustado mostrarte cómo se hacía, pero imagínate. Imagínate que el otro día me llegué hasta allí de casualidad y le dije a uno que estaba de guardia que me dejara entrar al laboratorio, y a aquello no le cabe más moho. Porque todo se acaba mija, todo en la vida se acaba. Y uno mira para allá, y ve el central allí, y ya no siente los pitos de cambio de turno, y te convences de que todo, finalmente, se acaba. Un buen día no se molió más, y no hubo más central en el pueblo. O sí hay: lo que queda de él.

“Entonces me fui a trabajar con la tarea Álvaro Reinoso. Nadie se quedó en la calle. Los que quisieron estudiar, estudiaron. Aquí la escuelita más cercana estaba en Caimito, que, de hecho, era bastante lejos. Pues se construyó una escuela, y yo, junto a cuatro mujeres más del central, me fui para allá de maestra y le di clases a muchísimas personas, que lo mismo tenían veinte, que treinta, que cuarenta, y hasta más años. Hay gente en este pueblito con títulos de Agronomía, de Construcción Civil, de Contabilidad, de Informática, y que mientras estudiaban, se les iba pagando también un salario.

“Cuatro años estuve de maestra, hasta que me jubilé.  Y aquí estoy. ¿Que si extraño? No extraño nada. Pudiera extrañar lo que este pueblo fue una vez, o mirar para esa bodega y no sentir la música. Pero para qué extrañar, si en un final las cosas se acaban y no vuelven más. Hasta podría decirte, vaya, que es mejor. Como ese central está ahí y más nunca va a echar a andar, es mejor hacerse la idea de que algo bueno tiene también eso, como por ejemplo, que me libré  de tirar y tirar agua, y de barrer, y de sacar el hollín que había  aquí por todas partes”.

Foto: Alejandro Ramírez Anderson De la serie deMOLER. Desmontaje de central azucarero

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Usted puede ver también el testimonio de los obreros azucareros y pobladores de un batey al enfrentar el desmonte de su más importante patrimonio de vida: el central azucarero, en el documental deMOLER, de Alejandro Ramírez Anderson

deMOLER

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