Ingenio

Varios medios nacionales anunciaron que el pasado 20 de noviembre comenzaría de nuevo la zafra en el país. Se ha hablado entonces de una “recuperación” de la zafra, de una “mejora del rendimiento azucarero”, de una “elevación de la producción”, de un “redimensionamiento del sector”. El propósito, según han declarado los directivos, es producir 1 millón 800 mil toneladas de azúcar, y se han echado a andar 49 centrales de los 85 que tiene el país. Hace exactamente 11 años, Fidel Casto anunciaba el cierre de 70 centrales en la Isla, y comenzaba la llamada tarea Álvaro Reinoso, que reorientaba a los trabajadores azucareros en otros perfiles ocupacionales. OnCuba comienza a publicar Ingenio, cinco historias de personas que trabajaron por años en el central Habana Libre, hasta que, de una vez, el central cerró. 

Recientemente han decidido ustedes reducir las superficies de tierra consagradas a la caña de azúcar y cerrar también muchos centrales. Eso está dejando sin trabajo a miles de personas… ¿No han pasado de un extremo al otro?
(…) hubo, sencillamente, que cerrar centrales, o íbamos hacia la fosa de Bartlett.
(…)Realmente llamé al ministro y le dije: “Mira, por favor, ¿cuántas hectáreas tienes roturadas?” Responde: “Ochenta mil”. Le digo: “No rotures ni una hectárea más.” No era mi papel habitual, pero no me quedó más remedio, tú no puedes dejar que el país se hunda. 

(Fragmento de entrevista de Ignacio Ramonet a Fidel Castro)

Ramón Leal

Como todos los otros, Ramón Leal parecía llevar algo dulce en el rostro. Y esto, precisamente, es lo que puede llegar a sorprender. Ramón Leal, para que se sepa, es negro, un negro de casi uno setenta y cinco y sesenta y ocho de edad, y los negros, y las personas de sesenta y ocho, y las personas de uno setenta y cinco, rara vez guardan algo de dulzura. Esto quizás se deba a la historia. Como decir que los negros se parecen mucho a la historia, o a su historia, o que la historia ciertamente tiene, además de otras cosas, muchos años, y mucho tamaño también, y también el rostro de un negro. Sí, el rostro de un negro, ya sea por pena, o por lógica, o por deuda, o porque tristemente la historia no podía ser de otro color.

Como los otros, Ramón Leal vivía allí, donde solo hay un parque, donde también hay una bodega y una escuela primaria, y unas casas algo opacas, y el central. Ramón Leal vivía donde, apartando la escuela primaria por ser precisamente eso, y el parque, también por ser precisamente eso, se podría hasta dudar de que una vez hubo gente en aquellas casas, o en la bodega, que es casi lo mismo, o en el central, que también se les parece no sé por qué extraña sensación. O será porque las casas vacías, y las bodegas vacías, y los centrales en ruina, son seguramente la misma cosa.

-¿Qué si estoy casao? Ná. Una vez sí lo estuve, estuve casao como 20 años cuando empecé en el central, y tuve misijos. Yo era un enamorao. Pero ahora no, que las mujeres lo único que dan es dolor de cabeza. Ahora vivo solo, mira, esta casa también me la dieron por trabajar en el central. Porque yo fui vanguardia ya no me acuerdo ni cuántas veces. Síííí, no ponga esa cara, periodista. Y además el frío, y el televisor también me lo gané, y casi casi me dan el carro.

Y claro, Ramón Leal no parecía que tuviera carro.  No sé por qué razón siempre he pensado que los pies de los choferes –aunque yo nunca me haya detenido a observarle los pies a los choferes- lucen como más cuidados. Los pies descalzos de Ramón Leal eran anchos, y cuarteados, y me atrevo a decir que maltratados por los años o por el camino. Maltratados al fin y al cabo. Jamás como los del chofer de carro, sino como los del mecánico del molino del Central Habana Libre.

-SÍ, periodista. Yo fui el mecánico del molino, pero mira ahora, el niño está dormío, y lo más triste es que ya nunca se va a despertar. Y lo vivito que estaba por aquellos años. Era muele, y muele, y tol mundo trabajaba con una alegría del carajo. Y cuando la zafra del 70 el niño no paró, y ya tú sabes, se molió caña, no se llegó a los diez millones pero de que se molió caña se molió. ¡Qué años! La comida gratis, los cigarros gratis, los juegos de pelota en el Latino con el equipo del central y el de la Textilera Ariguanabo, y la lloradera cuando se dijo que se iba a cerrar el niño, porque aquí toa la gente trabajaba en el central. Mira, ahora estoy en Comunales. ¡Imagínate tú! Pero yo recuerdo los momentos lindos, cuando nos íbamos a tomar después que se acababa el turno, y las fiestas a las mujeres, y las mujeres…

– ¿Qué? ¿Se enamoró usted en el central?

– Dos veces. Una de ellas se murió de cáncer, y la otra perdió una pierna moliendo caña.

Pero no es que yo tenga mala suerte, dijo Ramón Leal. Y dijo qué me miras pal cuello, y dijo ese es Eleguá, y dijo mira este anillo. Y yo miré el anillo. Este está preparao, agregó, y yo tengo la bolá en el deo y en el pescuezo, agregó, y esto es pa abrirme los caminos, agregó, no ves que estoy entero, solo me faltan unos cuantos dientes, pero entero.

Y si lo miraba bien, además de los dientes, lo único que le faltaba a Ramón Leal era un poco de pelo, que según él, había sido culpa de un soldado cuando estaba en la reserva y al cual se le escaparon dos tiros. Entero, si después de todo, había sobrevivido en Angola cuando fue cocinero del Estado Mayor por dos años, la única vez que interrumpió su trabajo en el central fue para ir a Angola. Aquel día el bombardeo fue grande, recuerda, y recuerda que le mataron un primo, y que murió mucha gente, pero que él, como me había dicho, tenía la bolá en el deo y en el pescuezo, y que como del central prefería recordar a sus mujeres, de Angola prefería recordar a unas portuguesas preciosas que le pintaban gracia, saticas las portuguesas, decía, pero nunca como las cubanas, y como las del central, que eran más sabrosas que ninguna porque se les pegaba el azúcar y después no había quien se la quitara, que sabían a caña las mujeres del central, como ellas decían que nosotros éramos puro melao.

Después de todo, claro está, Ramón Leal, de uno setenta y cinco y sesenta y ocho de edad, parecía llevar, como todos los otros, algo dulce en el rostro. Y esto es precisamente lo que puede llegar a sorprender: el rostro negro de Ramón Leal, la historia. Y quizás una bodega, y quizás unas casas, y quizás un central.

Fotograma del documental deMOLER de Alejandro Ramírez Anderson

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