La ciudad pintada por sí misma

Tres joyas bibliográficas del siglo XIX que revelan aspectos relacionados con la historia, el urbanismo y las costumbres de las habaneras de entonces.

La Santísima y Metropolitana Iglesia Catedral de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez

Mucho se ha escrito de La Habana y mucho también es aún poco difundido. Entre esos tesoros que reposan en las estanterías durante años sobresalen tres joyas bibliográficas del siglo XIX, que revelan aspectos relacionados con la historia, el urbanismo y las costumbres de las habaneras de entonces. El más antiguo texto es el poema Las glorias de La Havana, de don Francisco María Colombini y Camayori, conde de Colombini, capitán del regimiento de infantería de Nueva España, publicado en México en 1798.

Las glorias de La Havana, de don Francisco María Colombini y Camayori. Foto: cortesía de la autora.

Este libro, conservado en los fondos de la Biblioteca Nacional de Cuba, José Martí, es un elogio poético, escrito por quien también fuera socio de la Real Academia Florentina y Pastor Arcade de Roma. Si algo resulta interesante de este volumen son las notas al pie de páginas, información complementaria y valiosa que contextualiza los versos. Entre estas referencias sobresalen las menciones a personalidades como el capitán general Luis de las Casas y Arragorri, y gobernador de Luisiana y Florida, durante el período 1790-1796, quien tuvo una estrecha relación con la élite patricia habanera, que dominaba el ayuntamiento de La Habana, la Sociedad Económica de Amigos del País y el Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana. Don Luis de las Casas demostró un especial interés en promover el desarrollo económico de Cuba, sobre todo, el cultivo del azúcar.  

Historia ya conocida es la de las cinco huérfanas que recibían cada año una dote de mil pesos para su matrimonio. Este gesto de don Martín Calvo de la Puerta y Arrieta (1614-1669) es nombrado en el poema del conde de Colombini, quien recuerda en una de sus notas la donación de 102 mil pesos que hiciera el también gobernador político de la isla de Cuba, para dotar a estas jóvenes. La Obrapía —obra piadosa— de Calvo de la Puerta bautizó la calle donde está situada la casa que hoy lleva este nombre, entre Mercaderes y San Ignacio.  

Estos son solo dos de las personalidades mencionadas en el poema de don Francisco María Colombini y Camayori, que fuera incluido por José Severino Boloña en su Colección de poesías arregladas por un aficionado a las musas (1833). También aparecen, entre otras, don Juan Francisco Caraballo, fundador de la Escuela y Hospital de Belén; don Luis Peñalver y Cárdenas, Obispo de la Luisiana; y don Joseph Ricardo O’Farril, prominente personalidad de la sociedad cubana a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

Para un investigador acucioso, este poema del conde de Colombini, publicado en 43 páginas, traza nuevas rutas de estudio, pues muchos de los versos son una invitación a buscar en la papelería de la época, a partir de las pistas ofrecidas por el propio autor en esas notas complementarias; muchas de ellas con los correspondientes datos de periódicos y otras publicaciones.

Junto a esta joya bibliográfica, reposa en los archivos el libro La Habana en la mano, similar a una guía urbana, con valiosa información sobre la ciudad. En tan solo 34 páginas y con un formato bien pequeño, este texto contiene los nombres y números de todas las calles de La Habana, Cerro y Jesús del Monte, ordenadas alfabéticamente. Con el sello de la Librería e Imprenta de Andrés Pego en Obispo 34, fue publicado en 1879 e incluye, además, calzadas, tenencias, celadurías o barrios y tramos de calles sin vecindario. 

La Habana en la mano. Foto: cortesía de la autora.

La tercera de estas joyas responde al libro de Bartolomé José Crespo, Las Habaneras pintadas por sí mismas, de 1847. El autor entrega, en 128 páginas, las descripciones en versos de La maestra, La poetisa, La madre de familia, La joven casadera, La beata, La aristócrata, La costurera, La enfermera, La coqueta y La mulata, entre otras. Es un cuadro de las habaneras, realizado por quien dice: «Seré pintor porque no soy poeta, / pintor ingenuo de costumbres y usos;/ y omitiré poner en mi paleta/ los colores que emplean los ilusos».

Las habaneras pintadas por sí mismas. Foto: cortesía de la autora.

Sirvan estas tres joyas bibliográficas del siglo XIX, debidamente conservadas en la Biblioteca Nacional de Cuba, para homenajear a la ciudad en sus 502 años, y para incentivar a quienes la estudian y descubren cada vez en ella nuevos encantos: Las glorias de la Havana, La Habana en la mano, Las Habaneras pintadas por sí mismas.

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