La defensa de la revolución es la defensa de la democracia (I)

Entrevista con Julio César Guanche

Foto: Julio César Guanche

En el trópico el día se apaga rápido y casi no da tiempo para los juegos de imaginación entre las luces y sombras del crepúsculo. Cuando hace unos años pisé por vez primera la tierra cubana, en La Habana ya había oscurecido. Los escasos focos del alumbrado público, entre carteles revolucionarios y flamantes letreros de negocios particulares, me trajeron a la memoria los primeros años de Perestroika, y las dudas, ilusiones y contradicciones que vivimos en la entonces Unión Soviética.  

Aún sabiendo que el sistema cubano resistió varias pruebas de las mismas que llegaron a derrumbar los socialismos europeos, y conociendo varios análisis críticos hechos desde Cuba sobre las causas de la caída de la URSS —creo que muchos más que dentro de la misma ex Unión Soviética, y algunos sin duda bastante más serios— nunca dejé de pensar en los riesgos, tentaciones, trampas y esperanzas que se encuentran, cohabitan y se enfrentan en una Isla que sigue lanzando al mundo infinitas interrogantes y que, siendo un nudo principal de las luchas, sueños y pesadillas de la historia reciente, se niega a ser una caricatura del siglo pasado.

Esta conversación con Julio César Guanche —abogado, historiador y analista cubanosurge después de un acuerdo entre amigos de Rusia, Ucrania y Chile. Desde hace tiempo conversamos de modo informal sobre Cuba con los directores de tres medios de la izquierda independiente —la revista ucraniana Liva (prohibida en su país), la revista rusa Skepsis y la agencia de noticias internacional Pressenza— y decidimos trasmitir nuestras preguntas a alguien de Cuba con quien podríamos coincidir en la inquietud y sobre todo en la sensibilidad.

Agradecemos a Julio César Guanche por esta conversación, porque además de la confianza que nos genera, creemos que es uno de los mejores conocedores de estos temas. Con esta entrevista que por su extensión dividiremos en dos partes, esperamos abrir un espacio de intercambio y reflexión, que será nuestro humilde aporte a la solidaridad con el querido pueblo cubano.

Entendemos que el periodo de mayor desarrollo del proceso cubano estuvo enmarcado por la relación con su principal aliado político, la URSS. Pero también entendemos que siempre existió, por lo menos en la cultura, un grado importante de autonomía respecto al modelo soviético….

La influencia soviética en Cuba no es reducible al realismo socialista. El cine, la literatura, la música de concierto, el ballet, la enseñanza artística, el trabajo de traducción, provenientes de la URSS, fueron aprovechados por la cultura cubana. Sin tomar en cuenta esa positiva influencia, la explicación sobre la cultura cubana de los 1960 pierde calado.

Los cruces y las influencias siempre son procesos complejos. Obras del realismo socialista (La carretera de Volokolamsk, Un hombre de verdad) influyeron en una corriente de narrativa cubana, conocida como “de la violencia” (Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Eduardo Heras), que a su vez no respondía al realismo socialista. El debate sobre la arquitectura de la Escuela Nacional de Arte, o polémicas en torno a películas como Una pelea cubana contra los demonios y Un día de noviembre, no se reducen a posturas “a favor o en contra” del realismo socialista, pues intervenían en ellas diversos referentes.

En los 1960, la vanguardia artística cubana, en artes plásticas, música de concierto, teatro, danza, literatura, fotografía, mostró gran capacidad crítica. En una gran parte de los casos, no se expresaba como cuestionamiento frente a la política revolucionaria, sino que partía de ella, siendo a la vez crítica. En contraste con el arte socialista de otras geografías, tuvo respaldo institucional a la vez que contó con espacio para la experimentación y para el diálogo con lo mejor del arte occidental.

Por otra parte, el realismo socialista no existió en Cuba como doctrina estética oficial, en tanto referente obligatorio para todo. Por supuesto, caló e hizo muchísimo daño. Instituciones como el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana, la Casa de las Américas, el Ballet Nacional de Cuba o la Casa del Caribe de Santiago de Cuba, fueron baluartes contra el realismo socialista, pero no se puede menospreciar el nivel y la escala que alcanzó y cómo marcó el devenir de la cultura cubana, sus modos de expresión, la vida de los creadores y la formación del público.

¿Y tiene, hoy, el realismo socialista alguna influencia?

Contenidos fuertes de la cultura del realismo socialista existen en el país, visibles en discursos antintelectualistas —afianzados por el estalinismo, pero con fuentes más amplias y previas a él en Cuba—, en la vocación pedagógica que algunos le exigen al arte, en el difícil lugar que tiene la circulación de la crítica propia de los discursos intelectuales, o en la separación marcada que existe entre universidad, educación general, mundo intelectual y circuitos de acceso al público.

Con todo, hace ya mucho tiempo que las expresiones culturales de vanguardia, cuenten con apoyo institucional o carezcan de él, muestran fuerte carga crítica respecto a los problemas de la sociedad cubana y de sus instituciones, y no tienen que ver con los dogmas del realismo socialista.

En ese horizonte, las “recuperaciones” de intelectuales antes marginados, que han tenido lugar desde los años 1990 para acá, se han multiplicado. En contraste, han pasado al olvido, incluso, los intelectuales que produjeron las nociones más sofisticadas del realismo socialista, como Mirta Aguirre.

Intentos de “rehabilitación” de funcionarios comprometidos con la política del realismo socialista, como Luis Pavón Tamayo y Armando Quesada, concitaron una enorme ola de repudio en 2007. Los ideólogos de lo que se llamó “quinquenio gris” —un concepto que califica el peor período de influencia soviética en Cuba (1971-1976)1 — no dicen nada al presente cubano. Sus continuadores se cuidan de citarlos.

Por otra parte, existen visiones que reducen la cultura a los artistas y literatos, tratan a la “ciudad letrada” como la sede privilegiada de la conciencia crítica sobre la sociedad, o defienden “esencias” de la nacionalidad que deben ser protegidas por los “creadores”. Son visiones simplificadas, con escasa comprensión social de cómo se produce la cultura, y que desconocen cómo parte de los discursos intelectuales cubanos no se conectan con agendas sociales de perentoria importancia, o cómo, en contraste, discursos críticos rehacen las bases de lo que iremos entendiendo por cultura cubana.

¿Se aprecia esa influencia soviética todavía en los debates políticos de las izquierdas en Cuba?

El “marxismo-leninismo” —la fórmula estalinista del marxismo—, hace tiempo es repudiado por muchos. El marxismo crítico; corrientes contemporáneas de pensamiento crítico que se nutren del marxismo pero no se limitan a él; feminismos, antirracismos y ecologismos, el enfoque decolonial, el republicanismo de izquierdas, entre otros, son referentes del debate cubano sobre la democracia dentro de las izquierdas cubanas. La identidad de esas izquierdas no se reduce a su posición respecto al Estado, pues tienen también diferencias entre sí. Por su parte, el Estado cubano no reconoce ni dialoga con buena parte de ellas.

Existen intentos ortodoxos, oficiales o paraoficiales, de descalificar zonas de esas izquierdas, pero nadan contra la corriente: cuentan con pocos y bastos referentes para sostenerse y se ven obligados a una enorme cantidad de peripecias “teóricas”, de las cuales no son ajenas el antiguo recurso, de ascendencia estalinista, de “condenar” como “enemigos”, con vocación de “restaurar el capitalismo”, a un amplio número de actores que siguen tales referentes críticos sobre el socialismo y la democracia.

 ¿Cuál crees que fue la influencia del stalinismo en el liderazgo revolucionario cubano?

Tu pregunta se refiere, entiendo, a personas dentro del liderazgo. Tengo que obviar aquí contextos y discusiones que encuadraron estructuralmente las posiciones de ese liderazgo frente a la URSS, como fueron las discusiones en torno a la Yugoslavia de Tito, el Movimiento de Países No Alineados, el conflicto chino-soviético o la geopolítica de la Guerra Fría. También necesito, por espacio, obviar la discusión teórica sobre qué entender por estalinismo. Por ello, respondo con un foco quizás amplio sobre lo que considero esa presencia e influencia en el liderazgo cubano.

Si tratamos de personas, esta es una descripción de algunas de esas posiciones. Blas Roca lideró por décadas el primer Partido Comunista de Cuba (durante tres décadas llamado Partido Socialista Popular —PSP—) y luego fue un alto dirigente del Partido Comunista de Cuba (actual) y presidió la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP).

 Antes de 1959, el partido de Roca prodigaba declaraciones a favor del estalinismo. Raúl Roa García, un socialista sin partido antes de 1959, fue muy crítico del “padrecito rojo”. Luego, fue un brillante ministro de Relaciones Exteriores de la Revolución y más tarde vicepresidente de la ANPP, justo al lado de Roca.

Para los 1960, el término “estalinismo” no era muy común en el discurso oficial cubano, pero existía una fuerte discusión entre los “prosoviéticos” y los críticos del “socialismo real”. Con otras palabras, significaba tomar partido frente al legado estalinista. Dentro de altos líderes, o intelectuales representativos del proceso revolucionario, como Carlos Rafael Rodríguez y Juan Marinello, existía un apoyo abierto a la URSS, al tiempo que gran nivel de análisis político e intelectual.

A la vez, otros líderes del proceso, como Armando Hart, Alfredo Guevara o Ricardo Alarcón no se caracterizaron nunca por loar el estalinismo. En algunos casos, fueron incluso críticos públicos, como es el caso señalado de Alfredo Guevara.

Dentro de lo que ha sido la más alta dirección revolucionaria, hay diferencias.

En 1957, Ernesto Che Guevara sostuvo una polémica —muestra de la diversidad ideológica del movimiento insurreccional cubano— con el también revolucionario René Ramos Latour en la que este colocaba al Che “detrás de la cortina de hierro”, esto es, adscrito al mundo de lo que luego sería llamado “socialismo real”.

En los primeros 1960, Che Guevara defendía ante K.S. Karol la necesidad del uso de los manuales soviéticos. Sin embargo, pronto tomaría distancias respecto a la política y la ideología de la URSS. El Che fue de los escasos dirigentes socialistas que en la segunda mitad del siglo XX mencionó juntos a Trotski y a Stalin, para defender la necesidad de estudiarlos a ambos.

La figura de Fidel Castro seguramente requiere más espacio en esta descripción que estás haciendo…

Fidel Castro, antes de 1959, por su militancia, primero, en el Partido del Pueblo Cubano (“Ortodoxo”), que tenía un ala de izquierda, con algunos marxistas, pero que en general era bastante crítico de la URSS; por sus lecturas de amplio espectro; y por sus declaraciones a lo largo de la lucha revolucionaria de los 1950, era un nacionalista democrático. En esa fecha, ello significaba tener compromisos con el socialismo y la democracia, un conjunto que colisionaba con la imaginación política de la URSS.

A lo largo de los 1960, esa postura se especificó en nociones como la de “revolución sin ideología”, “revolución verde como las palmas”, o en consignas del tipo queremos “libertad con pan y pan sin terror”. El apoyo de Fidel Castro a la invasión soviética a Checoslovaquia (1968) estuvo condicionado, no era una rendición acrítica ante la URSS: demandaba a esa potencia defender otros proyectos socialistas en guerra con EEUU, como Vietnam y Cuba, y calificaba esa invasión de ser contraria al derecho internacional.

El “caso Padilla” (1971) puso el concepto “estalinismo” en un primer plano para Cuba.2 La célebre primera carta de intelectuales extranjeros crítica sobre ese caso se posicionaba en contra de lo que entendían como actos propios del stalinismo en Cuba.

El ingreso de Cuba al CAME y el estrechamiento de las relaciones con la URSS trajo otros contenidos. En lo adelante, Fidel Castro haría celebraciones más abiertas de la experiencia del “socialismo real”, pero no del estalinismo, cosa que, por demás, tampoco ocurría de esa manera en la URSS después de 1956, fuese por la “desestalinización”, o por la pervivencia del “Stalinismo sin Stalin”.

El “Diccionario de pensamientos de Fidel Castro” (2008), no menciona el término stalinismo como parte de su pensamiento. En los últimos años de su vida pública, Fidel Castro le comentó a Ignacio Ramonet (2006): “El fenómeno del estalinismo no se dio aquí; no se conoció nunca en nuestro país un fenómeno de esa naturaleza de abuso de poder, de autoridad, de culto a la personalidad, de estatuas, etcétera.” En una reflexión sobre Lula da Silva, Fidel listó críticamente hechos cometidos por Stalin.

¿Y Raúl Castro? ¿Y el liderazgo actual más joven?

El pensamiento de Raúl Castro ha sido mucho menos estudiado que el de Fidel y el del Che. No tiene como contenido la crítica al stalinismo ni a la URSS. Usualmente, se le reconocen vínculos con el PSP y continua aceptación y apoyo a la política de aquel país. Nikolái Leonov escribió una biografía (2015) sobre su amigo Raúl —lo son desde 1953—, en la que Leonov no cuestiona varios de los supuestos del stalinismo para la relación con América latina en aquella etapa. Brian Latell (2005) ha asegurado que Jruschov creía “que Raúl había sido su hombre en La Habana”, mientras que Hal Klepak (2012) asegura que Raúl “sigue la tradición cubana, más estrechamente basada en el pensamiento de José Martí que en el de Marx, Lenin, o Stalin”.

Las generaciones actuales que vienen sucediendo al “liderazgo histórico” de la Revolución, como el presidente Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, no tienen el stalinismo, ni la reflexión sobre él, dentro de su vocabulario. Un nuevo capítulo en la interpretación de las relaciones históricas de Cuba con la URSS está por reelaborarse, ahora a través del prisma de las relaciones con Rusia. Una metáfora sobre ello puede encontrarse en el apoyo ruso a la reconstrucción de la cúpula del Capitolio Nacional.

¿Cuál sería un balance, mínimo, de las relaciones entre la URSS y Cuba?

Las discusiones sobre cómo tratar la experiencia soviética y el stalinismo son conocidas como hitos del pensamiento marxista cubano tras 1959. Por ejemplo, los debates del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana contra el uso de los manuales soviéticos, o los intercambios de Alfredo Guevara con Blas Roca en torno al realismo socialista, ambos en los 1960.

Otro tipo de pensamiento de aquella fecha, como los enfoques de Lunes de Revolución, y libros como Los Siervos, de Virgilio Piñera, o Fuera del Juego, de Heberto Padilla, eran claramente antiestalinistas. Luego, el stalinismo tuvo influencia en Cuba, pero un balance reconocería también las resistencias frente a él y el peso de la tradición cultural cubana, y de sus hacedores, en tal resistencia.

La relación con la URSS arrojó ventajas importantes: soporte crucial a la economía nacional, contribución decisiva a la construcción del primer Estado de bienestar en América latina (como ha documentado Hans-Jürgen Burchardt) —por el acceso a derechos sociales, infraestructura cultural y de servicios, etc, — y el apuntalamiento, aún con contradicciones— de la política exterior revolucionaria cubana.

También trajo grandes problemas: seguimiento de un criterio de economía dirigida, sin planificación democrática ni control de los trabajadores sobre el proceso productivo, con grandes niveles de ineficiencia y despilfarro de recursos, y la burocratización de los procesos económicos.

Desde el punto de vista político, apuntaló la noción de “Estado de todo el pueblo”, término que no se asumió en Cuba, pero sí su contenido: limitación del control popular y de las posibilidades de contestación de las decisiones estatales, la sinonimia entre Estado y Revolución, la traducción de nociones como la de “enemigo interno” (por ejemplo, por “contrarrevolucionarios”), la desautorización de la crítica y la autoorganización política y la penalización de toda oposición, junto a la celebración del partido único como exclusiva posibilidad del socialismo.

La fórmula “marxismo-leninismo” —así, con guion— salió del texto constitucional en 2019. La Constitución de 1976 la había empleado como ideología de estado, pero también había incorporado rasgos al sistema del “Poder Popular” ajenos a la experiencia soviética. Lo hecho en 2019 con ese concepto de origen estalinista es un buen camino, pero es sintomático de la larga marcha que ha experimentado la cultura del socialismo soviético en Cuba y de los ritmos que han seguido sus refutaciones.

(Continuará…)

Notas:

1 La expresión “Quinquenio Gris” se refiere a un nefasto grave periodo de censura en la cultura cubana, marcada por una visión dogmática y represiva, que marginó a muchos escritores y artistas de los espacios públicos. En gran medida fue rectificada con la creación del Ministerio de Cultura y la designación de Armando Hart como ministro. Para leer más sobre este concepto, es útil este texto de Ambrosio Fornet. (Nota de Oleg Yasinsky)

2 El poeta Herberto Padilla fue detenido el 20 de marzo de 1971 después de su recital de poemas críticos en la Unión de Escritores. Estuvo preso 38 días. Salió en libertad renegando bajo presión de sus ideas anteriores. Luego, salió del país. Su encarcelamiento significó el primer gran conflicto del gobierno cubano con conocidos intelectuales de izquierda mundial, simpatizantes a la revolución que salieron en defensa de Padilla. Entre ellos, firmantes de esa primera carta mencionada, Julio Cortázar, Simone de Beavoir, Carlos Fuentes, Jean Paul Sartre, Juan Rulfo y otros. (Nota de Oleg Yasinsky)

Salir de la versión móvil