La Lanchita de todos

La misma ciudad nos mira altanera; el mismo mar de fondo oscuro; la misma metáfora de la isla que nos sostiene y nos retrata; la misma Lanchita de Regla.

Lanchita de Regla. Foto: Jorge Ricardo.

Foto: Jorge Ricardo.

Coger la Lanchita de Regla para ir al Cristo a hacerse una foto, a ver el Capitolio de lejos, a tirarse en la yerba o a comerse un tamal sobre un mantel floreado, no es lo mismo que montarse para ver a la Virgen Negra. No es igual ser de Playa y tener una amante en Loma Modelo que vivir en Galiano y trabajar en El Liceo de Regla. Una cosa es un yuma en la Lanchita;, otra muy distinta es una madre que cruza la bahía para buscar a sus niños en la escuela. Los que viven del otro lado tienen un rostro y los que van por aventura tienen otro.

Pero es la misma ciudad que los mira altanera; el mismo mar de fondo oscuro; la misma metáfora de la isla que nos sostiene y nos retrata; la misma Lanchita de Regla.

Se dice que es uno de los medios de transporte de pasajeros más antiguos de La Habana. Desde principios del siglo XIX se cruzaba en unos botes de remos y velas llamados guadaños. Así se movía la gente y se trasladaban mercancías desde los poblados de Casablanca y Regla. Se cuenta que se formaban tremendos molotes y la gente se apiñaba para llegar a la otra orilla, como anticipando lo que sería la lucha por montarse en una guagua dos siglos después.

Si tomamos a los guadaños como los precursores, se puede decir que La Lanchita es más vieja que Ñañá Seré. Y en su esencia está la marca de los siete imperios de Briyumba Congo. Seguro allá, por el Año de la Corneta, la Bahía estaba clara y tal vez se podían ver en el fondo peces de colores y pulpos y hasta un barquito portugués. Se pagaba con una moneda distinta. Los piropos, los pregones y las “malas palabras” de la época serían arcaísmos en la Cuba de hoy.

El paisaje que ofrece el viaje de la Lanchita de Regla a los 503 años de La Habana es uno de los más hermosos que se puedan disfrutar. Aun cuando el agua esté contaminada, aun cuando ya no sean solo 5 minutos de espera porque a veces hay una sola embarcación que debe alternar los dos trayectos. Tenemos una linda terminal en el Muelle de Luz y la facilidad de viajar a Regla y Casablanca en pocos minutos, en lugar del agónico trayecto por tierra.

La Lanchita te permite, en un instante, dejar el encanto del Casco Histórico y entrar en otro ritmo de callecitas y casas a medio construir. Del otro lado todo parece más lento, más dilatado, más viejo incluso que La Habana Vieja.

Ese tiempo otro quizá esté determinado por los problemas de bolsillo, de vivienda y de transporte de la gente de allí. Muchos turistas lo interpretan como una especie de magia ultramarina.

Muelle Lanchita de Regla. Foto: Jorge Ricardo.
Foto: Jorge Ricardo.

La Lanchita transporta de un municipio a otro y, simbólicamente, traslada sin escala de una Cuba a otra. Sobre la embarcación, mientras, se mezclan todas las islas que somos.

Así el viaje está adornado con la gestualidad y la estampa de habaneros de pura estirpe y las maneras de los que llegaron de Oriente, como en otra época lo hicieron los andaluces, a buscarse la vida.

La imagen colectiva de los que abordamos a la Lanchita de hoy se compone de variados tonos. Están los que llevan en su información genética la misma carga de los criollos del XVIII, que empezaron a decirse cubanos, entre tanto acento español. Los nietos de algún mulato que nació libre y se fue al puerto a conocer otras gentes y otros mundos que venían del mar. Los parientes de aquel inmigrante del sur español que vino a probar suerte y, de paso, encontró un amor. Esos que son echáos pa’lante y presumidos como los famosos negros curros.

Están los que aman la Lanchita de Regla y están los que la odian. Esos que no romantizan el trayecto y se cansaron de su olor y sus rumores. Esos que la esperan todos los días, porque no tienen más opción y el viaje es para ellos símbolo de estatismo y resignación. Están los muchachos del Vedado que van a romancear bajo la sombra del Cristo de La Habana. Familias variopintas que van a bautizar a su bebé a la Iglesia. Extranjeros que quieren ver la famosa escultura, pariente del Redentor de Río de Janeiro.

Otros, como yo, se van a Regla a comer el mejor plato de arroz con frijoles negros e hígado a la italiana de La Habana. Jóvenes que subieron el Pico Turquino y se retrataron junto al Martí de Jilma Madera a 1974 metros sobre el nivel del mar, desean tener su foto junto al Cristo de la misma escultora. Gente de todas partes llega a pagar promesas a la Virgen de Regla o a esperar que el sol se hunda y se tiña de naranja violáceo la ciudad. Gente de aquí y de allá, que viene y va, como en una guagua de lujo sobre el mar, buscándose la vida y buscando amores.

 

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