La pureza (II y final)

La información musical de que disponían los muchachos cubanos de los 60 tenía mucho de las principales capitales del mundo.

Los Kents.

El segundo marcador identitario era la música. Aparte de Los Beatles, en especial los de Abbey Road y Let It Be, entre sus favoritos figuraban The Doors, Jimi Hendrix, Santana, Led Zeppelin y Deep Purple, a cuyos LPs accedían mediante algunos padres o parientes que viajaban al exterior como marinos mercantes, técnicos o funcionarios.

En una época de cerrazón y zigzagueos, una mirada retrospectiva a la información de que disponían esos muchachos permite concluir, sin embargo, que no estaban desfasados respecto a lo que se oía en las principales capitales del mundo. Gracias no solo a ese mecanismo familiar informal, sino también a emisoras como la WQAM de Miami, y algo después la KAAY, de Little Rock, Arkansas, que se captaban en ciertas zonas de La Habana, también escuchaban a Tommy James and The Shondells, Sugarloaf, Three Dog Night, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin, Lynyrd Skynyrd, The Who, Cream, Rare Earth, Guess Who, Emerson, Lake and Palmer, King Crimson, Bob Dylan, Seals and Croft, Crosby, Stills, Nash and Young, Carol King, James Taylor, Neil Diamond…También la BBC de Londres y su programa “Ritmos”, de Juan Peirano.

Revolver (1966).

Había entre ellos un rechazo a la música producida en Cuba, resultado de políticas que les hicieron mover el péndulo al considerar la producción local “chea”, palabra que denotaba lugar común, vulgaridad y mal gusto. Visto en retrospectiva, la base de esas actitudes consistía en una reacción urticante al nacionalismo originado a principios de los 60, cuando a través de Pello el Afrokán se quiso levantar un muro contra la influencia anglo catalogándola de “penetración cultural”, expresión machista y fálica que ponía como mujeres –es decir, como seres tomados por débiles, pasivos y penetrables– a quienes se apartaran de lo que se imponía como una suerte de mainstream revolucionario. Y consideraron al bolero una expresión decadente al identificarlo con prostitución y victrolas.

A su favor debe decirse que no fueron renuentes a los sones de Matamoros, ni a los cha cha chas de Enrique Jorrín, ni al filin de Marta Valdés, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Elena Bourke, Vicentico Valdés y Bola de Nieve. Los discos de acetato de la nueva trova y de cantautores españoles y chilenos también estaban ahí. La música brasileña llegó después del concierto Cuba / Brasil, protagonizado por el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en la Cinemateca de Cuba con canciones de Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Edu Lobo y otros representantes de la onda tropicalista. A Van Van e Irakere, por lo demás tan distintas entre sí, las incorporaron después.

El Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

Pero no al perico. Los carnavales de 1970 constituyeron para ellos otro marcador. Elba Pérez, del ICL, resultaría electa la estrella de ese año después del clásico desfile en la Ciudad Deportiva. Una de las luceros estudiaba en el Pre. Un reportaje de la revista Cuba daba cuenta del hecho como si se hubieran mudado para Corea del Norte, ya en vísperas del llamado Quinquenio Gris y en las antípodas de la empecinada impureza grupal: “Romelia estudia en el Preuniversitario del Vedado. Su novio –Fide– es el mejor machetero de los Pre de la provincia. Ella se emociona cuando lo ve cortar caña…”.

Los cheos y los guapos protagonizaban escenas de violencia en los bailables de ese año, tirando al aire bengalas robadas de unidades militares o lanzando pergas de cerveza con orine al compás de “El perico está llorando”, de la orquesta de Federico Arístides Soto Alejo (1930-2008), más conocido por Tata Güines, percusionista que antes de 1959 había trabajado con Dizzy Gillespie, Maynard Ferguson, Miles Davis, Frank Sinatra y Josephine Baker. Formaban parte de otra realidad: usaban camisetillas de guinga, se pelaban cortico, hablaban con un pañuelo pegado a la boca, buscaban bronca y vivían en barrios distintos. Lo evoca el trovador Frank Delgado en una de las canciones de Trovatur (1995):

Dónde fue a parar la magia de los muñecones.
Dónde fueron a parar tantas canciones.
Dónde las navajas y las bengalas estallando.
Y Tata Güines y El Perico está llorando.

Almas Vertiginosas.

De aquello exactamente era de lo que se huía: prácticas vinculadas a un ambiente que los muchachos identificaban con el subdesarrollo bajo el impacto de la escena inicial de Memorias…, filmada por el cineasta Nicolás Guillén Landrián (1938-2003). Eran el polo negativo del Facundo de Sarmiento, ya por entonces conocido por las clases de Literatura Hispanoamericana. Para ser justos, una apropiación bastante unilateral y pedestre de la antinomia civilización / barbarie, pero sin dudas afincada en aquellas circunstancias.

Por eso rechazaron los círculos sociales, a los que iban desde la niñez a coger sol y playa, algo hasta entonces reservado a las llamadas clases vivas en los clubes de Miramar. Y también por eso fundaron la Playita de 16 en medio del diente de perro. Había que bañarse con tenis, pero los erizos y las rocas eran irrelevantes ante el nacimiento de un nuevo espacio de socialización, bueno para concertaciones y complicidades. La Playita devino, si algo, el lugar donde se conocieron muchos muchachos de los preuniversitarios del Vedado, La Víbora, Marianao y La Habana.

Los Gnomos (1967).

La fiesta fue otro de esos espacios. Lugar idóneo para hurgar en las relaciones entre los sexos y sellar afinidades electivas mediante el baile: twist al son de los tocadiscos de la RCA o los tocadiscos portátiles alemanes, en los que se oían discos originales de Los Beatles o las llamadas “placas”, producción pirateada a cargo de técnicos de la radio cubana, las bisabuelas del Paquete. Era la época de los güiros con botas cañeras, camisas anchas, pelo largo (en lo posible, ya se sabe) y pantalones estrechos –los “tubos”–, remplazados por campanas y camisas con flores bien ajustadas al cuerpo.

A fines de los 60 e inicios de la siguiente década, a las muchachas les llegó el turno de sus fiestas de 15, heredadas de la tradición pero quitándoles de encima un poco de óxido al cambiar el vestuario, suprimir el vals y remplazarlo por coreografías a tono con el espíritu generacional, signado por Woodstock, el movimiento hippie y otras concurrencias. Unas se hacían en apartamentos y casas del Vedado; otras en círculos sociales como el Echeverría, el Casino Español o en salones como el “Aguiar” del Hotel Nacional. (Por invitación, y cuando no la había buscaban la manera de colarse). Y con grupos como Los Kents, Los Jets, Almas Vertiginosas o Los Gnomos, una hornada de roqueros cubanos que tuvieron que hacer su labor en un verdadero underground, entre otras cosas por sonar en inglés, la lengua del enemigo.

En la Cara B del Abbey Road (1969) Paul McCartney cantaba “Carry that Weight”, una de las antesalas de la disolución de la banda, finalmente ocurrida en 1970.

El 26 de julio de ese año, en un discurso en la Plaza de la Revolución, Fidel Castro levantaba un rosario de problemas y disfuncionalidades en todos los sectores de la economía cubana y declaraba oficialmente el fracaso la Gran Zafra: “Y qué bien nos habría convenido a todos nosotros haber conocido mucho mejor y haber surgido de las fábricas, porque es allí donde realmente está el espíritu genuinamente revolucionario de que hablaban Marx y Lenin”.

En 1972 Cuba ingresaba al CAME.

La Era del Acuario había terminado.

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