La vida sobre dos vigas de madera

Como Gulliver en el país de Lilliput andan en su pequeña habitación estos zanqueros que invaden con su arte, desde hace 12 años, las calles del Centro Histórico de La Habana. Hasta ellos llegué cuando la emoción de hacer reír y soñar aún se agolpaba en sus corazones, tras llevarle al público el espíritu de la fantasía.

Entre zancos, vestuarios y muñequerías transcurrió la conversación con Roberto Salas, capitán de esta nave que celebra su duodécimo aniversario.

¿Qué preceptos artísticos y organizativos guiaron el surgimiento de Gigantería?

Somos una comunidad de artistas independientes, que se autogestiona desde su fundación. Todos los integrantes nos dedicamos a tiempo completo a este proyecto que también está respaldado por la Empresa Caricatos. Con el paso de los años, la composición del grupo ha cambiado y por ello, aunque nuestro propósito continúa siendo el de animar los espacios públicos de la ciudad, ahora tenemos concepciones diferentes. No se trata de hacer un espectáculo en la calle sino de pensar nuestra creación en ese espacio, y eso es lo que nos define.

¿Qué distingue a Gigantería?

Hacemos espectáculos en plazas, intervenciones performáticas, estatuas vivientes, acrobacias, bailes, muñequería gigante y música en vivo en los espacios públicos. Como centro de todo ello, nuestros personajes exploran la técnica de los zancos que constituye un medio de investigación creativa.

Trabajamos desde una visión contemporánea, dando a conocer la técnica de una modalidad llamada “equilibrio de lujo”. Con los pies sobre la tierra la vida se ve de una forma y cuando sostienes tu ser sobre dos estrechas vigas de madera todo cambia, y a partir de ese cambio, creamos. Además de hacer nuestros espectáculos, animamos galas, conciertos, eventos. Hemos hecho más de dos mil intervenciones públicas y desde el comienzo de la compañía salimos cuatro veces por semana.

¿Cuánto y cómo aporta a su creación artística la interacción con el público?

Si uno no es capaz de incorporar a una viejita que ven- de maní o a un perro que te ladra, no es arte callejero. Cada lugar tiene su propia dinámica y este tipo de experiencia brinda la posibilidad de trastocar esa energía, de revitalizarla, de transformarla desde la magia de lo fantástico.

Eso es algo que cambia todos los días, porque la ciudad en sí misma es una entidad viva que se transforma permanentemente, como nos pasa a todos los que en ella creamos. Por lo tanto, el teatro de calle es un modo continuo de intercambio con la comunidad, un proyecto que se plantea ser comunitario hacia adentro y que, a la vez, es comunitario hacia afuera. En el Centro Histórico, que es nuestro ámbito de creación, existe un ambiente muy dinámico que nos permite este tipo de actuación. Es por eso que digo que nuestro trabajo se ha transformado mucho y a la vez sigue siendo el mismo, porque las personas para las que trabajamos han cambiado y eso provoca que, bajo iguales presupuestos, nuestras actuaciones sean diferentes.

*Este texto es una colaboración del equipo de periodistas de la pasada edición de Habana Vieja: ciudad en movimiento

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