Los flamencos rosados de Río Máximo

Llegan tarde -dice Loidy- ya los muchachos se metieron en el Fango. Deben estar de regreso en una hora.

Esto parece cualquier lugar menos Cuba, cabría pensar. Tierra seca, agrietada, árida,que deja tras de sí la marea cuando baja. Kilómetros cuadrados de fango y troncos muertos que alguna vez fueron un bosque. La altura del suelo es tan escasa aquí, que cada vez que se eleva una décima el nivel del océano, el agua salada penetra cientos de metros costa adentro. Por allá un cráneo de vaca semienterrado, y más acá yace un huevo de ave del cual nunca nació un pichón. Pero dentro de unos minutos, en medio de este escenario muerto -apocalíptico, postnuclear- ocurrirá un acontecimiento extraordinario.

La Reserva de Fauna Desembocadura del Río Máximo está ubicada al norte de la provincia de Camagüey. En Cuba apenas se conoce que es el lugar donde confluye la mayor cantidad de flamencos rosados en todo el planeta. “De Las Bahamas vienen, y de la Florida -comenta Fefo. Y vienen justo aquí porque la cercanía de agua dulce y el fondo bajo y fangoso son el lugar ideal para la nidificación”.

Los nidos son una suerte columnas de tierra que los flamencos levantan desde el fondo con sus patas. “Lo más curioso es que usando la misma materia prima los flamencos logran que la base de la ´torre´ sea sólida, mientras que la superior -donde debe descansar el huevo- es suave, como un colchoncito. Y fíjate si son duros que te puedes hasta parar sobre ellos. La naturaleza es sabia, muchacho. A mí no deja de sorprenderme cada día”.

José Concepción Morales, Fefo, nació hace sesenta años en los alrededores del poblado de Minas. Hijo de campesinos pobres, se hizo maestro con la Revolución e impartía biología en un preuniversitario en La Sola, al norte de Camagüey. En aquella época a los profesores se les exigía trabajo científico de terreno, y fue así como vino a parar a este desolado paisaje, a estudiar el fenómeno natural más curioso de la zona: una enorme agrupación de flamencos rosados reportada desde los años 50 por los pilotos que sobrevolaban la desembocadura del Río Máximo.

Todo empezó en un vara en tierra, donde sobrevivía a la plaga de mosquitos para sacar los primeros reportes de avistamiento. Fefo cada vez fue permanenciendo más tiempo, hasta que finalmente se mudó de manera definitiva. Y fue así que se trajo también a Loydi, su esposa, descendiente -comenta él entre risas- de “la más rancia aristocracia de Nuevitas”. Primero fue la observación, luego vino el proyecto de conservación -unido al de las tortugas de la Península de Guanahacabibes y el de los cocodrilos de la Ciénaga de Zapata. Más tarde la zona fue declarada Reserva de Fauna, y Fefo pasó a ser el responsable del proyecto.

Los flamencos que transitan por la desembocadura del Río Máximo solo se quedan durante el periodo de reproducción. “Antes, los contábamos por decenas de miles. Hoy, gracias al trabajo de conservación, superan los 120 mil”.

Otra razón del incremento de la población de flamencos en Río Máximo fue que no se tomó en cuenta el impacto ecológico en el diseño del pedraplén de Morón, Cayo Coco. “Aunque después lo solucionaron en el de Caibarién (Cayo Santa María), la deficiente cantidad de puentes cambió el sistema de corrientes marinas de la zona y con ello la alimentación de los flamencos. Es por ello que acabaron mudándose para acá”.

Tras el apareamiento, los flamencos continúan su migración hacia el sur, dejando a las crías al cuidado de un pequeño grupo de adultos conocidos como “nodrizas”. Ellos enseñan a las crías a alimentarse, a encontrar el agua dulce, y finalmente a volar. Entonces la migración regresa, y los pichones nacidos el año anterior se suman finalmente al viaje que sus padres emprenden finalizado el nuevo ciclo de reproducción.

Cuando las crías tienen cierto tamaño y se pueden distinguir los mejores ejemplares, se realiza el anillamiento. Se seleccionan 250 y se les colocan cilindros plásticos en una pata; estos llevan impreso un número de serie que servirá para estudiar luego las migraciones. El material de los anillos no les crea ningún daño físico ni les dificulta el vuelo.

El proyecto de conservación ha ido creciendo hasta involucrar a los habitantes de Mola, el remoto batey de una antigua colonia cañera que casi perdió su “razón de estar” tras la desactivación de los centrales en el 2002.

Además de brindar empleo de forma rotativa a la tercera parte de los habitantes de Mola, Fefo les ha enseñado dos cosas: a diversificar su alimentación y el amor a la naturaleza. Es por ello que el anillamiento se ha convertido, con el paso del tiempo, en el acontecimiento local. Ocurre entre finales de julio y principios de agosto y se espera durante todo el año, como se esperan las parrandas en San Juan de los Remedios o los Carnavales en Santiago de Cuba.

Casi nadie durmió aquella anoche en Mola

-¡Vienen!

El sol de agosto cae a plomo y los ojos se encogen a pesar de las gafas de sol. El calor que emana del suelo distorsiona el horizonte, pero aun así comienza a vislumbrarse la gran mancha de color gris que se acerca.

“A la gente le sorprende ver flamencos de color cenizo -decía ayer Fefo- porque piensan que nacen rosados. El color lo adquieren entre el año y medio y los dos años por causa de una sustancia llamada Beta-Carotene que contiene la comida”.

Ya llegan. La multitud de aves se aproxima rodeada por los hombres y los niños de Mola que los dirigen gritando en tanto agitan los brazos. Pero esto es más que un simple pastoreo. El graznido de los flamencos se mezcla con las voces de los hombres. Marchan juntos y una energía extraña se deja sentir, emergiendo de la comunión del ave y el hombre que no la lleva a un corral o a un matadero, sino a dar un paso más en su estudio y su cuidado.

A una “jaula” de redes de pesca los trasladan, pero solo será durante unas horas. Fefo camina entre ellos señalando a los mejores ejemplares. Uno a uno son separados y se trasladan a donde se les colocará el anillo. Allí se esmeran ahora Loydi y las mujeres del pueblo; con ternura de madre colocan las piezas en las patas de los pichones que luego son entregados a los niños. Estos, a su vez, los trasladan cargados hasta cierta distancia y finalmente los liberan. Otro grupo de buenas crías es separado para su cuidado en cautiverio y su posterior comercialización en zoológicos del mundo.

Tras casi dos horas de labor y rayando el mediodía se han agotado los anillos. No queda otra cosa por hacer que liberar a los flamencos aún cautivos y retirarse a descansar.

Pero Fefo solo va por la mitad de su día. Ahora está coordinando su próximo viaje a la ciudad, porque anda “guapeando unas gomas que le mandaron de la Habana para el camión y se desaparecieron en Camagüey”.

José Concepción Morales es un hombre sabio. Aún viviendo en medio de esa suerte de Macondo, cuestiona la actualidad nacional o internacional con argumentos sólidos. En su voz pueden venir lo mismo una broma que un buen consejo. O Martí, que brota de forma natural. Tal vez aquellas largas jornadas solo, en un vara en tierra, le dieron tiempo para reflexionar sobre la vida, lejos de distracciones mundanas. O ha sido acaso el saberse responsable por las vidas de los hombres y las aves que tiene a su cuidado, en medio de tanta tierra seca, agrietada, árida, que deja tras de sí la marea cuando baja…

-¡Oye que no es fácil, compadre! ¡Tener que ir a Camagüey a fajarme por cuatro gomas! ¡Como si los flamencos no le dieran a uno bastante trabajo!

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