Más que peluquero, artista

Llego después de un largo camino. Las escaleras del edificio se prometen largas. Y lo son. Cuesta arriba me acompañan excelentes dibujos pintados sobre la pared. Pregunto por Papito y me hacen pasar. He llegado de sopetón y aun así me dedicará unos minutos de su tiempo. Espero sentado en un sofá, mientras lo veo pasar de un cliente a otro, ora cortando cabello, ora peinando. El salón es diferente a todos los que antes he visitado, con obras de artistas plásticos y objetos antiguos rescatados del abandono.

Papito no para a pesar de tener varios trabajadores en su peluquería. Los clientes vienen por él, un peluquero que ha marcado estilo desde hace doce años.

Vengo a entrevistarlo para indagar cómo se ha reflejado en su trabajo la actualización del modelo económico del país. Según datos publicados, al cierre de 2011 la cifra de cuentapropistas (trabajadores no estatales) era de unas 358 000 personas, y se prevé que este año otras 240 000 se sumen a esta alternativa de ocupación. Entre las licencias más demandadas en Cuba se encuentra la de elaboración y venta de alimentos, que abarca desde los restaurantes hasta los pequeños puestos de venta en la calle; la de transporte y carga de pasajeros y la de productores y vendedores de artículos de uso en el hogar.

Papito es un pionero en este modo de integrarse a la economía del país. Se llama Gilberto Valladares Reina, pero todo el mundo lo conoce por su apodo. Tiene 42 años y desde 1999 maneja Arte Corte, un proyecto económico cultural que desde un principio agrupó a varios peluqueros y barberos del país interesados en hacer trascender su oficio más allá de cortar cabello, partiendo de tres bases: el arte, la historia y el oficio.

“La peluquería es una manifestación artística. Este es un mundo muy creativo, así que me considero un creador”. Me dice sin dudar un momento. Se le nota convencido. Papito es el fundador del primer museo de la barbería en Cuba y exhibe en su salón la colección más grande del país de obras plásticas con el tema de la peluquería y la barbería.

“Ahora mismo puedo trabajar con más tranquilidad. Hoy el sistema tributario me resulta más cómodo. Hace unos años no podía tener trabajadores en mi peluquería. Yo los tenía, pero sabía que no estaba permitido. Ahora, realmente me siento mejor pudiéndolos tener sin que sea una ilegalidad, eso es un avance. Otra de las cosas buenas es que estamos aportándole a la sociedad nuevos empleos”.

“Este es un mundo muy competitivo. Ya se puede hablar de un movimiento de peluquería en Cuba y esto hace que la competencia se sienta. Ya no solo son los peluqueros, sino también pequeños empresarios que han abierto sus salones y los tienen muy bien equipados”.

“Nosotros tenemos la ventaja de la experiencia. Con doce años de trabajo, hemos ido madurando y aprendiendo. Pero me parece excelente que la gente se prepare”.

Duda en responderme cuando le pregunto si se siente un empresario. “En otra escala sí. Yo pienso que lo soy. Los empresarios tienen diferentes escalas. En el caso nuestro somos microempresarios. A partir del momento en que uno decide llevar un negocio, por muy pequeño que sea, debe asumir que está llevando una empresa. Creo que el peso no está en el significado mismo de la palabra, sino en cómo se asume día a día el negocio. En mi caso particular llevo también un proyecto cultural. Entonces quiero crear un proyecto económico con conciencia social, crear un proyecto económico para poder crear proyectos sociales”.

La cuadra donde Papito tiene su salón Arte Corte, se ha convertido con los años en todo un ejemplo de proyecto comunitario. Su idea es crear el Callejón de los peluqueros, el Café El Fígaro y una tienda de souvenirs con temas de peluquería. Todo esto con la participación de los vecinos del lugar. Actualmente tiene una escuela de peluquería y barbería, una galería y un pequeño parque. El proyecto Arte Corte plantea el concepto y los vecinos los desarrollan con esfuerzo propio convirtiendo la cuadra en un espacio comunitario de crecimiento económico.

Otros datos indican que la mayoría de los trabajadores está entre 40 y 49 años o son mayores de 60, ha aumentado la proporción de mujeres y ha subido el nivel académico de quienes integran el sector. “A nosotros como proyecto, nos interesa mucho el trabajo con los jóvenes. Nuestra escuela, creada con la colaboración de la Oficina de Historiador de la Ciudad, está pensada para enseñar el oficio de barbería y peluquería y estimular a los jóvenes de la comunidad a aprenderlos. Queremos además extenderlo a otros oficios. Creo que para poder desarrollar proyectos económicos con personas jóvenes, hay que crear las condiciones de formación para prepararlos. Hay que hacer escuelas de oficios con calidad que estimulen a los jóvenes a aprender. Debemos crear una cultura de los oficios desde la misma base, porque todos son importantes”.

Casi terminando me comenta algunas cosas que, en su opinión, podrían mejorar esta actividad económica: “No es justo que todos los trabajadores de mi sector tributemos lo mismo aunque estemos en lugares muy distintos. No es lo mismo trabajar en esta área tan concurrida de la ciudad a hacerlo en un área rural. Creo que se deben estudiar esos cambios, aunque puede que ya lo estén haciendo”.

No debo demorarlo más. La clientela reclama su atención. Le dejo colocándose su cartuchera llena de tijeras y dedicando una sonrisa a una persona que entra. Me despido rápido. Otra vez la escalera.
 

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