Matar a Céspedes

Organizando aquella (otra) guerra necesaria, el hombre de La Edad de Oro dijo:

“De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya”.

Carlos Manuel Perfecto del Carmen y López del Castillo (1819-1874) tenía todo el abolengo del mundo para morir en sábanas de hilo, pero terminó su vida en un barranco de las serranías orientales abandonándolo todo, incluso su condición de poeta y escritor. En 1872, dos años antes de morir a manos de un Congreso leguleyo, le escribió a su segunda esposa, Ana de Quesada (1843-1910):

Por las mañanas el monte de Cuabas, que entreveo a espaldas de mi morada, a través de una arboleda, toma en su base un color ceniciento muy oscuro; mas besan su cumbre los rayos del sol naciente y se percibe el brillo diáfano y tembloroso de la esmeralda. Luce en la cima una diadema elíptica de niebla blanquecina por sobre la cual se lanza el inmenso espacio azul del cielo. Un ruiseñor se posa entonces en algún árbol a la orilla del río y me envía sus armoniosos trinos, que a pesar de la distancia, recojo bastante bien en las alas de las brisas. No contento, sin embargo, con oírlo de lejos, deseoso de asistir a un concierto de esos músicos de los bosques, que me aseguraron cantaban en bandadas al son de las aguas en que refrescan sus piquillos, me trasladé a la margen del río en ocasión en que dejaban jugar en libertad sus gargantas flautadas; pero ay, semejantes a los niños melindrosos, se negaron a dejarme saborear sus melodías…

Y antes pudo escribir: “Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana”.

A pesar de su altura, sobre él se ha venido configurando un discurso como de picazón y hormigueo, de mucho más ruido que nueces, que empieza por negarnos sustancia y suficiencia históricas a los cubanos para declararnos, sin ton ni son, graciosamente, “españoles de ultramar”, como si nada hubiera pasado en siglo y medio, como si sobre el puente no hubiera aguas turbulentas, y polvareda, y sudor, y vidas cegadas, como si se estuviera, en fin, en presencia de un mal chiste.

Es también, por extensión, una manera de negarle cuerpo a mexicanos, colombianos, peruanos, chilenos, dominicanos…, propia de lo que el propio Martí considerara alguna vez la mentalidad sietemesina. Y que desde luego termina queriéndolo sacar de los libros y la memoria bajo acusaciones de oportunista, de afán de protagonismo y hasta de baladí.

El intento de matar a Céspedes no tiene nada de original, también se ha tratado de aplicar a José Martí. Pero su pensamiento y su obra están ahí, para quienes quieran estudiarlo sin cortapisas ni exégetas apresurados y livianos. Ello no implica idealizarlo o colocarlo en un pedestal despojándolo de su humanidad toda, incluso en su conservadurismo, sino, como principio, honrándolo por la gesta emancipadora que inició en La Demajagua hace 150 años, en sus logros, dificultades y contradicciones.

Eso es o debería ser el 10 de Octubre para todos los cubanos de buena voluntad. El día de la Patria.

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