¡Tú quieres vivir como Carmelina!

Carmelina Arechabala (centro), al lado de su hija Teresita. Foto: recorte de prensa de la época.

Carmelina Arechabala (centro), al lado de su hija Teresita. Foto: recorte de prensa de la época.

En la Cuba de los años 40 y 50 abundó mucho un tipo de personaje, masculino o femenino, que representaba al clásico “arrecostao”: nunca trabaja, no coge lucha con nada, y siempre tiene a alguien que lo apoye o lo mantenga a lo grande. En fin, eran los zánganos o mariposones con bronces en los pies, a quienes sus familiares o amigos les gritaban a cada rato: “Oye, espabílate, tú sólo quieres vivir como Carmelina”.

Claro, no todos sabían entonces que este llamado de atención, hijo bastardo del imaginario popular, tenía unas raíces históricas imposibles de negar.

Prodigio de supervivencia y espontaneidad, el musical refrán referido a Carmelina, evocado hasta el cansancio y transmitido de generación en generación en toda la Isla, devino en arma mortífera en boca de la madre que recrimina a la hija o el hijo no dados a los deberes hogareños; de la suegra que arrincona a su nuera, jovencita y floja; y del envidioso que odia a su vecina, pues esta viste bien y tiene muchos lujos…

Todavía muchos se preguntan si Carmelina Arechabala fue la del refrán… Foto: Archivos de Bohemia.

Sus orígenes hay que buscarlos en la villa de Cárdenas, donde vivió Carmelina Arechabala, nieta de don José Arechabala y Aldama, emigrante vasco que había llegado a Cuba con 15 años, lleno de ambición y temple, e hija de Carmela Arechabala y de José Arechabala Sainz. La dama en cuestión, luego de casarse en Madrid con el doctor cardenense Miguel Ángel de Arechabala y Torrontegui, y de tener varios hijos, quedó viuda sorpresivamente en 1946 y heredó una de las más grandes fortunas de la Cuba de esos calendarios, la cual le permitió vivir a lo ancho y competir con las primeras damas, esposas o amantes de políticos renombrados e hijas de magnates.

Los bienes de la familia Arechabala en Cárdenas tuvieron su punto de partida en un alambique fundado por don José en 1878 con el nombre de La Vizcaya, el cual se transformó en la década del 20 del siglo anterior en la Compañía José Arechabala S.A, dirigida con el paso de los años por el padre de Carmelina –muerto a manos de unos secuestradores–, su esposo y otros miembros del clan.

A la destilería de rones y aguardientes, que llegó a producir el famoso ron Havana Club, emblema nacional desde hace décadas, se unieron una terminal marítima de embarque con líneas ferroviarias y de cabotaje, una refinería de azúcar, plantas de mieles y siropes y una fábrica de confituras, entre varios negocios más, que fueron una permanente fuente de empleo para los moradores de toda la provincia de Matanzas. En su etapa de mayor esplendor, este emporio industrial publicó la revista mensual Gordejuela, el nombre del municipio vizcaíno donde nació don José.

Publicidad del ron Havana Club fabricado por Arechabala. Foto: Archivos de Bohemia

Por supuesto, la vida de Carmelina, a quien se le veía ir y venir desde la casa señorial de la familia a otra solariega situada en las afueras de Cárdenas; desde los arenales de Varadero, a la España de sus abuelos, se transformó en una utopía de opulencia y  comodidad para la mayoría de las personas, en una aspiración idílica de escapar de las penurias de la existencia cotidiana. Y allí mismo surgió aquello de “vivir como Carmelina”, un dicho que desde el occidente emigró a toda la Isla y aún hoy llena de horror a los haraganes más empedernidos.

No obstante, es bueno apuntar que la tal Carmelina no fue exactamente una tonta de capirote con una existencia muelle e inútil, a pesar de que no entró en la universidad. Supo dividir su vida entre los usuales deberes de madre y la asistencia a diversas actividades benéficas, religiosas, culturales, deportivas y sociales, patrocinadas por sus empresas y, según algunos, sobresalió por su sencillez, elegancia, responsabilidad y buen gusto.

Varios testimoniantes han asegurado, además, que fue amable, dulce, bonita… y hasta generosa. Una historiadora local, ya entrada en años, dijo no hace muchos años en un programa costumbrista de Radio Taíno que “Carmelina trataba a todos muy bien e incluso usaba a cada rato un delantal para cocinar ella misma”.

Carmelina tuvo una intensa vida social. Foto: Archivos de Bohemia.

Aun así hay algunos que le niegan el protagonismo del referido aforismo. Entre ellos figura el sobrino nieto de Javier Marqués Arechabala, quien en una entrevista concedida a la Bohemia no. 4 de 1992 es rotundo sobre el tema: “Ella no tiene ninguna relación con el origen del refrán. Sé lo que dice la gente en Cárdenas. Y no me sorprende. Me acuerdo de la vida de la familia. Pero ese dicho se encuentra en más de una película extranjera. Y yo mismo recuerdo haber oído la frase hace mucho en España, a lo mejor viene de allá”.

“No, yo se lo digo, ponle el corcho, ella no es la del proverbio”, indica, por su parte,una vieja amiga de Carmelina, también de sangre azul, que prefiere el anonimato.

En ambos casos se pone de manifiesto el insistente deseo de los Arechabala y de su entorno de desvincular su apellido aristocrático de una expresión que, para ellos, tiene el tufito de lo popular y arrabalero.

En fin, el dilema de la autenticidad y origen de la sentencia sigue en pie. Los más íntimos no alimentan la leyenda que los cardenenses han tejido en torno a su famosa, aunque tampoco se han empeñado en refutarla con todas las de la ley. ¿Fue acuñada la frase en Cuba?, ¿llegó de la península y se aplatanó aquí? Ya casi da igual, los miles de moradores de Cárdenas están seguros de que su principesca Carmelina es la Carmelina de la célebre locución. Y si usted va a esa ciudad, se empeñarán en convencerlo.

En lo particular pienso que –más allá de los mitos regionales– las coincidencias entre el enunciado y la Carmelina de carne y hueso, ícono de la abundancia, son, en realidad, demasiadas. ¿Usted qué cree?

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