Crespo, ¿el único ocupa “legal” en Cuba?

Jorge Luis Crespo. Foto: Lianet Fleites.

Jorge Luis Crespo. Foto: Lianet Fleites.

A Jorge Luis Crespo Jacomino, o simplemente Crespo, se le puede encontrar casi todo el tiempo en El Mejunje de Santa Clara. Aquí ha establecido su campamento desde donde opera para mantener su sustento, no solo material, sino también espiritual. Amen de las propinas que recibe por su atención voluntaria a los visitantes extranjeros, también siente satisfacción en explicar la historia y programación de tan peculiar institución cultural, así como cualquier otro interés. Cuando sus conocimientos no alcanzan, acude a alguien que pueda compensar la curiosidad de los forasteros.

Pero Crespo es allí algo más que un guía turístico por cuenta propia, es habitual igualmente su colaboración constante en la organización de la intensa vida cultural del lugar, tiene un peculiar olfato para  saber cuándo aparecer y qué se necesita en cada momento. Esta disposición lo ha convertido en un personaje sumamente popular y pintoresco entre los que frecuentan El Mejunje, incluso, allende las fronteras del mundo, su imagen de rastafari es notoria en cámaras, móviles e incluso, ha aparecido en periódicos, revistas y productos audiovisuales tomados en el lugar. También fue entrevistado por la televisora Telesur.

El Mejunje. Foto: Kaloian.
El Mejunje. Foto: Kaloian.

La vida de Crespo no fue siempre tan cívica, fraterna y querida como lo vemos ahora, su trayectoria existencial hasta el día en que descubrió El Mejunje estuvo llena de sucesos no siempre positivos o agradables.

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Foto: Alexis Castañeda.
Foto: Alexis Castañeda.

Yo nací en el pueblo de Ranchuelo el 4 de julio de 1964, un día igual al que en los Estados Unidos celebran su independencia. Vine al mundo de un “tarrito” que mi papá pegó con mi mamá, él vivía en el pueblo de Esperanza, allí tenía su mujer y tres hijos más; se llamaba Magdaleno y era trompetista de la Orquesta del Circo Villa Clara. Mamá tuvo que batirse sola para criarnos a nosotros que somos seis hermanos, ella trabajaba en Santa Clara y nos dejaba con el abuelo.

Fui primero deportista, participé en tres campeonatos nacionales de hockey sobre césped, iba a integrar el Equipo Nacional pero como no estudiaba ni trabajaba pues no pude. Fui a esos eventos deportivos apuntado como trabajador de Transporte y Carga por camiones, pero eso era mentira.

Cuando todavía no había cumplido 16 años ya trabajaba en la fábrica de cigarros de Ranchuelo, de allí sacaba paquetes que luego vendía en la calle, hasta que la policía me sorprendió y fui a parar por primera vez a la cárcel. La cosa estaba dura y tenía que inventar, pero me cogieron y me echaron seis meses. Trabajé luego en la fábrica de traviesas y en la Terminal de ómnibus de Ranchuelo. Fui a parar varias veces más a la prisión por escándalo público y broncas.

En el ochenta mi papá se fue con los que le decían escoria, cuando me enteré fui a su casa a buscar la trompeta, pero mi hermano ya la había cogido. Recuerdo que venían convocando para gritarle ofensas a los que se iban y tirarle huevos, yo y otros amigos aprovechamos para tirarle a un calvo descarado que había allí en el pueblo y que era el que más vociferaba contra los que se iban.

Allá en el “yuma” mi papá tuvo dos hijos, después cayó preso, los niños fueron para un orfanato, pero fueron adoptadas por unos viejitos que tenían mucho dinero. Cuando los muchachos crecieron lo rastrearon por todo New York hasta que lo encontraron y lo llevaron para su casa, ya estaba muy viejo y murió al poco tiempo, ellos avisaron a Cuba de su muerte.

Luego comencé a trabajar en Transporte, ahora si era de verdad, no me metí más en problemas. Estuve diez años en este trabajo hasta que un día me enredaron en un delito que no cometí, se perdió un dinero en el merendero de la terminal, lo cogió una mujer y me culparon a mí, eso fue una injusticia porque no me hacía falta robar, no la pasaba mal. Esa vez me echaron siete meses, salí a los cinco y en Transporte me tenían guardada la plaza, pero no pude ir para allí porque ya tenía el SIDA y me ingresaron en el sanatorio.

Estuve en este encierro ocho años, comencé entonces a venir al Mejunje con acompañantes, después cuando me daban pase me quedaba aquí porque sentía pena ir para mi pueblo donde todo el mundo me conocía. Cuando aquello tener esa enfermedad era muy mal mirado, la gente te huía. Cuando cerraron el sanatorio en Santa Clara querían mandarme para Sancti Spíritus pero me negué, dije que yo era de esta provincia y no tenía que hacer nada allá. Recogí mi poca ropa, un televisor y un refrigerador que me habían dado y los traje para El Mejunje, luego los vendí para poder ir viviendo.

En El Mejunje viví más de un año, dormía dentro de una caja de muerto que se utilizaba en la obra Nuevas aventuras de Juan Quinquín; si había frío dentro de la caja, en verano arriba de la tapa.

La policía no me podía ver porque desde entonces no tengo documento de identidad, cada cinco minutos me estaban montando en la perseguidora y para la unidad. Un día el jefe de la policía en Santa Clara, Darias, cuando me vio llegar dijo “¿Crespo otra vez? No lo bajen, déjenlo aquí ya”.

Alguien me dijo que un local cerca de aquí, en la otra cuadra, estaba vacío. En ese tiempo siempre andaba con un mulato nigeriano que se llamaba Samuel. Un día le dije que iba a ocurrir un hecho histórico, él me preguntó preocupado, pero yo le insistí que era algo histórico. Esa noche, después que terminamos de fiestar por allá por el parque Vidal bajamos hacia acá, pasé por El Mejunje y seguí. El nigeriano me dijo: Dónde tú vas, si tú vives aquí. Le dije que me siguiera, y al llegar frente al local cerrado le di duro con el pie al cristal de la puerta y lo rompí. El pobre nigeriano salió corriendo y se paró en la esquina, me decía: Oye, estás loco, tú eres cubano pero yo no.

Entré por el hueco abierto, abrí la puerta por dentro y fui a la panadería, compre dos cañas de pan, volví y me acosté en un mostrador que había dentro del local. Al otro día me levanté y fui para la policía, llegué hasta la oficina de Darias y le dije: No sé qué vas hacer conmigo, me metí en tal lugar, si quieres me encierras pero ya lo hice, me miró un rato y me contestó: Si te meto preso tengo que darte casa y comida, mejor te quedas ahí y no te busques líos. Si te dicen algo no hagas lo que tú acostumbras hacer. En esa época cuando la policía me acosaba yo me quitaba la ropa y me quedaba en cueros. Si alguien te moleta, me dijo Darias, me ves y resolvemos la situación.

Ya llevo ocho años ahí, creo que soy el único occupy “legal” que hay en Cuba, e indocumentado porque tampoco tengo carnet de identidad. Han venido extranjeros y le han tirado fotos a mi casa, la han filmado por dentro y por fuera. Siempre me acompaña algún perro que recojo en las calles, pienso que son como yo, necesitados de cariño y atención, los curo y alimento y luego los regalo.

Foto: Alexis Castañeda.
Foto: Alexis Castañeda.

De mis hermanos norteamericanos no he sabido más nada, ahora deben tener 18 y 20 años de edad. Dicen que quieren venir a conocerme, espero que algún día me encuentren.

El Mejunje sigue siendo mi verdadera casa, aquí todos me quieren, aquí he conocido lo que es una familia de verdad. Siempre creo que no voy a llegar al otro año, pero aquí estoy.

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Crespo levanta retadora su cabeza, mira al cielo y se golpea muy fuerte el pecho, gesto que es característico en él, empina su infaltable vasito de ron y afirma con voz gutural: Yo soy el “animar”, arrastrando con fuerza la forzada “r” final, calificativo por el que muchos también lo llaman y que él se ha encargado de poner entre los numerosos grafitis del Mejunje.

Crespo, el animal. Foto: Alexis Castañeda.
Crespo, el animar. Foto: Alexis Castañeda.
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