Dejad que los gays vengan a mí

Humboldt 52, el bar gay de moda, ya es la efigie del estereotipo. El show de la travesti que interpreta a Rocío Jurado entre espasmos y golpes a puño cerrado en el medio del pecho, y la congregación de pingueros con sus viejos extranjeros colgándoles del cuello como arrugadas mantas de visón.

“Dejad que los gays vengan a mí”, parecen decir los dueños de Humboldt 52, que no abrieron el bar porque son muy buenos, sino porque son muy inteligentes. Los dueños se dieron cuenta (y no son los primeros en hacerlo), de que si un público paga lo que tenga que pagar por tener dónde divertirse libremente en las noches es el público gay.

Con la apertura al Cuentapropismo y la aprobación de la Ley de Inversión Extranjera en Cuba, más de un negocio particular ha pensado seriamente en volverse homosexual. Ahora ser amistoso con la causa gay es rentable en La Habana.

Humboldt 52, estratégicamente ubicado cerca de las calles 23 y Malecón y, por tanto, en uno de los circuitos nocturnos gay más activos en La Habana, abre todos los días de la semana, desde el 25 de mayo del año pasado. Mariela Castro estuvo en su inauguración.

El Gueto

La idea del gueto cuando vas a las fiestas gay no es tan descabellada. Muchos de estos sitios nocturnos son lo más parecido a cofradías estrictamente cerradas y exclusivas, donde las personas homosexuales se recluyen del mundo externo, y se confinan a un aislamiento que es el resultado inconsciente de la propia búsqueda de la libertad: la libertad, por error, trocada en encierro.

Hace un mes le hice la pregunta a Mariela Castro. ¿Es el gueto lo que suprime la exclusión? Mariela Castro respondió:

“Lo que nosotros defendemos es que la población LGBTI[1] ocupe los mismos espacios que la población heterosexual. Hay lugares en los que espontáneamente ha surgido este tipo de espectáculo donde va población LGBTI. Para nosotros no están considerados como guetos, sino como espacios artísticos de preferencias culturales. No estamos a favor del gueto, sino de la integración social: que todos participemos en todo”.

Federico Graña, un activista uruguayo que estuvo de visita en Cuba durante el mes de mayo cuando se celebró la VII Jornada Contra la Homofobia, habló de cómo se han operado en Uruguay los cambios en favor de la inclusión de la población homosexual en las dinámicas comunes.

“En Uruguay –cuenta Federico- hace tres años dos muchachos que se besaron en una discoteca “heterosexual” fueron expulsados de allí. Esto causó un escándalo, y a raíz del hecho se realizó gran cantidad de “movidas”. Así es que se avanza.

“Veo que aquí hay un proceso para generar los cambios necesarios a través del Código de Familia. Eso hay que acelerarlo”.

“En mi país nos reunimos con sindicatos, con feministas, con organizaciones afro, o sea, intentamos incluir en nuestra causa a una plataforma social amplia. En 2004 las encuestas en Uruguay decían que solo el 38 por ciento de la población apoyaba las uniones de parejas del mismo sexo. A los pocos días de aprobarse la ley se hizo una encuesta que arrojó un 56 por ciento de la población a favor de la ley. Y eso se construyó en 10 años. Cambiándole la cabeza a la sociedad”.

La subasta

Pasa una cosa en Humboldt 52. Algo que da ganas de esconder la cara entre las manos. Que te pone a pensar en qué momento todos los lugares nocturnos gay desembocan en lo mismo, incluso los que, como Humboldt, están llenando el ostensible hueco que ha dejado la homofobia secular en Cuba.

Los viernes, durante el show semanal de la travesti Gala, los dueños del bar llevan a algunos strippers rudos y de hombros curtidos para cebar el morbo de la multitud.

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Nótese que los strippers en la mayoría de los sitios nocturnos gay son básicamente los mismos. Muchachos que en su  mayoría se dicen heterosexuales, pero que cuando bajan del escenario y se ponen toda la ropa que se habían quitado, pasean y pasean por el club, macizos y estúpidamente orondos, y terminan algunas veces enredados con alguna groupie o con algún extranjero. Al gay común no lo miran, siempre tienen los ojos puestos en presas más poderosas.

En Humboldt 52, sin embargo, las caras de los strippers son caras diferentes, aún tímidas. Rostros principiantes que ahora pasan alguna clase de entrenamiento inicial. Pupilos que nadie sabe de dónde salen.

La travesti los presenta y luego les echa encima pomos de agua mineral, y la gente se vuelve loca cuando los ve secarse el pecho con el dorso de sus manos rústicas. Entonces la travesti, que no tiene una idea ni así de cercana de lo que es animar un show, dice, en tono gracioso, unas líneas parecidas a estas:

– “Miren, señores, aquí tenemos a este hermoso ejemplar rubio. ¡Qué ojos, señores, qué ojos! Miren, señores, a este ejemplar moreno, para los que les guste el color púrpura”.

Y lo primero que a uno le viene a la cabeza es una subasta y la travesti diciendo “¿quién da más, señores, quién da más?: queda esta bicicleta vendida al caballero de la segunda fila”.

Lo que debería ser sexy se convierte en un episodio grotesco y repugnante. En el bar gay de moda el cuerpo del hombre es, los viernes, una vulgar atracción de feria.

Antes los despreciábamos, ahora les sacamos el dinero

Hace aproximadamente un año, cuando Humboldt 52 apenas comenzaba, Le  Chansonier, un bar-restaurante del Vedado, se volvió gay de la noche a la mañana. Le Chansonier fue durante un tiempo el sitio nocturno de moda para muchos gays. Cuando cerró repentinamente (dicen que por una bronca),  Humboldt, que hasta el momento era un bar inofensivo poco tomado en cuenta, y que solo se llenaba medianamente algunos fines de semana, comenzó su etapa dorada.

Otros negocios particulares no han tenido tanta suerte como Humboldt, donde los dueños deben estar haciéndose millonarios. Entre otras cosas, el progreso de cualquier negocio particular depende de su ubicación física en la ciudad. No hay mayor cantidad de gays reunidos en La Habana que en las cercanías de 23 y Malecón. Humboldt está a solo una cuadra del Malecón.

Las Estaciones, por ejemplo, es un bar particular de condiciones muy decorosas que comenzó hace apenas 4 meses dedicando la noche del jueves al público gay, y aunque ha dado resultado (ya además del jueves abren los viernes y los sábados para este público) queda en la Habana Vieja, perdido entre calles poco populosas.

Los bares tienen una ventaja y es que no tienes que pagar para entrar. Te puedes pasar la noche (y es lo que hacen muchos)  esperando que alguien te invite a un trago o alargando una cerveza. Una cerveza allí es como para alargarla lo más que se pueda.

La más barata ya está multada. Los cocteles están de 2 cuc para arriba. Y 2 son 4 y  2 son 6 y dos son 8, y sin darte cuenta puedes gastar cuatro sueldos antes de que el bar cierre, a las 4 de la madrugada.

Un par de años atrás ningún negocio (ni particular ni estatal) dedicaba un espacio diario y públicamente asumido para los gays El homosexual ha sido, históricamente, una de las escorias más perniciosas ora para la Revolución, ora para una parte grande de la sociedad machista cubana que no iba a permitir que dos tipos se cogieran de la boca frente a ellos.

No es malo que abran lugares permisibles para los gays ahora, lo malo es que el beneplácito se lo cobren tan caro. Lo malo es darse cuenta de que la moral, además de con el tiempo, cambia con el dinero.

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[1] Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales.

Dejad que los gays vengan a mí es el segundo trabajo -luego de La manzana envenenada– de una serie sobre los giros económicos que se han operado en Cuba en la última década y cómo estos han cambiado el panorama nocturno de la ciudad para los gays, dónde prefieren divertirse los gays en la noche habanera y cómo funcionan estos lugares.

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