Demografía instantánea: pánico del día después

Nunca he sido muy entendido en materia de demografía, pero luego de ver un programa televisivo (aproximación al periodismo crítico que goza de gran popularidad) en que se trató el asunto de la baja tasa de fecundidad en la Isla, me parece saber un poquito menos que antes.

Según la investigación de marras, las mujeres cubanas no paren porque la economía está muy mala, o bien se aventuran a tener un(a) solo(a) niño(a) y postergan considerablemente la llegada del mismo.

Al respecto los reporteros encontraron serias deficiencias en los mecanismos de producción y distribución de los productos de canastilla que el estado cubano garantiza a todas las gestantes; y demostraron con objetividad las bondades de un sistema de atención médica a embarazadas y neonatos que alcanza resultados envidiables por buena parte del mundo.

El programa cerró su discurso, no obstante, con una persuasión abierta a la fecundidad sin darle mucha trascendencia a las determinaciones económicas que mueven las actitudes de la gente. Algo así como que es necesario procrear y reproducirnos —acaso como curieles en pradera exuberante—, para contrarrestar el fenómeno visible del envejecimiento poblacional.

Y cuál es el sentido de esto, uno se preguntaría. ¿Que seamos más para que toquen a menos las 156 mil toneladas de carne de cerdo que según cifras oficiales se produjeron en Cuba durante 2013…? ¿Para que haya 10 en vez de 4 personas por casita y dinamizar así la industria de fabricación de literas para las shopping? ¿Se trata de que seamos más para que haya más gente en edad de producir, sin considerar la desventura social que implica la multiplicación de personas en el sentido inverso a la multiplicación de panes y peces?

Parecerían razonamientos inadecuados, casi tanto como el de sugerir a los más viejos una especie de suicidio altruista en beneficio de la importante curvita demográfica. Sobre todo porque no está claro si existe una política pública encaminada a elevar la tasa de fecundidad más allá del Programa Materno Infantil (que busca disminuir aún más la mortalidad de madres y recién nacidos).

¿El objetivo es que nos salven los que están por llegar, y pasarle a ellos la papa caliente de nuestra economía, o debemos nosotros, pueblo culto y valiente, garantizar primero un buen porvenir a los que están por venir? Obviamente no conviene tratar el asunto a la ligera.

Yo me siento responsable de mi hijo y de mis futuros hijos, y claro que cuento con ellos para cuando no pueda valerme por mí mismo, pero no pretendo cargarlos con las desgracias que no he podido resolver, ni tener 25 de ellos y premeditar el cálculo siguiente: son 25…. suponiendo que se vayan 7 para La Habana y 17 para Miami, aún me quedará uno, presente y responsable, que me atienda como Dios manda…

Mis hijos serán el resultado de lo que yo sea capaz de lograr con ellos en el plano moral a través de la educación familiar, pero también de las oportunidades de prosperidad que esta sociedad les ofrezca. Las probabilidades matemáticas indican que mientras mayor sea la tasa de fecundidad pues mejor; pero igual otras probabilidades, las socioeconómicas, predicen que mientras más hijos sean en peores condiciones aterrizarán en el panorama económico de la Cuba de ahora mismo, y menos propensos serán luego a quedarse aquí o a participar de alguna forma en la transformación de dicho panorama. Mi emigrante generación de infancia de los 90 ofrece la prueba irrefutable.

Al final no me parece que las mujeres cubanas retarden y/o limiten sus proyectos de familia porque la economía esté mala, sino porque piensan que su economía hogareña no estará mejor ni a corto ni a mediano plazos, y en general cuentan con cultura suficiente para valorar escenarios personales antes de lanzarse a la reproducción irresponsable. Todo esto al margen de las cifras de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y de los grandes proyectos previstos para el incremento de bienes y servicios.

Ese sería entonces un buen tema de debate para un foro público: las expectativas de la gente y sus esperanzas particulares en cuanto a prosperidad, lo cual es un factor que determina no solo las ganas de participar en los cambios que acontecen cada vez con impactos más directos en la pequeña economía, sino también la representación cultural que el cubano tiene de “el cubano”.

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