Carmen Paumier Galán: sanadora

Carmen Paumier Galán / Foto: Alain L. Gutiérrez.

Carmen Paumier Galán / Foto: Alain L. Gutiérrez.

A la orilla del mar, en la misma playa de Duaba, por donde desembarcó Maceo hace más de un siglo, encontré a esta interesante señora con muchas cosas que contar y muchos sabores en su cocina. Cierto es que llegué buscando sus cucuruchos de coco hechos con miel y almendras, pero luego encontré una historia de fe y sanación.

Carmen tiene 82 años. Nació en Baracoa, Guantánamo, a la orilla del río Toa, y a los 22 años se fue a vivir a la orilla del Duaba, con su esposo. Lleva 58 años casada, tiene cinco hijos, tres hembras y dos varones; once nietos y diez bisnietos.

Cuando tenía nueve años mi mamá me mandó a una tienda a hacer unas compras. En el camino pasé por una casa donde había una niña dando gritos. Yo soy muy curiosa, así que fui a averiguar. La niña no podía comer ni dormir y la madre estaba desesperada. Cuando ya me iba de la casa sentí una voz en el oído que me decía: “¡Despójala, despójala!”. Yo miraba para los lados pero no veía a nadie. No sabía despojar, pero sí aprendí a rezar por un libro de catecismo que tenía. Me sabía el “Padre Nuestro”, el “Ave María”, el “Bendito”… Así que me dio idea de agarrar un gajo de salvia, le pedí un poco de perfume a la madre de la niña y se lo unté al gajo.

Así comencé a despojar a la muchachita, a rezar y a pedirle a Dios: “Gran Poder de Dios. Tú que todo lo puedes, yo te pido que sanes a esta niña y le des la salud”. La niña se fue quedando tranquilita hasta que se durmió. Otra vez la voz volvió a mi oído, para que le dijera a la madre que la niña iba a dormir mucho, que no se asustara. Al salir de la casa rompí el gajo y lo boté. Llegué a mi casa le conté a mi mamá lo que había pasado y ella me dijo que eso era una “gracia” que me habían dado.

Después era yo quien curaba a mis hermanos en la casa. Les hacía tisanas, les daba remedios. Yo he sanado muchas dolencias. Personas con dolores de cabeza, en los brazos, las piernas, niños con mal de ojo.

Cuando vienen a curarse conmigo, yo no sé qué tienen los enfermos pero hay alguien que me dice: “Tienes que hacer este remedio…”, y me lo explica. No me explica qué tiene, si no qué debo hacer para curarlo. Me dice las yerbas a usar y el modo de usarlas, en emplastos, zumos, cocimientos, como sea… Me lo dice todo al oído, y creo que es la voz de una mujer porque es una voz muy fina. Tampoco sé cómo se llama la dueña de la voz.

Me intriga saber qué es Carmen. ¿Brujera, santera, espiritista? ¡No! ¡No soy brujera! Casi se ofende. Tampoco soy espiritista porque no paso muertos. Yo soy, vamos a decirlo así, como una persona que tiene un don para hacer bien a todo el que pueda.

Ahora mismo estoy operada de la vista. Casi ni veo pero no le niego mis servicios a nadie. Mi hija y mi esposo me ayudan a buscar lo que necesito cuando estoy curando. ¿Por qué no se ha sanado usted misma? ¿Usted no ha oído decir que el médico no se puede curar él mismo? No me han dado el don para curarme a mí misma.

Ya he perdido la cuenta de a cuántos he sanado. Sobre todo vienen personas mayores. Vienen a mí antes de ir al médico. Yo les digo: ¡Pero, señores, vayan al médico que es gratis! Y ellos responden que tienen más fe en mí.

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