Cuba: el inaplazable diálogo con su diáspora

Foto: Amílcar Pérez Riverol

Foto: Amílcar Pérez Riverol

Hace algunos días coincidieron sobre mi mesa dos textos gametos, de esos que cuando se juntan son capaces de engendrar, como en la biología, viva progenie. Los textos eran un post de mi hermano, publicado en su muro de facebook y el discurso Los Pinos Nuevos, que pronunciara José Martí en el Liceo de Tampa, en noviembre 27 de 1891. Mi hermano, como yo, es uno de los millones de cubanos que “escogieron” vivir temporal o definitivamente fuera de Cuba. Informático, joven, Doctor en Ciencias que hoy programa para un grupo de investigación de la Universidad de Cambridge, aquella de Watson-Crick y sus cervezas, la de Stephen Hawking y su teoría de todo. En su texto mi hermano me (nos) formula la pregunta: -¿hasta cuándo las autoridades de nuestro país pretenden dinamitar la construcción del puente que comunique a Cuba con su diáspora? ¿Cuándo entenderán que el futuro de la nación, incluso a pesar de ellos, pasa inexorablemente por la reconciliación con su exilio? ¿Cuándo entenderán, -y yo digo, entenderemos- que la Cuba a la que todos aspiramos no llegará a ser nunca si sigue partida en las mitades de dentro y fuera, sin establecer un puente sólido donde no existan puntos de frontera?

Las preguntas de mi hermano y la visión de Martí hablando al exilio, en la necesidad de que se juntaran por la Cuba que esperaba, me lanzaron en busca de datos, de estadísticas sólidas, arbitradas si se quiere, que me permitieran acercarme lo más objetivamente a la lógica de las interrogantes formuladas. Y de paso responder a la pregunta ¿puede nuestro país continuar aplazando el diálogo, la incorporación de su diáspora a la toma de decisiones y acciones en torno a la construcción de su futuro?

Las respuestas comenzaron a configurarse rápidamente. Las estadísticas, su lógica que en este caso no es nada fría, sino como decimos acá “un tema caliente”, se constituyeron desde el inicio en sólidas razones para comenzar a construir ese puente. Son sus primeras piedras. Más de 2,5 millones de cubanos viven hoy fuera de la isla. Eso representa, por ejemplo, el total de la población de La Habana y Artemisa si tenemos en cuenta las cifras del Anuario Estadístico de Cuba-2012, publicado por  la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) [1]. Este documento informa que en ese año la población total del país era de 11 163 934 personas. Usando  matemática de bodega llegamos al resultado de que alrededor de uno de cada cuatro cubanos vive hoy en el exterior. Otro dato bien interesante es que según la propia oficina, la proyección para el 2030 es de una disminución de la población cubana en más de un cuarto de millón de personas. Poniendo el dato nuevamente en perspectiva se trata de una reducción cercana a la mitad de la población actual de Pinar del Río o de la población cubana comprendida entre los 30-34 años. Pero hay más en el anuario -y aquí recuerdo eso que tantas veces nos preguntamos los cubanos: ¿cuántos salimos cada año de Cuba? ¿puede la nación sostener el ritmo de ese drenaje? Según la ONE, cerca 46 662 cubanos salieron del país en 2012. Esta es la cifra más alta desde 1994. Resulta llamativo además  que desde 2001 hasta 2011 el promedio de salidas fue de alrededor de 35 000 por año, la mayoría de los cuales, resalto, corresponden a personas que se encuentran en edad laboral. Las cifras, las estadísticas, entonces, no dejan lugar a duda, Cuba se está yendo de Cuba.  Y sobre todo aquella que más puede trabajar por su presente y decidir por su futuro. Hecho que unido al creciente envejecimiento de la población, y a la disminución de la natalidad, destacan la importancia de una reconciliación con el exilio.  Con la Cuba que fue, o si prefieren, se fue. La Matemática, tan exacta, tan despojada de las nubes con que a veces entramos en este tipo de análisis, tan despojada de emociones, no deja lugar a dudas: Cuba tendrá que  hacer las paces y diseñar su futuro contando con su exilio.

Metido ya en el argumento de los números busqué entonces la respuesta a un tema que se ha convertido casi en mito dentro y fuera de la isla. La famosa afirmación de que nuestros niveles de emigración son los más grandes no ya de Latinoamérica, sino del mundo – bien sabemos que por aquí nos gusta llevarlo todo a la tremenda. Encuentro entonces que según la Organización de Naciones Unidas, en el año 2013 existían en el mundo 232 millones de emigrantes [2] de los que sólo 36.7 millones nacieron en Latinoamérica y el Caribe (LAC). De hecho en ese año la región experimentó el porcentaje más bajo (1,4%) de todo el planeta en cuanto a la relación de número de emigrantes/población total. Si se analizan los datos a nivel global se observa que con excepción de México, ya no Cuba, sino ningún otro país latinoamericano aparece en el top ten de los países con mayores índices de emigración. ¿Y dentro de Latinoamérica? Aquí el análisis es algo diferente, pero no demasiado significativo para justificar esa visión de país desangrándose que muchos tenemos.

Según un informe de la Organización de Estados Americanos (OEA)[3], Cuba posee un 8,7% de emigrantes/población total, valor que es menor que el de México, El Salvador,  Nicaragua, República Dominicana y varias naciones pequeñas del Caribe. Y entonces ¿cuál es la génesis de esta visión cuando se acaban las estadísticas y el hito queda manco de fundamento? La respuesta creo yo está más allá, en lo que no dicen los números. Está en las incendiarias políticas migratorias que el país ha mantenido durante años y que lo han divorciado de esa parte también imprescindible de él que es sin duda su diáspora. Esas políticas que han determinado que la gente se va, y no sencillamente va. Incluso hoy, cuando para la mayoría ir -o irse- no representa un posicionamiento político y lo que es más importante,  una ruptura definitiva. La mayoría de los que en mi generación han tomado la decisión de vivir temporal o definitivamente fuera de Cuba, no sin antes padecer todo cuanto en nosotros se duele de esa decisión, no quieren extirpar a Cuba. Ponerla en el fondo de un cofre. Quieren, y están dispuestos a ayudar en el empeño de verla renovarse, crecer. Sonreír. De ahí que en este caso, la respuesta no está en los números, sino en las actitudes. Y las actitudes justifican la visión, el hito de que no quedará nadie para apagar el faro. Ha llegado por tanto, la hora definitiva de cambiar esas actitudes.

Miro entonces, y releo íntegro, ese otro texto que interrumpe la madera de mi mesa. Desde él consigo oír a Martí hablándonos a todos,  los del exilio en Tampa, sí,  y en Miami, Madrid, Cambridge o Sao Paulo. También a los que están en Cuba. Y no nos divide, o clasifica. Nos llama cubanos. Esa palabra que según él en Con Todos y Para el Bien de Todos, uno la dice  “… y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros…”

Y Martí me habla, le habla a mi hermano, nos habla a todos y dice que Cuba, esa entidad enorme que nos contiene y que está por encima de gobiernos, de políticas, de izquierdas y derechas, volverá a llamarnos. Construirá con todas las manos ese puente inaplazable que ha de llevarnos de regreso.  Que todos, todos, porque lo configuran los números, lo impone este tiempo, y lo predijo Martí, somos los nuevos o novísimos pinos con los que nuestra patria, porque lo necesita y quiere, volverá a contar.

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