Mi primer pasaporte o El derecho a viajar

Tengo ya en mi poder mi primer pasaporte ordinario, vigente hasta el 2020. Las cuatro veces que viajé fuera de Cuba antes (1999, 2000 y 2009) lo hice con el documento oficial que emiten las instituciones cuando tramitan una salida de trabajo, y que luego queda bajo su custodia. De modo que este es, en buena ley, el primer pasaporte mío, de mi propiedad.

Para quienes no nacieron aquí tal vez sea difícil entender el simbolismo que un documento tan prosaico encierra en nuestro país. Mi madre todavía guarda por alguna gaveta de la casa los pasaportes que ella y mi padre solicitaron en los años 60 con el propósito de emigrar a los Estados Unidos, idea de la cual —por suerte para mí, creo— después desistieron.

Mi papá murió sin salir nunca de la Isla. Mi mamá, al parecer, tampoco lo hará. Mis dos hermanos, sobrinas y sobrinos, a pesar de quererlo, todavía no lograron traspasar nuestras fronteras. Somos otra de las tantas familias cubanas ancladas en la maldita circunstancia del agua por todas partes, conmigo como una rara excepción.

Viajar, conocer otras naciones y culturas, es una experiencia vital importante, sobre todo para la formación intelectual. Aunque tal vez —y habrá quienes consideren esto una herejía— sea un placer algo sobreestimado como consecuencia de nuestras peculiares circunstancias. Al fin y al cabo, la vida es más o menos la misma, en sus esencias, en cualquier parte del planeta. Lo exótico, excitante y revelador para nosotros, es la rutina de otros seres humanos, y viceversa.

Pero así y todo queremos viajar. A mí también me gustaría hacerlo más, en nombre incluso de mis padres, y de tanta gente que jamás lo logró. Negarlo sería falso y tonto. Aunque a veces la obediencia o la resignación nos hacen casi persuadirnos a nosotros mismos de que no queremos hacer aquello que no tenemos cómo lograr.

De hecho, pagué los 100 pesos convertibles del impuesto para solicitar mi pasaporte con el resultado de mi trabajo, pero no con mi salario. La dependencia económica que sufrimos la inmensa mayoría de las cubanas y los cubanos para financiarnos un viaje al exterior, incluyendo los trámites más elementales, es inmoral y poco contribuye a sentirnos mejores patriotas.

Si nuestra ciudadanía como norma no siente que puede tener una vida digna y plena con el resultado de su esfuerzo, sin cometer ilegalidades ni pedir favores —y eso incluye el derecho y la posibilidad de salir a conocer otros países—, el sistema social no está funcionando bien, todavía es injusto.

Sin embargo, el asunto no es juntar o pedir dinero para tener un pasaporte y todo lo demás que hace falta para viajar, y dejarles la solución de los problemas y las inequidades a las otras personas. Es en Cuba, y solo en Cuba, donde podemos y tenemos que resolver esto.

No obstante, ya tengo mi pasaporte ordinario. Por tanto, les digo a mis amistades que —como aparecía antes en los anuncios de las permutas— escucho proposiciones.

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