Pasar el fin de año en Cuba

“¡Licho soy yo, mija!”. Es fue lo primero que escuché al descolgar el móvil. En la pantalla decía clarito Cuchi cel., pero realmente no sé si fue mi sonambulismo o la extrañez de la llamada lo que me había hecho preguntar “¿Quién habla?…”

Maidelis o Cuchita (como les decimos sus amigas) es una de esas, casi inseparables, con las que uno comparte desde niñas. Ella al igual que casi todas mis otras “hermanas” emigró hace menos de un año hacia los Estados Unidos.

Acá estudiaba medicina, en la universidad de Bayamo y puedo dar fe que era una de las mejores de su carrera. No obstante otros sueños y aspiraciones la motivaron a abandonar la Isla y lo consiguió apelando a un “matrimonio arreglado”, un casamiento con alguien que se benefició de la reunificación familiar.

A sus 26 años mi amiga se fue de Cuba. La nostalgia de que pasaría mucho tiempo para volvernos a ver se fulminó en el instante en que recibí su llamada una noche de este diciembre, a menos de dos meses de haber dejado yo también mi ciudad para venir a trabajar en La Habana.

La Cuchi vive sola en un departamento en Tampa y se “autosustenta”, como ella dice. Pretende comenzar a estudiar este 2016 y como es de imaginar el costo de la universidad es considerable, por ello decidió venir a pasarse el fin de año, porque seguramente en los meses venideros no tendrá la oportunidad.

Cuando conversábamos por teléfono me comentó que echaba mucho de menos a su familia y se embulló a hacer el viaje porque unos amigos también venían. Ella tenía un dinerito ahorrado y compró el boleto de avión sin pensarlo dos veces.

Conseguir el pasaje, me contó, fue toda una odisea porque, ya se lo habían dicho, “en fin de año todo se vende”. En Tampa ya no quedaban opciones, así que bajó a Miami y consiguió asientos por algo más de 500 dólares.

“Pasar estas fiestas con los tuyos no tiene precio”, insistió ella. “Es impresionante la navidad en los Estados Unidos, pero nada se compara con la calidez humana de un beso sincero de bienvenida”, dice esta viajera casi novata.

Para el viaje ha dispuesto casi todos los ahorros reunidos como trabajadora de un concesionario de autos y una empresa telefónica. Pero no importa, poco más de mil dólares han de ser suficientes para hacer una fiesta con los pocos amigos que quedan en su ciudad y dejar regalos que demuestren que se ha acordado de todos.

Nada de engreimiento ni vanidad en sus deseos. Esas ganas de fiesta y de regalar solo son la confirmación de que, a pesar del cambio de vida tan radical, su personalidad y carisma siguen intactos.

Mi amiga no es la única que regresa. Para estas fechas, muchos familiares, amigos y conocidos deciden pasarse el fin de año en Cuba. La economía de meses de trabajo se puede traducir en algo más de una semana bajo el sol que no perdona, un buen dominó y un puerquito asado.

Hay quien cree que un viaje así siempre denota masoquismo, porque ni las calles han mejorado, ni los precios bajan ni las tiendas están más surtidas. Pero la nostalgia es un arma poderosa y esos que se han ido no tienen conflicto mayor que la necesidad de una mejor vida.

Por ironías del destino, yo (otra suerte de emigrante) no podré ver a la “Cuchi” en nuestro natal Bayamo. Pero soy feliz, por ella y por todos.

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