Un sueño llamado Sur

Calle de la ciudad vieja de Montevideo, Uruguay. Foto: G. J. Rojas.

Calle de la ciudad vieja de Montevideo, Uruguay. Foto: G. J. Rojas.

En Uruguay no pasa nada.

O bueno, sí.

Pasa el tiempo y con él algunas cosas de orden cotidiano. Por ejemplo: un hombre de ochenta y seis años muere en un sanatorio del interior al lado de sus familiares más íntimos; una joven compra 10 gramos de marihuana en una farmacia en Punta del Este y se va a la playa a fumar o un oficinista montevideano se pone de mal genio porque se ponchó su carro y debe aplazar un par de horas su jornada laboral. También pasa que el jugador tal de la selección nacional de fútbol está en duda para el mundial, que el dólar sube conjunta y vertiginosamente en el Río de la Plata y que esa es la razón de la esquizofrenia financiera argentina.

Uruguay es la nación más progresista de la región y también la más tranquila. Si se hiciera una repartición, cada uruguayo sería dueño de tres vacas y dos ovejas porque en el pequeño país austral hay más vacas y ovejas que gente. Por eso, desde que cubanos, venezolanos y dominicanos empezaron a entrar masivamente, el país se ha puesto alerta y la noticia de los recién llegados se roba portadas de diarios y titulares radiales y televisivos. Se ha vuelto un tema político.

Esta parafernalia no ocurre por razones xenófobas ni racistas, sino más bien por puras cuestiones de organización y logística. Finalmente, Uruguay es un país forjado a golpe de migración, y negarla sería prácticamente rechazar el carácter multicultural y cosmopolita de la idiosincrasia charrúa.

Osvaldo García tiene 37 años, es de Matanzas, provincia donde nació, creció y trabajó la mitad de su vida como operario en una fábrica textil. Tiene dos hijos (3 y 14 años) y una esposa que ostenta “una belleza perfecta, cubana a más no poder”. La familia de Osvaldo vive en Cuba con su madre desde principios de año, porque él vendió la casa para ir a buscarse la vida en Chile, país al que su hermano se había marchado un año antes.

La casa la vendió en 7000 CUC; dejó 2000 en manos de su mujer. Según sus cálculos, esa cantidad debe durar mínimo 1 año, mientras él se estabiliza y empieza a enviar dinero.

El destino de Osvaldo es Chile, pero él aún no arriba, incluso después de dos meses de haber salido de Cuba embutido en un vuelo hacia Guyana. Su plan era cruzar Brasil, después Argentina y presentarse en algún límite chileno para pedir refugio, aprovechando que la ley de ese país contempla el principio de no devolución que brinda especial amparo a los extranjeros que demuestran en frontera su vulnerabilidad.

Rambla montevideana. Foto: G. J. Rojas.

El hermano de Osvaldo vive y trabaja en la ciudad balnearia de Viña del Mar. Una vez que llegue, ya tiene lugar para dormir, plato para comer y hasta plaza laboral en el equipo de limpieza de un centro comercial.

Nada más Chile –según datos de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI)– recibió en 2017 un total de 2,619 cubanos. Casi un 2,000 por ciento más que los recibidos el año anterior.

Las consecuencias de esta masiva migración no se hicieron esperar y, desde 2018, el país de Pablo Neruda endureció las políticas migratorias para cubanos, ya que todos llegaban por tierra y se presentaban como refugiados, cuando en realidad todos eran migrantes económicos. Frente a esta crisis, el hermano de Osvaldo fue categórico: “Esperemos unos meses a que todo se normalice”. Pero ya todo estaba en marcha y Osvaldo no podía esperar a nada y, si lo hacía, tendría que ser fuera de Cuba.

En la ciudad amazónica de Boa Vista (Brasil), Osvaldo conoció dos compatriotas que estaban empezando la travesía hacia Uruguay. Según ellos, Uruguay era el mejor destino “no solo porque dan los papeles de residencia muy rápido, sino también porque hay mucho trabajo, sobre todo en los campos”. Así Osvaldo escuchó por primera vez en su vida que en algún lugar de ese país había un pueblo llamado Santa Rosa (Departamento de Canelones), donde había cientos de cubanos que, de alguna manera, forjaban una pequeña y muy próspera sucursal de la Isla en medio de la pampa uruguaya.

Osvaldo viajó con ellos durante varios días. “Eran tipos amables, conversadores, músicos nacidos en Oriente; pero cuando por fin llegamos, la noche anterior a la entrada a Uruguay, ellos prefirieron irse para Argentina, sin compartirme nada, aunque tampoco tenían por qué hacerlo. Yo dudé mucho. No sabía qué hacía ahí, ni qué debía hacer o decir para entrar a Uruguay. Al día siguiente fui para la frontera y me dejaron entrar. Dije lo mismo que debía decir en la frontera con Chile”.

Mientras en Chile la extrema migración cubana ya generaba confusión estadística e incertidumbre demográfica, en Uruguay empezaba a concertarse un fenómeno similar, gracias a la llegada de más de 3,000 isleños en el período 2016-2017. En lo que va de 2018, las cifras ya superaron las 2,000 solicitudes de residencia permanente procedentes de cubanos.

“Los uruguayos no estamos acostumbrados a que lleguen a nuestro país a buscar mejores condiciones de vida. Eso se acabó en el siglo XX con la llegada de cientos de miles de migrantes europeos que, sin embargo, en su gran mayoría preferían destinos como Argentina y Brasil. No obstante, desde 2013 el flujo de gente proveniente del Caribe se ha acentuado radicalmente. Tenemos que ayudarlos, obvio, pero para eso debemos organizarnos política e institucionalmente y eso lleva tiempo… Si siguen llegando masivamente lo que se va a desencadenar es una crisis humanitaria porque nuestra infraestructura es muy chica, incluso débil”, explica Diego Gómez, sociólogo de la Universidad de La República.

Osvaldo llegó a Montevideo el 14 de febrero. Un mes después aún no conseguía trabajo formal. De vez en cuando lo llaman de una concesión que limpia las calles de la ciudad y le pagan por día trabajado. Se ha presentado a algunas entrevistas, pero nunca lo contratan, según él, porque no tiene la “Green Card”.

Toda su inversión se ha ido en gastos que no pueden esperar como el hospedaje, la alimentación y el transporte. Cuando pudo irse a probar suerte a Santa Rosa, decidió abstenerse por creer que siempre la capital ofrecerá más oportunidades que el campo, y además él es “un obrero, no un campesino y los obreros buscamos fábricas, no campos”. Por otro lado, la citación en migración no la tiene hasta mediados de julio y solo ahí podrá acceder “fácilmente” a un empleo.

“Caminando por la ciudad es común escuchar el acento caribeño en cualquier parada de bus, en un quiosco, en una plaza. Esto es bueno para el país, sin duda, es gente trabajadora y amable, con la sangre caliente, que contrasta un poco con nuestro temperamento a veces tan frío y distante. Yo por mi parte intento dar una mano a la gente que lo necesita, porque fue este país el que hizo eso con mis abuelos y está bueno devolverlo. Actualmente en mi negocio trabajan dos cubanos, tres venezolanos, un argentino y cuatro uruguayos”, dice Rodolfo Bordaberry, dueño de un restaurante ubicado en el barrio de Pocitos.

Vista del centro de la ciudad de Montevideo desde el puerto. Foto: G. J. Rojas.

Todos los días Osvaldo habla con su hermano, esperando que le dé el aval para irse definitivamente a Chile. Ha notado que cada vez hay más cubanos que, como él, están buscando un trozo de futuro y eso lo exaspera porque siente que eso se traduce en menos oportunidades para él.

Los miércoles por la tarde practica lucha en el parque Rodó con algunos conocidos del trabajo de limpieza. Su estómago se ha acostumbrado a una estricta dieta de arroz, huevo, pan y salchichas. Dice que si esto se hace insostenible se va a Argentina, trabaja ahí el tiempo necesario –remarca que es una gran pizzero– y si le va bien se queda y si no, sigue camino a Chile.

“Esa estrella de la bandera chilena es la misma estrella de la bandera cubana, incluso tenemos los mimos colores y ahí ya hay algo bró; y no es que yo sea creyente de cosas raras, pero desde que me di cuenta de eso no me lo saco de la cabeza”.

El gobierno uruguayo ha empezado a tomar cartas en el asunto, repensando fórmulas para emprender la “correcta disposición de las cosas” y, agilizando trámites y generando nuevos tipos de visados, poder atajar los aprietos en los que no solo se encuentran los migrantes, sino también el Estado en general, cuyas leyes son templadas en cuanto a inmigración se refiere: ayudar. Sobre todo cuando se trata de una inmigración de no pocos profesionales, como el médico que a mediados de mayo asistió a un cliente que sufrió un colapso en el restaurante donde trabaja como cocinero.

Ahora bien, a todo esto se le suma el reciente escándalo a propósito de posibles “coyotes” que funcionan desde Cuba (como una red de trata de personas) cobrando hasta 4,000 USD para ingresar cubanos a Uruguay. La alarma de las autoridades está encendida y más cuando en el último mes se han experimentado, a las afueras del Ministerio de Relaciones Exteriores, algunas aglomeraciones de cubanos que piden visa.

Desde hace un año Interpol investiga la posible red. Según dijeron al programa uruguayo Así nos va fuentes policiales, se logró determinar que hay unas 20 personas involucradas en Cuba, Guyana, Brasil y Uruguay.

La organización de policía internacional identificó a 14 personas que estarían vinculadas con la organización en Uruguay: cuatro son traficantes y diez colaboradores con alojamientos, traslados y papeles.

La investigación comenzó a raíz de una denuncia de la Comisión de Refugiados de Cancillería y de ciudadanos cubanos que contaron cómo habían llegado a Uruguay, en recorridos en que, por ejemplo, perdieron la pista a compatriotas de los que nunca más tuvieron noticia alguna.

“Yo no pido mucho –dice Osvaldo– trabajo nada más. No volvería a Cuba con las manos vacías, a menos que algo grande pase y el país tenga una nueva oportunidad, y de paso yo también. El tema aquí es económico, claro, pero lo político pesa mucho y eso deberían saberlo en todos los países a los que llegan cubanos: nosotros no nos vamos de Cuba porque queremos, nos vamos porque nos toca, porque no hay otra opción. ¿Tú crees que yo estoy muy feliz lejos de mi familia?”

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