Biografía mínima del G7

Un poco más de quince años han pasado desde el día que llegué al Pre. Con muy buena suerte clasifiqué entre quienes ganaron el IPVCE Federico Engels de Pinar del Río. De Sandino a Pinar, la capital provincial, hay 74 kilómetros que te hacen más o menos guajiro, en dependencia de la dirección que cojas.

Los sandinenses y los mantuanos éramos los más jíbaros. No importa si te habías leído a Salgari hasta la saciedad o te supieras las capitales de todos los países del mundo, existía el fatalismo geográfico. Los muchachos te miraban, te preguntaban; te decían oye-pero-eso-es-lejos… hasta el momento en que todos fuimos del mismo lugar.

Hoy por hacerle justicia a los mejores recuerdos de mi vida quiero enumerar a cada uno de los integrantes de mi grupo.

Comienzo por el 1, Lenay Barceló Soto, la inteligente Lenay que siempre encontraba las soluciones en Física, y defendía a la gente de San Cristóbal por encima de todo, bailadora de casino por herencia, y cumplidora, siempre haciendo todo cuanto había que hacer, un ejemplo de alumna.

El 2 era Dayana Barrera, una sanjuanera de metro y medio, piel canela y sonrisa amplia. Dayana anda hoy por México, haciendo lo mejor que sabe: mostrar las artes y las letras que aprendió en Cuba. En Historia era imbatible.

El 3, Susana Barrios Piñeira, Susi la estomatóloga. Sus ojos no eran ni verdes ni azules ni de ningún otro color definitivo. Eran del color del tiempo. L48a poetisa encantadora del kilómetro 4 de Luis Lazo. Susi era fanática del maquillaje y dejaba colores llamativos en cada recreación.

El 4 nunca pudo dejar de sonreír, Bárbara de la Caridad Cabrera, conocida por Barbi. Hasta en los momentos más difíciles moría de risa, lo más alegre que tuvimos en el grupo.

El 5, otro sanjuanero. Largo y flaco como una vara de tumbar gatos. José Félix Carmona era tan sincero que el día que rompió un foco frente al albergue de las niñas mientras jugaba pelota con sus amigos (entre los cuales me incluyo), decidió dar vuelta atrás al falso testimonio de nombre y grado que habíamos dado para cargar con la culpa del incidente. Al final, tuve que resolver yo el alumbrado de las muchachas con un amigo que trabajaba en el estadio Capitán San Luis de Pinar del Río.

El 6 lo llevaba Isbel Carvajal, hoy americana. De la estirpe sancristobaleña, alta, blanca sonriente y olorosa. Una inteligente que siempre hubo de llegar lejos por el camino de los estudios.

El número 7, Yisel Díaz Álvarez, aquí hay que respirar profundo, esta doctora es la causante del escrito. La que más hizo siempre por la unidad del grupo a posteriori, después de la desintegración y de los caminos tan diferentes que emprendimos. Se encargó de reunirnos a todos por Facebook. Ahí está, moderando la red, pendiente de cada comentario, con un amor por el recuerdo.

Vamos al 8, Keniel Díaz, por allá por “el monstruo” también, cerca de Yisel y tantos otros. Keniel llegó conmigo desde Sandino y durmió tres años en la parte superior de mi litera. No había solución matemática que no encontrara primero que todos. Ni bola en el voleibol que no recibiera de forma perfecta. Keniel me resistió también en el aula, a mi lado, en la mitad de una mesa al final.

Ruberquia era el 9. Una “trigueña de pelo duro” a quien alguna vez le dediqué solo la primera estrofa de un poema de humor adolescente. Me odió un par de días:

Rosa del desierto

Princesa africana

Con un ojo azul

Y el otro de rana.

Resulta que la Rube nació con un raro padecimiento genético, un ojo era totalmente azul y el otro negro.

El 10 correspondió a Glemnys G. García, quien quizá no recuerde tantas cosas. Los tres años en la vocacional se los echó durmiendo.

El 11 lo llevaba Yans González, mi salvavidas humano. Yans vendía cigarrillos y yo que fumaba, aún adeudo unos cuántos cientos con él. Un crack en matemática que terminó siendo abogado, representando empresas en Sandino, donde sigue viviendo.

grupo-1

 

Cada vez que mencionaban el 12 Adaimys daba un salto en su asiento. Otra muchacha alta de la carretera a Luis Lazo. Dejaba todo en manos de Dios. Devota sin límite, y risueña. No podía resistirse a las bromas.

El 13 tenía la suerte de llamarse Frank González, un amigo para toda la vida. A Frank le agradezco la valentía de cada poema y los primeros pasos de marcaje en el casino. Fue él quien me enseñó en 10mo grado. En la fiesta de fin de curso de 12mo grado me regaló una sortija de plata que era una serpiente envolviendo el dedo. En algún momento la perdí, pero el gesto me lo llevaré a la tumba fría cuando cumpla 100 años.

Yuneisis Machado era el 14, penosa y recatada. El 15 Maibel Masiñeira, una blanca avalancha de nieve que podía enfriar el aula con su carácter. De postura erguida, a propósito.

Llevaba el 16 Yeney Maiza, una pequeña rubia natural de ojos azules que tenía el baile perfecto para todos los ritmos. Dígase fiesta y se dice Yeney.

Después Yailín Marimón, 17, la primera en alcanzar el sueño americano. El término “melanina” lo conocí por ella, tan profusa en la biología.

Víctor Manuel Marty, mi mejor amigo de toda la vida, era el 18. La enciclopedia de la historia y la biblia de la nobleza. No hubo padre que llevara más carne a las visitas dominicales que el suyo. El Vity hoy salva vidas en Venezuela como médico.

Y luego era mi turno en la lista. Era un desastre y eso basta.

El 20, Adilec, una fanática del potaje, en un TSU (Trabajo Socialmente Últil) muchos la vimos devorar más de tres bandejas de comida. Hoy me cuentan que defiende las causas nobles desde la abogacía en San Cristóbal, su tierra natal.

Nunca hubiese querido yo contar la triste historia del 21, pero lo que no se cuenta se olvida y nadie, absolutamente nadie, podría olvidar a Dairenis Moreira, que dejó de existir cuando más la necesitábamos, amiga de todos. El jodido cáncer mató la muchacha hermosa que era. Recuerdo su velorio, ese dolor general para toda la escuela. ¿Cuánto habrá sido para quienes la queríamos de cerca, en el aula? Para todos Dairenis fue al cielo a cubrir la belleza en falta. En su ataúd, su labio inferior mordido, tanta rabia le habrá dado abandonar a los vivos.

El 22, Marcel Pulido, el hijo de Marcelino, que trabajaba en la escuela. Con talento innato para los dibujos animados. A todos nos hizo algún tatuaje a lapicero e hizo moverse pequeños muñecos en las páginas de los libros de textos.

Keitia Quintero era el 23. No había letra de Arjona que no recitara de memoria.

El 24, con alma de paloma, era Dunia, de San Luis. Resaltaban sus cachetes rubicundos cuando se encontraba en situaciones vergonzosas, que normalmente no eran vergonzosas, solo que ella era una guajirita tan noble…

El 25, Reinaldo Rodríguez, era el más maduro de los hombres, pausado y muy inteligente.

Luego venía Roberto Carlos, Robe, mi hermano, el 26. Hijo del Ruli, o “el pollito mojado”. Su padre era un profesor de Química tan peculiar que en algún momento lo botó de la clase, junto conmigo.

Rosana B. Rojas entraba en el 27. Dondequiera que había un espacio para escribir ponía: “Rosi Bar”. Llegó un día a mediados de 10mo desde otro grupo para quedarse, el nuestro era el de sus mejores amigas. Rosi siempre fue preciosa, nadie podía decir lo contrario.

Rilaima Santiago, el 28, era la niñita del aula. Todos le cogimos un cariño, porque era débil y tierna. Pronunciaba la r muy a su forma, ni en eso ni en muchas cosas se parecía a nadie la pequeña sanjuanera.

El 29, Aurelis Taboada era la persona más divertida de todo el año, siempre estaba con una sonrisa alegrándoles la vida a los demás. El 30, Ohamnis Urra, nuestra lideresa, hoy mantiene el amor junto a Reinaldo, amor con frutos por allá por Pinar.

Lo único que quiero más que el recuerdo de cada uno de ellos, es que un solo día nos volvamos a ver fuera de un grupo de Facebook. De eso se encargará Yisel. Y el destino.

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