¿Economía de la cultura en Cuba?

 “Vivimos de un encargo en otro y, gracias a Dios que es así, pero  a veces recuerdo con un poco de melancolía la época en que me sentaba a escribir lo que se me ocurría”.
José María Vitier.

¿Cómo se habla de economía en los círculos culturales en Cuba? ¿Es correcto convertir el arte en mercancía? Son parte de las interrogantes que prevalecen en los debates de jóvenes creadores que se citan en el Pabellón Cuba con su espacio “Dialogar,  dialogar” los penúltimos miércoles de cada mes.

Hace unos años esta reunión hubiera sido una utopía, no porque no se pudiera hacer, sino porque el contexto económico era otro… ahora es una necesidad. Aprender sobre autofinanciamiento, planificación, mercado, gestión de talento… ha alcanzado su valía. Las condiciones sociales están exigiendo que se unan espiritualidad y cálculos de rentabilidad.

¿Es posible una economía de la cultura, sin ir en contra de la política cultural cubana?

Prevalecen dudas, obstáculos, barreras… sin embargo la respuesta es afirmativa. El desarrollo de negocios revierte las ganancias en el fortalecimiento de la macroeconomía y la microeconomía, ambas con grandes fisuras. Las políticas sociales y las políticas económicas no van por caminos encontrados. En el mayor de los casos se frenan los procesos por el temor al cambio, por el acomodamiento y por la falta de juicios atinados.

“A los sectores culturales les urge no dejar en el discurso la premura que tenemos en eliminar las plantillas infladas, además de viabilizar y desburocratizar  los procesos” expresó un joven desde el público. No estaba sacando a la luz ningún supersecreto.  A estas alturas del partido resulta asombroso que se abarroten las oficinas de personal sin dominio de su contenido de trabajo y desinteresadas casi totalmente de la función principal de las instituciones donde laboran. Resultado de esto: muchísimos trámites burocráticos.

Rafael de la Oz, Director del Portal Cubarte recordó la fuerte influencia de las tecnologías en “la expansión de las diferentes manifestaciones artísticas”. En este proceso el poder de los medios de comunicación ha aumentado y por ende la rapidez de distribución y consumo. Cuestiones que benefician y perjudican, pues la promoción se puede hacer a grandes escalas; pero no se pueden controlar las ventas de los bienes y servicios culturales.

“La economía de la cultura es una realidad objetiva en Cuba, en tanto que haya emprendedores” expresó Rafael Acosta, profesor titular adjunto en el Instituto Superior del Arte, como respuesta ante este fenómeno y es cierto. Las opciones de rentabilidad se aprenden, se estudian. Las inversiones se planifican. El negocio se ve como un ente vivo, al que se debe respetar, alimentar y cuidar. Así se garantiza el reingreso de las ganancias y se abren caminos para nuevas expresiones espirituales.

El trabajo  y amor que los creadores dedican a la elaboración de una obra artística debe reflejarse en proceso de comercialización, a pesar de los paradigmas que crean los intereses de los consumidores. Afortunadamente, en la actualidad, los artistas siguen dejando volar su imaginación y emprenden proyectos económicos-sociales.

En una búsqueda de alternativas suman a sus productos valores agregados, mejoran el trato al cliente, perfeccionan la capacidad de organización y usan el tiempo de una manera eficiente. Convierten “el pensar con profesionalidad, el dominio de las materias y el compromiso laboral” en retos asumidos en las formas de gestión no estatal.

Los modelos neoclásicos fueron buenos en su momento. Los cambios también lo son. Lo que se está por hacer, el modo en que se perfeccionan y se ponen a la altura de los avances tecnológicos, creativos y productivos, se resolverán en la medida que se mire hacia el camino por recorrer.

Con estos encuentros se ha demostrado que la necesidad de revisar las dinámicas de los procesos culturales despierta las potencialidades creativas que parecían dormidas y hace que se asuma la importancia de la gestión de ganancias comerciales. Es el destierro de silencios absurdos.

 por: Dunia Torres González

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