El pregón de la vida

Berta Hechavarría / Foto de Yander Zamora, tomada del periódico Granma

Berta Hechavarría / Foto de Yander Zamora, tomada del periódico Granma

Parece el personaje de un grabado de Landaluce, que de pronto ha salido al paso. Pañuelo, bata colorida, piel de ácana. Una canasta hace equilibrio en la cabeza. La ciudad la proclamó Pregonera Mayor.

Pero a diferencia de aquellas piezas decimonónicas, Berta Lidia Hechavarría Heredia es libre. Libremente pasea sus libras por las empinadas calles de Santiago de Cuba. Abajo, arriba. O se detiene en un corredor, desciende la canasta y pregona el maní, la miel, los limones y su producto estrella: un preparado de raíces y hojas que vende en botellas de ron.

“Te tomas eso y te salen todos los bichos del cuerpo, te limpia”, afirma. Y empieza a hablar de cálculos, de la próstata, de inflamaciones y de los más diversos padecimientos que asegura aliviar con esa botella.

Le oigo hablar de plantas como la higuereta, el tuba tuba, el romerillo… y quedo anhelante de saber más. Es una sabiduría que llega de sus ancestros africanos. “Yo vengo de allá, de lo profundo”, remata.

Uno insiste, vuelve a preguntar, pero ella no suelta prenda. Los ingredientes exactos, la forma de preparación, son un secreto bien guardado. Incluso, le ofrecieron espacio en una botica; pero Berta no aceptó, porque se considera “un ángel de la calle”.

Ha sido premiada en los festejos del carnaval y en los festivales del pregón. Desfila con las estrellas del Festival del Caribe. Prestó su voz para la presentación de una novela radial. Ha sido protagonista de numerosas crónicas. Es todo un personaje.

Sin embargo, cuando se despeja el folclorismo de la primera impresión, aparece una mujer batalladora, una mujer que no se rinde. Fue lavandera de círculos infantiles. Se ha desempeñado en los más modestos y disímiles trabajos.

Nació en el centro urbano santiaguero el 23 de abril,  hace 84 años; pero su vida la ha desarrollado en Alta Providencia, en El Caney. Donde las frutas son como flores, al modo de decir del compositor Miguel Matamoros.  De allá bajó un día al fallecer su compañero, para completar su sustento y porque “cuando uno se sienta, se muere”.

El sol cae sobre su anatomía, la dibuja. Sigo andando. Su voz antigua va quedando lejos. No hay mejor pregón que su propia vida.

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