Piel Adentro: “Intento zurcir mis costados”

Manuel Augusto Lemus and Carlos Ruiz de la Tejera

Manuel Augusto Lemus and Carlos Ruiz de la Tejera

Se dice cubano  y una dulzura como de suave humanidad s

e esparce en nuestras entrañas

José Martí.

 

 

Las ruletas de Las Vegas le mostraron nuevas maneras de  ver  los trompos y papalotes de su infancia en Guantánamo. Eso afirma Manuel Augusto Lemus Martínez, quien desde 1995 vive en esa ciudad del oeste norteamericano… pero no es extraño encontrárselo ora en Miami o Nueva York, ora en  Madrid o Ciudad México.

Se ha encargado de asentar que nació un 29 de diciembre  “de un año indeterminado y oblicuo”. Nadie lo saca de ahí. Ahora mismo amenaza con “perpetrar contra la comunidad y el medio ambiente, la publicación de versos” en Yo, Augusto bajo el cuidado editorial de la exquisita  Mireya Piñeiro.

Aunque cuenta en su haber con la publicación en suelo norteamericano de Tropismos (2005) o Cartas de Odio, amor y de otras Nimiedades (2011), aunque ha sido incluido en Epigramas (Santiago de Cuba, 1994) o Antología de la poesía cubana del exilio (Valencia, España, 2011), sus investigaciones y arrestos están dispersos en publicaciones de Hispanoamérica y Estados Unidos.

Fundador de Ediciones EntreRíos,editor de la revista digital La Peregrina Magazín y editor asistente de Linden Lane Magazine —longeva publicación de la cultura de habla hispana en Estados Unidos—, Lemus es sobre todo un espíritu exuberante, incansable, inclasificable.

Una vez le encontré a la puerta de su casa, a un paso del corazón de Guantánamo, del parque Martí, de la escultura de La Fama. En realidad,  nunca se ha ido de allí.

Encuentros

Un intelectual  de raíces profundamente cubanas, ¿dónde halla en otra tierra los asideros espirituales y el público interesado en lo que escribe?

Manuel Augusto Lemus / Foto: Cortesía del autor
Manuel Augusto Lemus / Foto: Cortesía del autor

En la fuga, en el resguardo de un talismán verbal que busca nombrar las esencias, a través de la pupila hecha vigilia, rehuyendo desesperadamente de lo más externo y superficial. Vivir a Cuba desde las luces de las grandes urbes, no hace más que permitirnos aquilatar mejor  el legado de José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Martí, Guillermo Cabrera Infante o Severo Sarduy. Ellos fueron paradigmas de la cubanidad y crearon gran parte de su obra desde las latitudes del exilio.

No por azar nacieron juntos conmigo en el mes de diciembre Alicia Alonso, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Dulce María Loynaz, exponentes ilustres que legaron segmentos importantes de su arte desde tierras ajenas o desde el exilio interior. Eso, sin tener en cuenta la diáspora de cubanos por el mundo, ni a los que desde adentro otean el horizonte. La “cubanidad” cuando es genuina, no deja de ser parte de la universalidad.

Si nos permites entrar en una de esas reuniones que propicias con amigos, artistas,  cubanos de todas partes, sobre todo de guantanameros… ¿qué  podemos encontrar?
No permitamos que mi pésimo tino me lleve a querer nombrar a los contertulios de nuestras reuniones: el olvido involuntario de alguno, sería un pecado de lesa amistad. Mi casa es visita habitual de cubanos que viven en la ciudad, o posada de tránsito de cubanos que vienen de visita a Las Vegas desde España, México o de cualquier lugar de Estados Unidos.

Aquí se animan los solares gobernados por la pasión y  rituales que esbozan los hábitos del congrí, la yuca con mojo, el pernil de puerco, sin que falte el casco de guayaba con queso. Hay anécdotas antológicas de las fogosidades de Ena Columbié ―Eva con recio temperamento de Adán—  o de  Vicky González Longoria ―caústica y mordaz—  y de tantos otros que no nombro.

Con frecuencia viajo a  ciudades donde previamente coordino reuniones con escritores y artistas que generalmente hacen añicos mis intenciones de recabar información para los “Archivos Guantanameros”. Todo se convierte en tertulias anárquicas en donde se escucha música cubana, se discute de arte o nos atormentamos con la poesía.

He aquí una anécdota al respecto: Ena Columbié insistió en organizarme un homenaje en un evento paralelo a La Feria del Libro de Miami. Le comenté a mi amiga Zenaida Manfugás ―residente en New Jersey— y me respondió que asistiría. Al colgar el teléfono, pensé en cómo podría permitir que mientras yo desgranara mis malos versos, desde la audiencia estuviera aplaudiendo una gloria de la música cubana como ella. Viramos de palo pa’ rumba, y rendimos el último homenaje en vida que recibió la Manfugás.

¿Poeta, investigador, antologador,  ensayista, conferencista… con cuál te quedas?

Uno es la suma de lo que cree ser, lo que los demás creen que eres y lo ignoto que sólo Dios sabe. Tus saberes, tus vivencias, tus ignorancias, los sueños que se realizan y las realidades que se sueñan. Como en las matrioskas rusas, los géneros son pieles mudables de la esencia del escritor, facetas de un calidoscopio.

¿Cuál es ese instante de tu  vida al que le tomarías una foto y lo colgarías en la sala de tu casa, para que todo el mundo lo pueda ver?

El visitante peregrino que pulse el aldabón de mi puerta puede ver ese “instante” de mi vida: toma y daca de mi existencia, liturgia de mi música y lo raigal de mi alma. Todo ello está en los cabellos canos y sabios de mi madre, nimbada de ternura.

¿En que fase están esos mencionados Archivos Guantanameros en los que vienes trabajando hace tanto tiempo?

Con un carácter utilitario, pero sin finalidad doctrinal ni membretes adheridos, desde hace diez años trabajo en los “Archivos Guantanameros”. Es una especie de Diccionario General conformado por  6 tomos: Letras, Artes, Sociedad, Gobierno, Geografía y Deporte. El primero ya está listo para entrar en imprenta. Por la cantidad de información que clasifica y ordena,  por lo inédito de gran parte de la misma y el despliegue de información gráfica, espero que goce de cierta atención.

¿A estas alturas de la vida, cuando  te miras al espejo, qué encuentras… te atreves a compartirlo?

Encuentro las máscaras de Casal, el nihilismo muriéndose de risa, el travestismo de Lezama, la lubricidad reclinada en el oratorio, el disfraz de Sarduy, la opulencia del rigor. Dialogo con Eliot, Remarque y Whitman. Me tiento palmo a palmo, intento zurcir mis costados, y me digo, como escribí en el poema Carta de la culpa: “Qué extraña ironía de memoria / recordar que no he olvidado nada / nada excepto mi nombre”.

 

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