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Si algo me dejó claro el pasado mundial de Brasil es que la comparación entre Maradona y Messi es un globo inflado. Un globo que muchos se dedican a patear y dominar con la cabeza creyendo que es un balón de fútbol, y sí, puede parecer un balón, Adidas incluso, pero no tiene nada que ver con el fútbol.

(Resulta, Leo, que para llegar al último nivel, el nivel superior, el definitivo, el trascendente, tienes que ganar en un Único Torneo —no importa cuán arbitrario, azaroso o mediocre pueda llegar a ser dicho torneo; no importa que ninguno se parezca a otro— una Copa que la FIFA llama “del Mundo”, sudando de manera rutilante la camiseta del país donde naciste. Un presupuesto lleno de supersticiones y falacias de orden simbólico, pero que al final triunfa por su lógica de videojuego y sus impactantes mayúsculas.)

Fuera de la cancha, sin embargo, la comparación es entretenida. Recordemos De zurda, el programa que emitió Telesur durante el mundial; imaginemos un De zurda con la zurdera lacónica y semiautista de Messi, un Messi Show en lugar de un Maradona Show. En el mismo plató donde Yo Soy El Diego De La Gente habló de su vida y sus milagros, habló con abundancia de imágenes, habló más de la cuenta, habló hasta el borde del ridículo, tendríamos a La Pulga Biónica tartamudeando —“Sí… bueno… es importante… fue lindo…”— o, en el mejor de los casos, recitando en voz baja los lugares comunes que todos esperan y que no dicen nada porque en el fondo él sabe que no hay nada que decir, y si lo hay no sabe o no quiere decirlo.

Como aquella caricatura suya en los descacharrantes Marca Toons, Messi, todo asombro y admiración, hubiera podido soltarle a Maradona ante las cámaras: “Che… ¡te sabes todas las palabras!”

Aunque tal vez la cuestión no sean las palabras sino la sintaxis. Un conocido escritor portugués, António Lobo Antunes, dijo una vez que él quisiera escribir de la misma manera que Messi juega al fútbol. Me acordé de esa frase cuando leí, por estos días, un análisis de Johan Cruyff sobre las ventajas de la baja estatura cuando se tiene el balón en los pies. “Como Messi da un paso cada 30 centímetros”, apuntaba el holandés, “cada vez que pisa tiene la posibilidad de cambiar de dirección o cambiar de idea”.

Tremendo. Lo que en España llaman un cruyffismo.

No sé si Antunes se refería a esto (me temo que no), pero a mí me resulta interesante verlo así. La posibilidad, a cada paso, de cambiar la dirección y cambiar las ideas. Una escritura pequeñita como Messi, quien, y cito ahora a un narrador de Fox Sports, “hace pequeñita la pelota”. Una velocidad diferente en la escritura, como resultado de un proceso de miniaturización.

Sobre la miniaturización, por cierto, ha disertado lo suyo el poeta tunero Carlos Esquivel. En Matando a los pieles rojas (Ediciones Unión, 2008), su formidable libro dedicado al béisbol, estaba aquel texto titulado “Islas, cuerpos” donde los peloteros cubanos eran como postalitas, figuritas, fragmentos en movimiento.

“Hijos que nos mandan / Cansecos de otoño y algunas flores (…)”, decía el poema. Y más adelante: “A veces llegan fotos de Miami, / contienen Osvaldos plásticos, fragmentos de Dukes / sin echar a la playa (…).”

Y ya en su cuaderno más reciente, Once (Ediciones Unión, 2014), ahora dedicado al fútbol —concretamente, al Barça: se trata del primer y único libro culé de la literatura cubana—, Carlos Esquivel elimina las mayúsculas de los nombres propios: “En algún momento fui lo que llaman un kubala, / que es como decir un eto’o, un kluivert, cien de los otros”, leemos desde el mismo inicio, en el poema que abre el volumen (“Iluminaciones”).

Mediante este procedimiento, el name-dropping deportivo deja de hacer referencia a celebridades más o menos legendarias en singular —las ©MarcasRegistradasTM— y empieza a hablar de conjuntos, multiplicidades, zonas, intersecciones. El futbolista, como antes el pelotero, pasa a ser un plural: una especie ocupando espacios, dispersión de formas diminutas.

La frase de Lobo Antunes que mencionaba la usa Esquivel como exergo en otro poema de Once titulado “Álbum de fotos. Lionel Messi 2005 – 2013”. Allí, en un par de versos admirables, el argentino es visto sobre la cancha como “unas formas de ir al tumulto y salir / con el muro vuelto arcilla”.

Creo que la literatura puede decirnos mucho sobre esa pulverización y sus efectos. Frente al muro que es la sintaxis del espectáculo, la sintaxis del periodismo, del mercado y el consumo global: una escritura de (y desde) las partículas.

Con Maradona todo es grande, demasiado grande. El discurso de la divinidad albiceleste, del pibe dorado, es el discurso altisonante del ego, centrado en el ego y sujeto a las trampas del ego. Un gol de Maradona fue bautizado como “La Mano de Dios”; hoy a Messi se le llama el Messias. Lástima. El delirio sigue siendo la magnificencia, y se escapa toda noción de magnitud en sentido contrario.

Lionel Messi o la leyenda del chico que, si no es por las hormonas que se inyectó en las piernas, no hubiera crecido lo poco que creció. “Por suerte tenemos al enano”, le decía a los reporteros un compañero de equipo al finalizar uno de los partidos del mundial. “El enano frotó la lámpara.”

Por esa misma línea de reducción de tamaño, desde la cual teorizaba Cruyff al Messi inatrapable, podemos también llegar, ¿por qué no?, al Messi micro; podemos pensar en un messi corpuscular. O lo que es lo mismo: Messi como una serie de ondas, Messi no como el tipo que frota una lámpara sino como un tipo de energía. Un campo de fuerza. Un campo donde las fuerzas no operen alrededor de un yo sino como un espectro de voces múltiples, deslocalizadas, infinitesimales…

Y siempre más allá, por supuesto, mucho más allá del campo de fútbol.

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