Sigue leyendo: Un poema de José Ramón Sánchez

Entre los libros del poeta neoyorkino Kenneth Goldsmith hay uno titulado The Weather (2005), que consiste en la transcripción de los reportes meteorológicos de todo un año; otro título suyo, Day (2003), es simplemente el ejemplar del New York Times del 1 de septiembre del 2000 transcrito en forma de libro.

Kenneth Goldsmith viene del arte conceptual, era un artista que trabajaba con textos y más tarde se volvió escritor. Así se entienden mejor estos libros que tienen mucho de performance, de ready-made. Literatura como intervención y práctica de frontera. (Según me cuentan, Goldsmith vino a la pasada Bienal de La Habana e impartió una conferencia en el ISA sobre UbuWeb, la plataforma que fundó en 1996 sobre poesía visual, sonora y de vanguardia en sentido general. La conexión a Internet era tan lenta —peor que un viaje de vuelta a 1996— que Goldsmith apenas pudo mostrar sus materiales online. Sin proponérselo, se situó en otra frontera: la que separa prehistoria tecnológica de todos los Times contemporáneos.)

“Poeta conceptual”, le llaman. El escritor lo que hace es seleccionar, copiar & pegar. Apropiación, saqueo, sampleo. Pero tal vez por acá, en la provincia profunda, sea más apropiado hablar del Poeta-recolector. Una cuestión de hábitat. Pienso, por ejemplo, en una voz proveniente de un territorio calcinado además de prehistórico. Guantánamo. José Ramón Sánchez:

Si te cuento lo que hice tú no duermes esta noche.

Hay que utilizar la maquinaria. ¿Qué tú quieres

matar el atraso conmigo? Hazme un hijo. ¿Quién es?

No es mi estudiante. ¿Quién te mandó a tocar?

Ven a ver la pelota a mi casa. La clavé hasta el cuello.

Dios me lo prohíbe. No le puedo hacer esto a mi novio.

Me voy a casar. Yo soy la niña de mi esposo.

Malo fuera con mujeres ¿no? Pero tenía dinero.

Son las líneas iniciales del poema titulado “El derrumbe”, del volumen homónimo publicado por Letras Cubanas hace un par de años. José Ramón Sánchez recolecta voces. Trabaja como sampler, sí, pero da la impresión de que se trata de un homo sampler previo al homo sapiens. Un cavernícola que pega el oído a un tabique de madera, que a ratos escucha parlamentos de videos xxx muy amateurs, donde la iluminación es puro horror y se usa sábila en lugar de lubricante. Aunque el poema se va más adelante por otros derroteros —es un texto largo y, permítanme el neologismo, amvicioso—, despega y coge intensidad con ese chorro de voces anónimas, cruzadas, entremezcladas…

Ve a la casa ve. Eres encantador.

Ponte una perla. ¡Saca! Yo te amo.

El marido de las dos. Él me conviene.

No puedo ni con uno. Oye yo no soy de madera.

[…]

Le voy a pasar la cuenta.

No es fácil no es fácil no es fácil.

¿Adónde tú vas? ¡So perra!

Nunca me he enamorado.

[…]

Nos vemos el viernes Senkiu.

Nada más hay que mirarte allá abajo

para olvidarse de todo. ¿Qué tú quieres

matar el atraso conmigo?

Claro que cualquiera podría objetar que aquí el escritor no recolectó nada sino que se lo inventó todo, o que obedeció el dictado de ciertas voces que sonaban sólo en su cabeza, tal vez en la memoria personal. Bueno. Vayamos entonces a Marabú (Torre de Letras, 2012), el libro artesanal que salió simultáneamente con El derrumbe. En el último poema de aquel cuaderno leíamos:

…Espina del Diablo,

Weyler. Dichrostachys cinerea.

Familia: leguminosas.

Subfamilia: mimosáceas.

Arbusto o árbol pequeño

oriundo de África

que alcanza por lo común

alturas máximas de 4 a 5 metros…

José Ramón Sánchez no está, en rigor, “escribiendo”. Se limita a transcribir un contenido de enciclopedia. A poner en estructura de versos un saber descriptivo que puede leerse en cualquier manual de botánica o de agronomía. La página poética ya no como el espacio de la descarga, sino, técnica y literalmente, del download.

Sus troncos son tortuosos,

con numerosas ramificaciones

gruesas y finas, muy espinosas,

que suelen formar entramados

impenetrables. La corteza es gris

y las espinas solitarias, gruesas

y punzantes, de 1 a 3 cm de largo.

Florece en los meses de abril

a septiembre. Flores hermafroditas: amarillas.

Flores masculinas: rosadas.

Los frutos, lineal coráceos, maduran

hasta el invierno en que secan,

permaneciendo sin caer por algún tiempo.

Semillas obovales comprimidas.

Es muy heliófila y crece desde 0

a 1500 metros sobre el nivel del mar.

Creo que fue el artista Wilfredo Prieto el que dijo algo así como que no le veía sentido a pintar en un lienzo una chiva bajo una mata, si él podía coger directamente la mata y la chiva y exhibirlas como obra de arte. ¿Escribir un poema sobre el marabú?, se habrá preguntado José Ramón Sánchez. ¿Por qué no coger el marabú y meterlo directamente en el poema?

No prolifera con sombra. Naturalizada en toda Cuba

la extensión excesiva comienza

en suelos ligeros, tanto arenosos y ácidos

como calizos y ultrabásicos neutrales.

Prefiere los terrenos arcillosos

y seguir el curso de los ríos.

Una vez establecida se expande y resulta

difícil de erradicar porque sus largas raíces

originan retoños dondequiera que emerjan

a la superficie. Destruye la vegetación natural.

Su corte o quema aumenta el número de retoños.

El marabú, información pura. La consigna parece ser: no alterar, no disfrazar, no poetizar la información. Ponerla tal cual (la planta ready-made). Porque si en un poema escribes la palabra marabú, por esas cosas de la literatura el marabú se te puede convertir en infinidad de cosas, la mayoría de las cuales se virarán contra ti. En una metáfora incluso. Y no: el marabú es el marabú, es lo que es. No requiere representaciones. Ese es el gesto que José Ramón Sánchez le pone delante al lector.

…Su madera es dura,

inmune al ataque de hongos e insectos, de textura fina

y grano recto, difícil de trabajar. Se utiliza como leña

y es muy buena para fabricar carbón. Fija nitrógeno

al suelo.

Llegó a ocupar más de 1.000.000 de hectáreas:

El 10% del territorio nacional.

(Yo nunca nunca he estado frente a un bosque de marabú —esto tampoco es una metáfora—, ni siquiera sé si la palabra bosque es la adecuada, pero ahora mismo me imagino a los troncos diciéndome, irónicamente, como una de aquellas voces de “El derrumbe”: “¿Qué tú quieres, matar el atraso conmigo?”)

Hay un único momento en que José Ramón Sánchez cede a la elocuencia y desliza su voz: el título. El poema del que extraje los fragmentos anteriores se llama “El árbol nacional”.

No era necesario, claro. Pero también hay que tener cuenta que, a veces, es en redundancias como esa que un escritor nos muestra la —nunca mejor dicho— madera con que está hecho.

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