Sigue leyendo: Un vago olor a sangre

Fue hace ya unas semanas, en un partido de la Champions League (otra vez la cosa futbolística, parece una maldición). Los comentaristas, el team más simpático de Fox Sports, airean el perfil del árbitro principal. Lo de siempre: nombre, edad, nacionalidad y (esto siempre me parece un cuento) el oficio extra-arbitral, la profesión “civil”, por así decirlo. El principal del partido en cuestión trabajaba en una empresa del giro de las artes gráficas y la impresión. Algo como eso, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo bien, porque me hizo alzar el volumen del televisor, fue lo que siguió al dato.

En un arranque de entusiasmo predictivo, uno de los comentaristas sugiere que el árbitro debe abandonar su otra actividad, porque todas las cosas impresas están a punto de desaparecer.

—Noooooooo… —dice su compañero (Bizcayart, creo que era, el siempre seguro Don Bizca) con un tono de tampoco exageeeeeeres...— Los libros van a seguir existiendo…

—Claro que van a seguir existiendo —concede el otro—. ¡Se llaman e-books!

Yo miro el fútbol por estas cosas, esencialmente. Cuando menos te lo esperas, asistes a un debate sobre el futuro del libro.

—Eso es en el mundo desarrollado —protesta el defensor de la cultura impresa (mientras rodaba por el césped, a todas estas, un balón europeo completamente ajeno a la discusión)—. En los países subdesarrollados el libro va a permanecer.

¿En serio?, me dije. ¿No será a la inversa? Y de pronto me encontré pensando en ese futuro más o menos cercano en que Cuba va a ser un país subdesarrollado, a secas. ¿Tendremos más libros para entonces? Porque lo cierto es que ahora, en Cuba (no sé cómo va el Mariel, no estoy informado, pero el resto del país es todavía como una gran Zona Especial de Subdesarrollo), el partido lo gana por goleada escandalosa el equipo de los e-books.

Cuando digo partido hablo de la superviviencia lectora, esto es, la capacidad de actualizar y multiplicar tus lecturas. Cuando digo e-books hablo de los archivos doc, rtf, pdf y epub gratuitos que circulan por ahí. Tal vez, estrictamente hablando, no son ni siquiera libros electrónicos, sino una familia de artefactos previos o posteriores a la impresión (y que, por lo general, no tienen nada que ver con la impresión): escaneos piratas, filtraciones de editoras transnacionales, descargas que se trasvasaron de un formato a otro y luego a otro, cajas de texto demasiado estrechas o demasiado anchas, párrafos desguazados, documentos con errores de interlineado…

El que quiera puede copiarse en una flash las obras completas de Kafka, por poner un ejemplo. Y también un título monosilábico con el que me topé hace poco y que aprovecho para recomendar: K., del escritor y editor florentino Roberto Calasso, excelente ensayo que recorre los relatos de Kafka desde su interior —las cursivas son de la nota de Anagrama, el sello que hace cosa de una década lanzó el libro en español para el mundo subdesarrollado; nota de contracubierta que yo leí en digital, en una pantalla—, siguiendo la fisiología de sus historias, en un diálogo que suena como un dúo de jazz contaminado.

Pronto descubrimos que ese diálogo fisiológico, o tema contaminado de jazz, escapa de la cadenciosa madeja de lugares comunes que se conoce como “lo kafkiano”. ¿Dónde empieza y dónde termina lo kafkiano? El tema es complejo y excede el propósito de estas líneas sin propósito. Pero por ahí, en alguna parte, está la huella del albacea y best friend forever de Kafka, Max Brod, quien al decir de Calasso, “conseguía darle un toque kitsch a cualquier cosa”.

K. es un libro lleno de felices ironías (de haberlo conseguido en papel lo hubiera llenado de subrayados). Sobre dos de los más célebres exégetas de Kafka, escribe Calasso: “La naturaleza erótica de la mujeres de El Proceso y El Castillo produce una agitación psíquica incontrolable en Benjamín y Adorno. Como si esos personajes los obligaran a desvelar sus fantasías sexuales más secretas.”

Pienso en Benjamin y Adorno descontrolados, agitados… Si Kafka crea, según Borges, a sus precursores, ¿no pueden acaso sus personajes femeninos originar una saga retroactiva de fantasías eróticas? “La vía de las mujeres”, se llama el capítulo de K. donde se comentan en paralelo varias secuencias de El Proceso y El Castillo. La “vía de las mujeres” también como una manera de entrar en esos libros, en todos sus libros, y de caminar por sus compartimentos.

Para terminar: hay cierta imagen de un Kafka solitario, medio autista, obsesivo-compulsivo, encerrado todo el tiempo escribiendo o procurando escribir (y encerrado, sobre todo, dentro de su cabeza). Él mismo contribuyó a difundirla. Pero también hay testimonios del autor que lee en voz alta para los otros, el que sale de la cueva a compartir lo que ha escrito.

Tenemos a un Kafka jubiloso leyéndole a sus hermanas (¡sus hermanas!) La condena, inmediatamente después de poner el punto final al relato. Tenemos a Kafka leyendo en público La metamorfosis, y el público partiéndose de la risa. Y he aquí que Roberto Calasso nos cuenta:

“Una tarde de noviembre, «con perfecta indiferencia», Kafka lee su «sucia historia» (En la colonia penitenciaria) en una galería de Munich, frente a medio centenar de personas y en presencia de los cuadros de Van Dongen y Vlaminck colgados en las paredes. Se sentía frío como «la boca vacía de una estufa». Mientras leía, el grafólogo Max Pulver tuvo la impresión de que en la sala «se difundía un vago olor a sangre». En un determinado momento se oyó un golpe sordo. Una señora se había desmayado y de inmediato fue evacuada de la sala. Otros salieron antes del final. Otros se quejaban de que la lectura había sido demasiado larga.”

Sigo dándole vueltas a la curiosa escena. Leer hasta el desmayo, se llama eso. La vocecita de alguien que lee en alemán. El sonido monótono. El color de los fauvistas. Y un grafólogo que no necesita examinar el manuscrito: las líneas de la escritura están ahí, difundiéndose en el aire. Como cortes sin cicatrizar.

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