Sigue leyendo: Un cuento de Denis Johnson

Denis Johnson

Este personaje tiene un apodo: Cabeza Jodida. Pero, con permiso de Rodrigo Fresán, que es quien traduce al gran Denis Johnson al español, por un problema de oído y sentido común yo me voy a referir a él como en la versión original: Fuckhead.

“Fui hasta la granja donde vivía Dundun en busca de algo de opio, pero no era mi día”, empieza contándonos el tal Fuckhead. El opio ya se había acabado. Era el día del cumpleaños de Dundun y en la granja vegetaba una pandilla: Beatle, Blue, Jack, McInnes… Este último con una herida de bala en la barriga, porque Dundun acaba de dispararle accidentalmente.

¿Y por qué no lo llevaron al hospital? Bueno, lo intentaron. Por la ventana, Fuckhead contempla un sedán rojo empotrado en una cabaña de la granja vecina. El parabrisas destrozado. ¿Cómo se estrellaron allí?, pregunta, y entonces Jack le dice: “Todo se nos fue de las manos”.

Fuckhead, acompañado de Dundun, monta a McInnes en su carro y salen a toda velocidad “a través de los restos esqueléticos de Iowa”. El paisaje adquiere protagonismo y consistencia:

Íbamos por una carretera larga y recta a través de campos secos que se extendían hasta donde llegaba la vista. Podías pensar que el cielo no tenía nada de aire y que la tierra estaba hecha de papel. En lugar de movernos, nos hacíamos más y más pequeños.

Llega un momento en que Fuckhead dice, simplemente: “Jamás saldremos de esta carretera”.

McInnes se muere en el asiento trasero. Lo arrojan fuera del carro.

“Yo había conocido a Dundun en la cárcel del condado Johnson”, escribe Denis Johnson, poniéndole voz a su Fuckhead. Y más adelante, para terminar, agrega esta pincelada:

Su mano izquierda no sabía lo que estaba haciendo su mano derecha. Ciertas conexiones muy importantes se habían quemado en su interior y ya no había comunicación alguna entre un lado y el otro. Si abriera tu cabeza y pasara por ahí dentro, a través de tu cerebro, uno de esos hierros al rojo vivo que se usan para soldar, yo podría convertirte en alguien así.

Son las últimas líneas del relato titulado “Dundun”. Algo del Midwestern norteamericano, sus restos esqueléticos y quizás también lo violento e impredecible de su clima, aparece de pronto ahí, en ese arrasado —y abierto como una herida— paisaje mental.

“Dundun” forma parte de la cuentinovela Hijo de Jesús, que el año pasado salió en español por Mondadori y que en 1992, cuando se publicó por primera vez en los Estados Unidos, catapultó a su autor a los primeros planos de la literatura norteamericana contemporánea. Pocos años después el libro tuvo una adaptación homónima al cine (Jesus’ Son, en el top ten de 1999 para The New York Times); la película incluía, en un interesante cameo, al propio Denis Johnson.

Digo interesante por dos cosas. Uno, porque Johnson —que nació en Munich en 1949 pero que vive, según dicen, medio recluido en Idaho— tiene fama de lacónico con los medios, así que en una actuación como esa, por mínima que sea, tal vez se pueda leer alguna intención de decir, de marcar algo (por otros medios). Y dos, porque el rol que brevemente interpreta es el de un hombre que llega con una cabeza jodida a una sala de urgencias.

“Urgencias”, así se llama el cuento-capítulo de Hijo de Jesús donde aparece el tipo —¡Johnson!— que trae hundido en su ojo izquierdo el cuchillo que le clavó su mujer mientras dormía. Y claro, en el hospital (a lo mejor el mismo al que nunca llegó McInnes), haciendo trabajo de papeleo y robando pastillas que lo hacían sentir “como un globo gigante lleno de helio”, está Fuckhead presenciando la escena.

Interrogado por la enfermera, el herido explica: “Puedo ver. Pero no puedo cerrar la mano izquierda en un puño porque el cuchillo le está haciendo algo a mi cerebro.”

Es un cuchillo, no un hierro al rojo vivo, pero ahí está de nuevo: las manos, las conexiones neuronales…

El médico de guardia llama a Fuckhead y le pide que localice un oftalmólogo, un neurocirujano y un anestesista. Y añade: “Yo no voy ni siquiera a tocar esa cabeza. Yo sólo voy a mirar. Conozco mis limitaciones.”

En el penúltimo relato del libro —que es, ahora sí, el cuento que iba a comentar— estamos otra vez en un hospital, pero ya lejos de la electricidad estática del Medio Oeste. Fuckhead es ahora un adicto en recuperación que no sólo es capaz de afeitarse a sí mismo, sino también a su compañero de cuarto, Bill. “Manos firmes en el Seattle General”, desde el título, habla de eso: poder tocar una cabeza ajena; sostener, steady hands, una navaja sobre ella.

El cuento es nada más que el diálogo que Fuckhead sostiene con Bill mientras lo está afeitando. Resulta que Bill tiene dos cicatrices, una en cada mejilla: la entrada y la salida de un proyectil. ¿Y quién haló el gatillo? Su mujer.

—Cuando te dispararon y la bala te atravesó la cara, ¿hizo algo interesante después de salir?

—¿Cómo voy a saberlo? No estaba tomando notas. Incluso cuando está atravesándote, lo único que sientes es que te han disparado a la cabeza.

—¿Y esta pequeña cicatriz de aquí, debajo de la patilla?

—No sé. Tal vez nací con ella. No la había visto hasta ahora.

—Algún día la gente leerá sobre ti en un cuento o en un poema. ¿Te describirías a ti mismo para esas personas?

—Oh, no sé. Soy un gordo de mierda, supongo.

—Te lo digo en serio.

—No vas a escribir sobre mí.

—Oye, soy un escritor.

La película tenía un cameo del autor del libro; en estas líneas el autor del libro parece colocarse, entre líneas, al alcance del ojo del lector. Ahí está: con Fuckhead (ex-Fuckhead), hablando con su personaje. La autoironía de un escritor tomando nota: trayectoria de la bala, otra cicatriz…

El final de la conversación es el siguiente. Bill dice:

—Yo soy más viejo que tú. Tú todavía puedes subirte un par de veces más a esta noria y bajarte con tus brazos y piernas en los lugares correctos. Yo no.

—Oye, no te está yendo mal.

—Dilo aquí dentro.

—¿Que lo diga en tu agujero de bala?

—Dilo en mi agujero de bala. Dime que estoy bien.

La crítica ha elogiado a Denis Johnson, con toda justeza, por haber sabido “captar las voces de la América profunda”. Me pregunto si tal acierto de profundidad no tiene que ver también con esto, con los sonidos que produce su propia voz cuando se atraviesa, como si fueran túneles, los huecos abiertos en las cabezas.

Encontrar un agujero, y hablar ahí.

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