Superman, Trafficante y el abogado de la mafia (I)

El hombre de acero local no estaba referido ni a un planeta en destrucción, ni a la lucha contra el mal, ni a la kriptonita. El tamaño de su pene lo hizo un personaje de La Habana nocturna de los 50s.

Entrada lateral al Teatro Shanghái, Manrique no. 507 entre Zanja y Dragones, hoy sede de La Escuela Cubana de Wushu. Foto: Roads and Kingdoms.

Superman fue, sin dudas, uno de los protagonistas más sonados de la vida nocturna de La Habana de los años 50; tanto, que aún hoy su nombre resuena en la memoria colectiva, incluso fuera de la Isla.

A ello contribuyó poderosamente, ya en nuestros días, una escena colocada por Francis Ford Coppola en la segunda parte de El Padrino, cuando Michael y Fredo Corleone coinciden en una exhibición sexual poco antes de que este último recibiera el beso de la muerte de los labios de su propio hermano (“You broke my heart, Fredo”).

No se conocen a ciencia cierta sus orígenes sociales. Pero no debe haber surgido de aquella clase media negra/mulata que mandaba a estudiar a sus hijas a la Escuela Normal. Lo más probable es que naciera en un barrio de humilde a marginal, donde mismo habían venido al mundo otros negros y mulatos poseedores de ciertas habilidades y ventajas comparativas –de la música al deporte– en un medio social y racialmente estratificado.

El zapatero Rolando Laserie (1923-1998), conocido como “El Guapachoso” en el mundo de la música popular; Kid Gavilán (1926-2003), campeón mundial de peso welter entre 1951 y 1954; Orestes “Minnie” Miñoso (1925-2015), un matancero del central España que hizo leyenda con los Chicago White Sox (1951-1957) y primer jugador negro en ingresar en las filas del equipo, así como Benny Moré (1919-1963), un descendiente de esclavos congos nacido en Santa Isabel de las Lajas, vendedor de frutas, viandas y yerbas medicinales cuando emigró a La Habana a mediados de los años 30, son solo cuatro ejemplos en línea.

Su sobrenombre mismo expresa el espíritu de una época, resultado de un proceso de creciente norteamericanización, iniciado de hecho a principios de la República, y que alcanzó su clímax en los años 50. Se expresa no solo en la socialización/extensión de hábitos y costumbres del modo de vida americano, sino también en otras esferas como la cultura de masas y los cómics, entre estos los de Superman, el hombre de acero, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938, pero de mayor alcance social a partir de la serie televisiva Adventures of Superman y del filme Superman and the Mole Men (1951), muy populares en la Cuba de los 50.

El hombre de acero local no estaba referido ni a un planeta en destrucción, ni a la lucha contra el mal, ni a la kriptonita. Pero sí volaba, aunque de otra manera.

Su proeza y su ventaja comparativa en el mercado laboral, más allá de los oficios e ingresos reservados ordinariamente a las personas de su condición social y color de piel, consistía en tener un falo que en estado de erección alcanzaba unas 14 pulgadas, según coinciden en señalar ciertos testimonios de visitantes y tunantes que llegaban a La Habana a ver con sus propios ojos el portento. Estudios médicos contemporáneos establecen que la longitud normal promedio de un pene erecto oscila entre 5,5 y 6,3 pulgadas. Y con eso se ganaba la vida, tanto en presentaciones públicas como privadas.

El suyo era entonces, a todas luces, descomunal. Dos pulgadas más que las reglas de madera entonces disponibles en las tiendas de P. y Fernández, utilizadas tanto en el Colegio Lasalle como en los institutos para señoritas y las escuelas públicas.

La entrada principal, Zanja No. 205. Foto: filme Nuestro hombre en La Habana (1959).

Dos testimonios

Uno de esos visitantes era el novelista Robert Stone (1937-2015), por entonces un joven marine de 17 años del USS Chilton, que un día de 1955 hizo su entrada en la bahía. En “Havana Then and Now”, incluido en la compilación de textos Cuba: True Stories (2011), de Tom Miller, escribe Stone: “En La Habana –me dijo un tripulante con experiencia previa en esos menesteres–, puedes darle la vuelta al mundo solo por un dólar”.

El muchacho tuvo entonces su bautismo de fuego prácticamente al cruzar la calle en el lugar donde el barco había atracado: el Two Brothers Bar, en la Avenida del Puerto, pero en un horario en que las trabajadoras sexuales estaban descansando de la madrugada anterior. “El Two Brothers era un salón viejo ubicado frente al mar, con un gran bar cuadrado y un camarero gordo de Europa central”, relata.

A esa hora –precisa– “tenía de todo, menos mujeres”. Por eso, sin perder demasiado tiempo, se movió junto a otros cófrades a una de las Mecas del placer y los vicios, alcohol en la sangre mediante: “Después de muchos Cuba Libres, decidimos ir al Barrio Chino para un curso de acción más serio”. Y como para otorgar mayor autenticidad de su testimonio, escribe y describe lo siguiente:

Aún recuerdo el nombre del chofer del taxi que nos llevó al burdel del Barrio Chino. Se llamaba Rudy Bradshaw, un inmigrante jamaicano […]. El lugar se llamaba el Blue Moon. Tenía una pared curva de ladrillos de cristal iluminados y un bar con afiches turísticos con fotos de los rascacielos de La Habana. Muchas jóvenes salieron para que les compráramos tragos y las lleváramos escaleras arriba […]. Lo que más se conocía en el mundo de ese Barrio Chino era el teatro Shanghái. Era un local para blue movies [filmes porno, AP] y para el burlesco, sede del show de Superman, la exhibición cumbre del hemisferio. [La palabra subrayada, en español en el original, era un eufemismo utilizado en la época para designar los espectáculos pornográficos, AP].

Era una puesta en escena que combinaba racismo con sexualidad para un mayor golpe de efecto en las audiencias. En la vida monda y lironda, las posibilidades de un encuentro sexual entre un hombre negro y una blanca rubia no encajaban mucho en el marco de lo “normal” y lo socialmente aceptado. El teatro se convertía entonces en una sublimación de lo real y a la vez en medio de transgresión de las barreras sociales.

Two Brothers Bar. Foto Havana-live.

Stone rememora lo que vio en el teatro Shanghái:

Una de las performers era una rubia semidesnuda cuyo comportamiento sugería monotonía, refinamiento y alarma. Como si estuviera, sin saberlo, en un concierto de arpa en una biblioteca pública. ¿Por qué razón de este mundo –parecía preguntar a la multitud brutal y desalmada– estoy aquí en este escenario, en este palacio de puercos de La Habana?

Entonces procede a describir algunos detalles físicos de Superman, “un negro grande y musculoso que asombraba a la multitud y ponía a la rubia en un estado de temblor y desmayo al revelar las dimensiones de su dote”…

El segundo testimonio nos lo brinda el periodista James Brady (1928-2009), de Forbes, en “Cuba before Fidel”, no sin antes dar cuenta del tipo de cubanos que se acercaban a los turistas estadounidenses para ofertarles sus servicios en un momento donde resolver la chaucha no era una empresa fácil en la crisis de los 50, con sus aumentos de precios al consumidor. Un fenómeno de impresionante circularidad, lo que en inglés se conoce como un hustler. Y con obvias connotaciones sexuales:

A mediados de los 50, durante los años finales de la dictadura de Batista, Pete Oldham y yo volamos desde Key West (diez dólares a La Habana en aquellos días) en un viejo DC3 cuyos pilotos todavía estaban limpiándose las margaritas de sus bigotes cuando parqueamos frente al hangar. En La Habana, fuimos tomados rápidamente de la mano por Henry, un taxista multioficio, guía y chulo, quien vio en ese par de jóvenes yanquis a una probable pareja de palomos…

Más adelante aparecen las casi inevitables alusiones a los shows sexuales habaneros, pero a esos que sus economías, dice, no podían pagar. El autor se refiere a los más exclusivos y, por consiguiente, los más caros, porque los había para todos los gustos y precios, de Colón a Pajarito y otros lugares de La Habana:

Había varios shows sexuales altamente recomendados y ampliamente promovidos, pero no podíamos pagarlos. De nuevo, Henry vino al rescate. Dado que yo era reportero, él podría arreglar un encuentro con el legendario Superman, la infatigable estrella del mejor de todos los shows sexuales. Desde luego, se esperaba de mí que escribiera una entrevista favorable para la prensa estadounidense, mayormente sobre Superman, pero con prominentes menciones a Henry.

Brady retrata un Superman que va un paso más allá del de Stone: no solo sus características físicas sino también psicológicas. Era, dice, “un joven cubano afable y bien parecido, pero de ojos dormidos”. E informa sobre el atuendo con que salía a hacer sus levitaciones fálicas: “descalzo, pero con un pantalón de gabardina bien entallado y una camisa blanca colgada de los hombros”, a la manera de las toallas de los boxeadores. Y anota, por último, que “su inglés no era muy fluido”, probablemente adquirido de manera empírica en sus contactos con el turismo estadounidense.

Continuará…

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