Un amigo de los poetas me contó un día…

En 1942 Ángel Martínez Barroto compró un pequeño local en la calle Empedrado 207 donde montó una pequeña bodega que servía a la gente de los alrededores. Cerca de allí tenía su imprenta el tipógrafo Félix Ayón quien se hizo muy amigo de Martínez.

En la imprenta de Félix no había teléfono y cada vez que uno de sus clientes necesitaba hacer una llamada, este lo llevaba a La Casa Martínez, que fue como Ángel le puso a su negocio inicialmente.

Martínez era una cubano muy campechano que a pesar de no haber estudiado cosa alguna relacionada con la literatura, simpatizaba mucho con las conversaciones de los clientes de Felito, en su mayoría jóvenes escritores que iban a la imprenta para revisar alguna que otra plana de sus libros.

Cuentan que Alejo Carpentier y Nicolás Guillén fueron de los primeros en hacerse amigos del bodeguero y su esposa Armejia. La pareja solía invitarlos a un trago cuando terminaban la llamada y después se iban a la parte de atrás de la bodega para probar exquisitos frijoles negros que la mujer preparaba para el almuerzo de los trabajadores.

Así fueron llegando otros escritores que reclamaron a Martínez poder ser incluidos en el menú de cada día. Martínez, que era un buen negociante, habilitó entonces un espacio para los nuevos comensales.

Ya en 1950, La Casa Martínez cambio de nombre porque en definitiva todos le llamaban La Bodeguita del Medio. En esos años comenzaron a visitar el Restaurante varios artistas muy conocidos de la época: el cantante Nat King Cole, el escritor Ernest Hemingway y muchos otros de renombre internacional.
La Bodeguita del Medio comenzó a despertar el interés de los visitantes porque no se hacía más que hablar en toda La Habana de la suculenta comida que allí se ofertaba y de su excelente anfitrión Martínez, quien preparaba además el mejor mojito criollo de Cuba.

Esta historia me la contó una vez un amigo de los poetas. De esa gente a las que los libros le deben una página. Fue hace muchos años cuando recién había llegado a La Habana y no recuerdo ahora cómo se llamaba el amigo de los poetas. Pero nunca olvidé que fue allí donde, me contó aquel amigo de los poetas, donde nacieron las ideas de los mejores poemas de Guillén.
 

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