Welcome to Virginia

Foto: Eric Yanes

Foto: Eric Yanes

En Virginia, Ciego de Ávila, no se dan las manzanas como en Virginia, Estados Unidos. Probablemente muchos de los que viven en la pequeña comunidad avileña, que ni en los mapas está, nunca hayan visto el bíblico fruto, más que en dibujos animados de la Cartoon Network que, dicho sea de paso, se ven en el canal Multivisión ─ a veces─ porque la recepción allí es muy mala.

Virginia, en Ciego de Ávila, no es una zona montañosa, ni tampoco el fin del mundo, como podría sugerir el párrafo anterior. Es un pueblito campo adentro, alejado unos 15 kilómetros de las principales vías de acceso al municipio Ciro Redondo, al que todos siguen nombrando Pina. Si se pregunta cómo llegar le dirán algo así: “coge por la carretera del aeropuerto viejo, dobla a la izquierda en el Callejón del crimen y cuando veas el tanque, ahí está Virginia”.

Cartel de Bienvenida / Foto: Eric Yanes
Cartel de Bienvenida / Foto: Eric Yanes

Lo del aeropuerto es obvio. Estuvo emplazado en la zona el único puerto para aviones de la provincia, antes de que lo mudaran a los cayos. Después de eso, los avileños tienen que llegar o partir en avión desde Camagüey. Dicen que la antigua pista y las instalaciones están en pie y que algunos trabajadores las mantienen en buen estado, tal vez por si un día por allí entran las manzanas de Virginia, Estados Unidos, o salen las guayabas y los mangos de la zona de Ceballos, o cualquier otra cosa que traiga prosperidad.

El Callejón del Crimen le dicen a un camino rural, casi un trillo sin salida, donde tuvo lugar un horrendo asesinato. Cuentan que un ladrón irrumpió en la casa, suponiendo que habría dinero, pues el dueño era carretero durante las zafras. Pero en la vivienda solo estaban la esposa y el niño, y el ladrón se convirtió en asesino.

Y el tanque, bueno… es un tanquesote herrumbroso que se enseñorea a la entrada del batey. Más que tanque parece una nave espacial alienígena, caída del cielo en medio del potrero. Debe funcionar todavía, porque en la casa de Tilo cae agua con presión en la manguera del patio.

Foto: Eric Yanes
Foto: Eric Yanes

¿Tilo?, ah, Tilo es un guajiro añoso que vivía aún más adentro, en un lugar al que llaman La Bija, del que solo quedan algunas casitas en pie y el armatoste de grúa para alzar la caña. Hace unos años Estilo Doroteo Rodríguez, que así se llama el abuelo, decidió dejar detrás el pedazo de suelo donde aprendió a caminar, y “adelantar” unos kilómetros, porque “aquello está destruido mija, no hay más ná que hacer”.

Era aquella, fértil tierra cañera que tributaba sus arrobas al central Ciro Redondo. Luego, con la reducción de la producción azucarera y la reestructuración de esa industria en el país, que terminó con la vida útil de unos cuantos ingenios ─ y el espíritu de muchos más trabajadores ─, el marabú fue ocupando un terreno que, según como va de frondoso e inmune, no va a devolver. Siempre hay quien se aventura y desafía a los mosquitos y las espinas, mientras desbroza maleza para hacer carbón o sembrar frijoles. De camino a Virginia, a veces, uno siente el olor a madera chamuscada; si se tiene suerte, aparecen entre la nada unos promontorios negros, como hormigueros gigantes, exhalando humo.

Tilo / Foto: Eric Yanes
Tilo / Foto: Eric Yanes

La comunidad tiene un humilde parque, un consultorio para el médico de la familia, una escuelita, una bodega… y ya. Un día a la semana llega un vendedor de panes y anuncia el pan suave o el duro. Los “virginianos” deben pagar más caro los productos del agro que no sean capaces de producir, porque los comerciantes ambulantes que pasan por el batey les cobran un impuesto adicional por concepto de transportación. Y para lavar con detergente deben ir hasta el poblado más cercano con un punto de venta en CUC.

“Se muere un poco todos los días el pueblo”, dice Tilo, porque escasean las opciones de trabajo. De los bateyes en La Bija, Campamento, Cangalito casi no queda nada. Sobrevive alguna que otra casita vieja, con techo de guano o tejas de zinc. Ese parece el destino de los pueblitos de campo. La gente se va y no regresa.

Todo parece demasiado tranquilo en Virginia. Una calma que a estas alturas podría provocar estrés a más de un postmoderno (cualquiera sea el significado de la palabra postmoderno). La escasa cobertura telefónica obliga a andar con el celular apuntando al cielo ─ como si tal cosa diera resultado─ creyendo adivinar en la pequeña pantalla al menos una rayita.

En Virginia, Estado Unidos, hay poco que se parezca a su tocaya avileña. Poco, está claro, es un eufemismo, una trampa del lenguaje para no escribir nada. O acaso sí hay, y una encuentra semejanzas, al punto que un día del futuro, si los odios dejan lugar a los afectos, leamos un titular en la prensa que diga más o menos así: Hermanamiento entre Virginia, EEUU, y Virginia, Cuba.
(Cualquiera sea el significado de la palabra hermanamiento).

Virginia / Foto: Eric Yanes
Virginia / Foto: Eric Yanes
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