Vladimir Malakhov se quedó con más ganas de Cuba

Cuatro días de clases y tres funciones parecieron poco a la estrella rusa Vladimir Malakhov y a los bailarines cubanos que compartieron su sueño de volver a bailar en Cuba. El deseo tardó tres años en materializarse y no solo bailarines trabajaron por su consumación, pero algo unió a todos: la danza, que vivida con humildad y respeto, y más que vivida compartida, genera posibilidades al infinito de multiplicar arte a gran escala.

Por el éxito de esa conspiración de energías, Malakhov regresará a Holguín dentro de unos meses con su cara de niño inquieto y dulce. De seguro también querrán volver a esa ciudad del oriente de la isla todos los que disfrutaron de las clases del actual director del Ballet de la Ópera de Berlín y de las funciones realizadas con y para él los días 5, 6 y 7 de diciembre en el Teatro Eddy Suñol.

“Esta ha sido una semana estupenda, pero hoy ha llovido”, reparó el invitado desde el escenario al final de la última gala, el público enmudeció para escucharle. “Son lágrimas de felicidad. Este no es el final sino el comienzo de nuestra amistad. Mi corazón es de ustedes ahora. No digo adiós, digo hasta pronto”, sostuvo con un gesto de beso para el auditorio.

La universalidad del lenguaje del ballet permitió a la estrella de origen ucraniano comunicarse a la perfección con artistas del Ballet de Camagüey; Endedans, de esa misma provincia; Ad Libitum, de Santiago de Cuba; Danza Fragmentada, de Guantánamo; Codanza y el Ballet de Cámara de Holguín.

Estudiantes y profesores de las diferentes escuelas provinciales de arte admiraron los pies muy rotados hacia fuera y las grandiosas condiciones de este artista de 45 años de edad que tras una década al frente de una compañía alemana recibirá el venidero mes de agosto la dirección del Ballet de Tokyo, una ciudad de Japón donde lo adoran.

Durante cuatro días, el bailarín principal del American Ballet Theatre, de Estados Unidos, e invitado de otras grandes compañías del orbe, propuso varios ejercicios de flexibilidad y de énfasis en el control corporal.

Con regocijo y humildad, en la primera jornada de trabajo, abierta a la prensa, Malakhov aplaudió en un momento de la clase el desempeño del solista del Ballet de Camagüey, Oscar Valdés, por sus giros numerosos y terminados en perfectos equilibrios.

Además, el maestro insistió en la musicalidad, en el acento preciso de cada paso académico y dio gran valor al desarrollo de los saltos, una característica de su escuela rusa del Bolshoi que ha dado al planeta bailarines casi increíbles.

Mientras las clases acontecían en el interior del teatro, cientos de cubanos hacían cola afuera, a fin de comprar entradas para las funciones con la esperanza de ver al artista bailar Voyage, de Renato Zanella, y La muerte del cisne, de Mauro Di Candia, dos obras con las que volvió a cosechar aplausos, como en todos los festivales del mundo.

Inicialmente, Malakhov pensó en La Habana como casa para este sueño, pero el Ballet Nacional de Cuba y Danza Contemporánea desestimaron la posibilidad de compartir con él, pese a su disposición de no recibir remuneración económica alguna.

Por esta razón el proyecto tomó el nombre de “Un regalo de Malakhov”. Varios obstáculos humanos lo desviaron de sitio geográfico, pero al llegar a una ciudad hasta entonces desconocida para el bailarín y ver a tanta gente con ganas de conocerlo; los nervios le asaltaron como en su etapa de principiante, confesó en rueda de prensa.

También contó que la calidez de los huéspedes le ayudó a relajar enseguida. Para agasajar al multipremiado artista, el Teatro Lírico de Holguín relució en el patio de una casa tradicional cubana, a la luz de la luna, algunas áreas emblemáticas de zarzuelas y óperas como La flauta mágica, La viuda alegre, La traviatta, Cecilia Valdés y María la O, con una potencia de voces hoy extrañada en el Teatro Lírico Nacional.

24 horas después, la extraordinaria gala que protagonizaron distintas compañías danzarias del oriente y centro de Cuba en honor a Malakhov igualmente dejó al homenajeado con deseos de más.

“Demasiado corto el programa, quiero ver más”, reclamó a bailarines y directores provenientes de Camagüey, Holguín, Santiago de Cuba y Guantánamo. El Premio Benois de la Danza (1998) agradeció con un beso a cada participante, firmó autógrafos y compartió fotos con todos los quisieron coleccionar recuerdos de su presencia en aquella ciudad situada a unos 700 kilómetros de la capital.

A los bailarines de Codanza no les faltó nada, conjugaron suficiente plasticidad y teatralidad en todas las puestas. En Happy ending, del creador Norge Cedeño, impactaron con el canto, la actuación y la espectacularidad de la técnica contemporánea. La compañía anfitriona, dirigida por Maricel Godoy, repuso Muerte prevista en el guión, de la argentina Susana Tambutti, una recreación de la muerte de célebres personajes en la historia del ballet, que vivirá mientras los clásicos existan. En el estado actual, Codanza puede ser todo lo que se proponga: irónica, ligera, hilarante, lírica, espectacular.

Geisha, coreografiada por su intérprete Yanosky Suárez (Ad Libitum; de Santiago de Cuba), sorprendió por la manera tan sensual de expresar sentimientos reprimidos. En el espejo del agua mostró la danza como especie de gráfica del corazón al estilo de Martha Graham, una de las personalidades del arte moderno en Norteamérica. Lídice Correoso (Danza Fragmentada; de Guantánamo) interpretó la pieza de Alfredo Velásquez con la contención y el diseño gestual preciso.

El talento de una de las principales coreógrafas de Cuba, Tania Vergara, quedó expuesto en dos obras de distintas exigencias: La muerte del hombre y un fragmento de Estaciones, bailada por el Ballet de Cámara de Holguín. La primera pieza recurre a la poesía como refugio necesario ante el hastío, principio del ser y resurrección del espíritu, muy a tono con la visión de vida de la directora de Endedans. El bailarín René Montes de Oca logró esa perspectiva idílica de la maestra, convenció al público.

Segundos más tarde, el Ballet de Camagüey dejó en claro su gran talla con la puesta de un fragmento de una nueva versión del clásico Don Quijote, realizada por el coreógrafo cubano Gonzalo Galguera, y bailada con arrojo por dos maravillosos solistas de la compañía: Laura Rodríguez y Oscar Valdés.

Rodríguez cautiva enseguida por la belleza de sus líneas, extensiones naturales, cierta candidez en el baile y un eje prodigioso para los giros. Mientras Valdés es un bailarín de escena, entregado a la competencia sin sacrificar limpieza y a coleccionar pequeños detalles que construyen el virtuosismo.

Para nada resulta extraño que Malakhov se quedara con deseos de que la danza se multiplicara durante horas, según afirmó al final de aquella gala de obsequios espirituales.

El bailarín formado por la escuela rusa del Bolshoi desbordó poesía en La muerte del cisne y en Voyage, los dos días en que actuó a teatro lleno. Las 836 butacas del Eddy Suñol quedaron compradas en las primeras horas de inicio de la venta. El público aplaudió de pie la maestría de este hombre de físico ideal para el ballet que a sus 45 años de edad mantiene una flexibilidad y una fluidez admirables.

A criterio del profesor y crítico de arte Ismael Albello, Malakhov demostró que para la danza no hay edades y tras recorrer todos los caminos en este arte expresa ahora con mayor madurez los sentimientos. Por su parte, la primera bailarina y maestra del Folklórico Nacional de Cuba, Silvina Fabars, resaltó el cuidado de la gestualidad, la limpieza técnica y el trabajo de las manos, empleadas para simular diferentes características del cisne. Ella considera a este magnífico bailarín un ejemplo de que quien ama la danza siempre se proyecta bien con el cuerpo.

La directora de la compañía contemporánea Codanza, Maricel Godoy, elogió además de las cualidades técnicas e interpretativas de Malakhov, la nobleza y la sensibilidad del ser humano. “Cuando uno le pregunta: ¿qué se siente ser estrella? Niega el calificativo y afirma que solo intenta entregar lo mejor de él en cada momento, por eso lo considero un ser digno de ser amado por todos, comentó.

Vladimir, como le dicen ya algunos con familiaridad, obsequió las zapatillas con que bailó al Teatro, el gobierno de Holguín le impuso en ese escenario la condición de Hijo Ilustre de la ciudad y la promesa del retorno quedó fijada para la última semana de septiembre de 2014. Un montón de cubanos le agasajaban en ruso, mientras él intentaba pronunciar algunas palabras en español y frases en inglés. Malakhov jamás imaginó una vivencia semejante y, honestamente, los cubanos tampoco. Holguín lo mimó más que como bailarín magnífico como un chiquillo adorable.

Fotos: Yuris Nórido

Salir de la versión móvil