Cabeza de cerillo

Foto: Yoe Suárez

Foto: Yoe Suárez

Un niño llamado Félix se une a un comando urbano.

Mientras lee los cuentos arrugados de Carteles y Bohemia, con los que otros cubren viandas y medicinas, piensa cuánto se perdió al incendiar la Biblioteca de la ciudad. Ni a Hemingway ni a Faulkner podrá leerlos ahora, pero de alguna manera haría la revolución.

Con un puntapié de mirilla el empleador lo saca del letargo, le dice que monte la bicicleta y ponga todo como estaba, que los clientes se quejan del mensajero demorado y las cosas mal envueltas.

Por el centro de Pinar un saco de huesos acciona la cadena, que a su vez mueve la rueda, que a su vez acorta el tiempo. Se apresura a dejar los mandados, a volver y cobrar su minucia, porque esta noche va a matar a Cara linda.

No debe llegar tarde a la parada donde estará bien vestido, pulcro como la aurora, el tipo que ha asesinado quién sabe cuántos guerrilleros. El grito del niño ha de ser oportuno para que atienda la gente al fondo de la guagua y no adviertan cuando los otros le peguen un tiro al cabrón.

El maldito batistiano, el terror de Pinar, no va a pasar de hoy. Félix y los muchachos se encargarán de él.

***

Un joven, Contreras, comienza a escribir.

Se amista con lo errante, con los cines, las tertulias, ciertos humos de tabaco.

José Lezama Lima le dice pasa a mi casa. Dulce María Loynaz: pasa a la mía también. La lista de amigos asciende, igual que las sospechas.

La vida le sonreía con una mueca impaciente y flacucha que le recordaba a sí mismo. ¡Qué lindo cuando la vida se va pareciendo a uno! Poeta promisorio en generación de poetas; reportero que aprendía las artes del buen periodismo viajando la isla de los dientes a la cola.

Agencia Prensa Latina, revista Cuba; la cúspide informativa. Firma con otros once una declaración, y sale su nombre impreso en un magazine revuelto que llaman Caimán Barbudo.

Es casi surreal cuando cumplir un sueño se trabaja y se paga. Dirían entonces los viejos: demasiado bueno para ser verdad.

Ese mes de marzo de 1972 permanece en la memoria sin un día preciso. El director lo llama a su despacho; lo despacha como a un traidor:

-Contreras, salga de aquí, váyase de Cuba, ¡usted es contrarrevolucionario!

Sale del edificio. Después de todo Cuba es propiedad del Comité Central de Partido Comunista, y el director no hará más que ladrar, lo natural cuando faltan las razones.

Pasa por Prensa Latina. Lo recibe un mural con su foto y abajo un pie que le prohíbe entrar a la agencia. Recordaba un cartel de forajidos en el lejano oeste. Receloso de la gente que comparte la acera sube por 23 a la Unión de Periodistas.

Lo atiende una mujer, y le dice que no puede volver a sus antiguos trabajos.

-¿Y qué hago para vivir?

La mujer le propone un sueldo fijo en su tiempo sin empleo.

-¿Cobrar sin trabajar?, ¡eso es inmoral!

La mujer dice una frase que revela el cariz policial de la Unión de Periodistas y le exige dejar la oficina.

Los tres meses sucesivos, abril, mayo, junio, fueron de huelga silente en los bancos de la Unión.

-Usted es echaíto pa´lante, Contreras- le dijo la mujer una de las mañanas en que llegaba en su auto, y siguió hacia el caserón como si atrás dejara una estatua.

La primavera fantasma que corresponde a esta isla se la pasó sentado, esperando por la enmienda. La imagen del joven flaco custodiando el jardín de la Unión, con la ropa de días, llamó varios ojos. La persistencia triunfa a veces por jodona.

Y entonces le dieron trabajo. Le dieron trabajo en un ministerio. Le dieron trabajo en un ministerio limpiando pisos…

***

Un hombre, Félix Contreras, visita una librería.

Se acomoda entre el público absorto en la presentación de un libro. El título no es importante. Sí lo es dejar de compartir con nadie el apartamento de la calle Soledad. Dejarlo más solo aun.

El tiempo le ha regalado los espejuelos redondos, la voz fina, intermitente por un carraspeo que le da tiempo a pensar. La facha cuidada por un gusto que sabe elegir, pero descuidada por la vida de escritor. El limbo entre el know how y el rudo how much.

Félix Contreras es un tipo que camina, ama los árboles y añora La Habana de ensueño que visitó adolescente. Aun frunce la nariz buscando la fuga de gas en sus calles, y trenza largamente la realidad y el cuento mientras se da sillón.

Para un hombre como ese es perfectamente entendible acabar en la librería de la que les hablo, o en cualquier librería, da igual.

Lo que es raro, rarísimo en verdad, es que el tiempo se muerda la cola tan atrevidamente. El tiempo padece de crueldad, pocas veces de cinismo.

-¿Usted se acuerda de mí? –una voz adelanta su cuerpo sobre el hombro de Félix. Y Félix no puede olvidar a quién pertenece esa voz.

Sin regresar la mirada asiente o niega a medida que el otro indaga. ¿Ya dejó de trabajar en Casa de las Américas? He visto sus libros recién publicados. ¿Sigue escribiendo poemas?

El rodeo tiene un fin. No habrá banderilla para la memoria, sino una bandera blanca. La gente empieza a aplaudir, y alguien invita al público a comprar el libro en unas mesas cercanas.

-Félix, quiero pedirle perdón por lo que ocurrió… yo solo cumplía una orden, y no fui el único entonces…

Eso sí que no. El presente sí, pero el pasado no. Dejando la silla, regresando los ojos:

-No creo que sea a usted a quien hay que perdonar… Al fin y al cabo, usted nunca ha sido nadie.

Una bala memoriosa. Camino a su casa Félix pensaba que hay muchos modos de matar. La expresión de Cara linda cuando se supo perdido, la imaginaba en los ojos del tenue exdirector.

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