Del amor y su reverso

El 14 de febrero es día de celebración para unos, y de triste inventario para otros. Pero nuestro oficio es cantar en cualquier circunstancia. Pasen y lean. 

Patricio Rodríguez. “El olvido es peor que la muerte”, 2012. Mixta, papel calado y spray sobre cartulina, 140 x 280 cm.

Sustancia compleja esta del amor. Elusiva, radiante, abrasiva, balsámica, ubicua. Tanto escuece como aplaca los ardores. Se detecta por su intensidad, pero también por cierto estado de beatitud crónica. Va del resplandor momentáneo al laboreo de los días y las noches. Hay quien encuentra el amor, puesto ahí, como al descuido, y hay quien tiene que trabajarlo con denuedo. Difícilmente podría definirse por sus implicaciones emocionales; en cambio, si nos detenemos a mirar lo que no es, su imagen se dibuja como en esas acuarelas japonesas que sugieren más de lo que muestran.

El amor no es egoísmo, ni temor, ni cálculo, ni trampa; no es un medio para…, ni un yugo, no es una carga pesada, ni indiferencia; no lo mueve la ambición, tampoco la ira o el despecho. Es un estado sublimado de la conciencia que con el tiempo pasa por diversas etapas en la pareja, todas luminosas, si se le trata con generosidad.

Para uno de los poetas que reúno aquí, “el aroma del amor es como de una piedra que gira interminable”. Hay quien lo define como “el azul naranja de la llama”. Otro se refiere al amor con nombre y apellidos como “la tierra virgen/ dónde plantaría mi casa y mis cosechas…” Y está quien se interroga, horrorizado, “¿Y si llegaras tarde, / cuando mi boca tenga/ sabor seco a cenizas, / a tierras amargas?

En lo personal, prefiero el insomnio del amor a su quimera. Quiero estar atento, lúcido, cuando pase en vuelo rasante, cuando dé pálidos golpecitos en el cristal de la ventana o cuando entre en tromba por la puerta de mi casa. 

Yerra quien piensa que el amor es, como mínimo, cosa de dos. Se puede amar y no ser correspondido. Y esa experiencia, tremendamente dolorosa, es preferible vivirla a renunciar ante la imposibilidad.

He invitado a un grupo de amigos y amigas a “descargar” aquí, a exhibirse sin prevención. La poesía es un acto de generosa impudicia, un mostrar hasta las más oscuras estancias de la psiquis, sobre todo cuando el tema es el amor y su reverso.

Para no sentirnos tan solos, cada uno de nosotros excepto Jamila Medina ha traído un colega cuya obra ya está cerrada. Es nuestro modo de sentirnos parte de un venero que brota desde lo profundo del alma de la nación. Y hemos pedido a nuestras hermanas y hermanos artistas que se acerquen al fuego de la palabra para que lo aticen con líneas y colores.

El 14 de febrero es día de celebración para unos, y de triste inventario para otros. Pero nuestro oficio es cantar en cualquier circunstancia. Pasen y lean. 

 

Pasado de moda

caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo…

                                        Octavio Paz

 

por mucho que me esfuerce

por mucho que pretenda estar al día

aunque mis pensamientos nazcan así 

de pronto

ahora mismo en el instante que puede 

ser mañana

siempre estoy pasado de moda

 

tú pasas junto a mí y el aroma

del amor es como de una piedra 

que gira interminable

 

tú me miras interminablemente

te me hundes con pelos y señales

tú no giras los labios ni los ojos

 

hoy te escapas

hoy se agota la línea oscura de tus pasos

con una tinta seca que me dice hasta aquí

 

hoy te me burlas en la cara

me tiras el olvido interminable

hoy te me vas interminablemente. 

 

Ramón Fernández-Larrea

Bayamo, 1958

Santiago Kender. “Un día debajo de julio y agosto”, 2016. Mixta sobre lienzo, 210 x 160 cm.

Aquí desfalleció el corazón de un cautivo

Es nuestra piel, su breve dinastía

cruza por la noche. En la piel del oído

estamos juntos por el viento,

en los altos balcones estamos juntos,

yo recordando las uvas de tu pelo

y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo.

Las noches en que hablamos cosas sin sentido

y apagamos lámparas 

y nunca juntos fuimos contra un árbol

ni contra una pared ni contra el cielo,

a ninguno nos temblaba la piel

ni recogimos caracoles en los ojos del otro.

Jamás vino la palabra, la palabra puma, 

tigre, rosa de los vientos,

la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,

jamás nació un violín en el oído ajeno.

Tú quedabas en tu pulpa, 

en la sustancia verde de los amaneceres,

el corazón como un otoño limpio 

oía caer las hojas de otro otoño,

y quedabas trémula, luego perdías 

el color, el olor, el nombre,

te quedabas en la hoja incolora

que los barredores del otoño 

acumulan en ciertas almas grises.

Yo te oía gotear en el silencio, 

caminarte a ti misma

con un fósforo encendido,

entrar en los pueblos callados donde 

la neblina gobierna a las palomas

y los hombres son aprendices de los hombres,

trapecistas de un mundo que se inicia.

Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel,

allá lejos, donde la espuma 

del invierno se muere sobre el muro

y los ciervos del tiempo beben espuma muerta 

para fecundar el hambre de las ciervas.

Yo escuché a la luz decir que era tu vientre,

me saltaba la luz entre las manos,

la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra

como una semilla lanzada a qué Universo;

yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier

y rompía las páginas del libro

para después hacerlo con tiros de memoria

con la luz que da en el charco una ventana abierta,

un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos

y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,

la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,

la palabra perdiéndose en un extraño oído

a la deriva de lo que somos y olvidamos…

 

Frank Abel Dopico

Santa Clara, 1964-2016

Carlos René Aguilera. “El embrujo”, 2008. Acrílico sobre lienzo, 120 x 120 cm.

Viajes

Eres quien ya no dibuja más que a ras.

La lámina y su árido reflejo.

Tocarla, lanzarte a ese despeñadero que es

la impronunciable atadura.

Tus dedos buscan un huevo de nacimientos.

(La cola dando rodeos hasta fastidiarme.

 El hábito de no coexistir.

Asia 

Wevill).

¿Seguirás el hilo de lo que supones 

una semejanza invertida, ese delicioso juego

de hollar un poco cada vez

hasta que los huesos se abran al poro?

Las repeticiones son espantosas.

Sobre el muro, en la arcilla,

encima de asientos incómodos,

busco que te afinques.

 Por lo que va a quedar:

variables diluidas en el foco,

la confusión, la altura.

Demasiadas curvas para alcanzar un tramo.

 

Leyla Leyva 

Cienfuegos, 1964

Gilberto Frómeta. “Verso amarillo”, 2010. Acrílico sobre lienzo, 212 x 360 cm.

Martes

aire griego

vete con él amiga él te necesita más que yo

dúdalo un segundo y vete déjame solo con

mi pequeña maleta de cuero y el cincel

con que habré de socavar el aire enfadado

y descalzo el aire me dirá (te juro) todo

lo que debo saber el aire es sabio el aire

es griego (créeme) lo descubrí una mañana

en que volvía del ágora y anaximandro

me invitó a una copa el aire (dijo) el aire

es el principio y el centro y el fin y es

la rubia cabellera de la hermana de dios

batiendo sobre el mundo como las aspas

enloquecidas de un molino no enloquece

solo quien se sirve del aire y yo me sirvo

amigo lo zahiero desde el borde de una

rabia inspirada y dejo que roce mi esqueleto

con su cofia de antiguas mieles heridas

tengo miedo es cierto el aire es sabio y griego

pero también es arduo y estricto con sus leyes

no temas tú no temas vete con él y si algún 

día decides regresar no me busques no

en el mismo sillón pues habré salido de viaje

 

Alberto Rodríguez Tosca 

La Habana, 1962-2015

Yudel Francisco. “El pastor”, 2023. Óleo sobre lienzo, 200 x 215 cm.

Muerte de mi hermano

Yo lo llevé a la cordillera 

al pasadizo estrecho

a la angostura.

Yo le dije

en la quebrada hay un vergel

hay un nido de orugas naranjadas

hay una estrella de David.

 

Yo le hablé del vientre oro 

y grana de Tamar

tiritando

bajo el imperio de Amnón

yo derramé el pan en el sendero

y lo arrastré a la cueva de la bruja

para ser devorados.

 

Hay días que mi madre me pregunta

por mi hermano Miguel

yo no sé qué pasó

yo no era su guardián.

 

Hubo noches en que juré 

envalentonada

que si me traían sus testículos

yo lo podría reconocer.

y a veces también fingí ser Juan

y él el esclavo Ricardo

el gran Ricardo Corazón de León

temblando al ver el cuerpo frágil 

grácil del hermano

como blanco en el lecho.

 

Yo lo besé en el huerto de Getsemaní

con la piel de gallina

hermana en el hermano transformada.

Yo miré a la cara al extranjero

y recordé su nombre cuando 

me recostaba

sobre la tumba de mi padre.

 

Hay días que me despierta

un laberinto de labios que me llama

pero me hiela el miedo de pasar.

 

En el jardín de las Hespérides

lo dejé hacer en el escote de Helena

perdiendo la cabeza

para animarlo al combate.

Frente a las puertas de Tebas

lo vi venir con su cultivo ganado

con su corona de espinas

y me salí del coro de las grayas

con mi único diente y mi único ojo

para hincar en su piel.

 

Cuando canté bajo el sauce

y el agua me empezó a llenar la boca

puse o supe una espada de lises

traspasándole el cuello.

Yo le di la máscara que lleva

y llamé a Absalón a Absalón

para que rematara

su sierpe púrpura reptando sobre mí.

 

Hay días que un desfile de ojos arrancados

un festín de párpados sangrientos

se me atraviesa en sueños

pero yo procuro mantenerme separada

de la belleza de la sangre

y del horror.

 

Yo lo llevé al desfiladero

yo lo bajé al acantilado 

para arrancarle el fruto.

La engalané y aderecé

la vestí de ternera

para que se apareara

en la laberíntica

en la lasciva

en la alargada penumbra.

 

Yo le arranqué una oreja y la cabeza

como una mantis

después de la embestida

para escribir mi propio Rumpelstikin.

Yo le pedí a los dioses de la fuente

que unieran nuestro cuerpo en valvas

un fuego de San Telmo de dos puntas.

 

Hay días que un reguerío de lenguas

me adormece los sentidos

y oigo el aullido 

de hambre de mi hermano

que busca ciego

sin hallar

la ubre de mi madre

lo escucho lo escucho 

y no me puedo mover

contra el calor de la leche 

permanezco estrangulado

quien beba más levantará 

en Roma una ciudad

de alcantarillas y palazzos

alzará un arco de triunfo

un Coliseo

levará puentes y las vigas de mil techos

abrirá la boca de los puertos

y lanzará botellas contra la proa de los barcos

que vienen y se van.

 

Yo lo maté, señor

yo no era su guardián

la tierra se tragó la mitad de su sangre

y la otra mitad me la bebí lentamente

como lame una oveja.

 

Yo fui con él

contra los hijos

y las hijas de Níobe

–recuerdo su sonrisa

cada vez que la flecha

entraba en carne.

 

A las moradas

yo lo llevé conmigo

yo lo busqué

en el estado de gracia

y en el azul naranja 

de la llama de amor.

 

Yo lo enterré, señor

dentro de Tebas

allá en lo oscuro

al pie de la muralla

cuando nos dejaron solos por fin otra vez.

Yo le lavé los miembros las orejas el pubis

y preparé su despedida

aseguré su entrada en la noche de Ra.

 

En el despeñadero antes del sacrificio

él se volvió a mirarme a preguntarme

hermano

detrás de la ventana qué hay detrás.

Yo no sé lo que vio cuando bajó el garrote

ni qué sintió ni qué pensó

ni por qué lo maté.

 

Sobre la tierra en que sangró

se dan mejor el árbol del manzano

y todo género de frutos rojo intenso

labios lenguas

cabellos arrancados.

 

Jamila Medina Ríos

Holguín, 1981

Rigoberto Mena. “Osho y ochenta y ocho”, 2023. Mixta sobre papel, 42 x 68 cm.

Verdadera escritor

Si lograr poema ahora
yo ser verdadera escritor
porque sentir mal adentro

romper mi alma en muchos 

cómo se dice
pedazos
cómo persona destruye persona 

es la pregunta que hacer a mí
y yo no saber cómo
pero saber
que soy
cómo se dice
destruida
persona destruye arquitectura 

pero persona no destruye persona 

creer yo que persona
destruir
todo
persona ser arquitectura
y persona ser
cómo se dice
destrucción. 

 

Legna Rodríguez Iglesias 

Camagüey, 1984

Eduardo Abela “ www.juanakarpersky”. 2009. Mixta sobre madera, 60 x 100 x 10 cm.

Discurso del hombre que cura a los enfermos

Entonces Marta, cuando oyó

que Jesús venía, salió a encontrarle…

 JUAN, 11. 20

                           

Dos mujeres se disputan mis palabras:

una, de alma silvestre y silenciosa, me espera

siempre a la vera del camino.

Otra, de radiante y dulce sonrisa, me desnuda los pies

para lavarlos entre plegarias y susurros.

Dos mujeres, una insomne como estatua,

otra de ojos húmedos y bañados de fe,

me esperan y me nombran.

Yo voy a ellas y ellas me reciben en cada peregrinaje.

Si una lava mis pies, otra me ofrece alimento.

Si una acaricia mis manos, otra peina mis largos

e hirsutos cabellos.

No saben qué más darme que no me hayan dado,

qué vinos, qué frutas, qué secretos ofrecer

al peregrino.

Podría decirles que me dieran su sangre y no vacilarían.

O pedirles que se desnudaran y bailaran para mí,

y llenas de alborozo, de una absorta y cruel felicidad,

lo harían sin demora.

Cualquier cosa, cualquier deseo mío, cualquier capricho,

ellas no vacilarían en cumplir.

Mas no es justo que yo pida como suele pedir un hombre

a mujer.

Ni es ético que me miren de esa forma,

como aguardando algo que hace tiempo esperan

y no puedo ofrecerles.

Debo hablar sólo

como el hermano que trae en su mirada

 el resplandor de una lejana estrella.

Por eso tiemblo cuando llego a esta casa

y recibo el agasajo de dos mujeres solas y estériles,

mujeres sin nombre, hechas de años y esperas,

que con la oscura piedad de sus bellos ojos

me desnudan.

 

José Pérez Olivares

Santiago de Cuba, 1949

Lancelot Alonso. “Amantes”, 2013. Acrílico sobre lienzo, 320 x 220 cm.

Soneto

Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?

¿Por qué noche decir, si es mediodía?
 Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
 Si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?

 Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
 Este llanto ¿por qué, no la alegría?
 ¿Por qué de mi camino te desvía
 quien me vence tal vez sin ser más fuerte?

 Silencio. Nadie a mi dolor responde.
 Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?

 A ti, François Villon, poeta triste,
 lejana sombra que también supiste
 lo que es morir de sed junto a la fuente.

 

Nicolás Guillén

Camagüey, 1902-La Habana, 1989.

Arturo Montoto. “Coladera”, 2019. Mixta sobre lienzo, 120 x 120 cm.

Último rezo para los ojos del traidor

No existirán los pasos que no llegaron a la puerta

no existirá la mano que no toque o empuje

y abra la hoja clarísima

no existirá la voz

como un pez será mudo

como un pez vivirá bajo las aguas

aquel arroz que iba a su boca ya cesó

hilo de cobre será por donde pase el trueno y

tienda una música ronca un sol cortado en dos

 

como una sola vez los grandes animales se perdieron

como una sola vez las raíces del árbol

fueron pobladas por el humo del fuego fatuo

y por el diente de la hormiga

así se irá pudriendo en el camino aquella sombra

aquella sombra el gesto de una mano que fue

con cinco dedos con sus cinco sentidos

con su nombre y su cuchara ardiente

era dirán

en su ojo fijo ya no hay sueño.

 

Soleida Ríos

Santiago de Cuba, 1950

Luis Cabrera. “¡Que la mato!”, 2018; de la serie “Conflictos sentimentales”. Tinta sobre papel, 50 x 70 cm.

Haberes

Lo fatal es el cernícalo.

Yo quisiera comerme con Solángel

una naranja de China, o ver,

junto a ella, las hojas de un limonero francés;

yo quiero que ella vea un cactus

en un rectángulo áspero de tierra mexicana -;

yo quiero ser un sauce llorón que a ella le guste,

o el cundiamor o el alhelí de siempre;

me pasearía con ella por entre los abedules

que vi en un Cine de Arte primero que en Moscú -;

cuántas cosas haríamos junto a algún eucalipto

o debajo de un bosque de eucaliptos;

quiero pensar ahora en la verdolaga, en el cilantro,

tener una manzana o dos peras y un mango:

todo eso me recuerda a Solángel –

también el orégano, la buganvilia, el marpacífico

y los mayales del Caney de las Mercedes -:

Solángel ríe cuando brota todo lo vegetal –

aunque este brote sea un sueño en este hospicio estéril,

y aquí, cerca, un amigo vea una luz cianótica,

y otro esté muerto ya, más que una máscara,

y la cal y el amianto prendan un leño ciego,

y todos los que me pisotean transijan como guantes

cuando llegan los mercaderes y el dinero,

las parihuelas de oro, los hoteles soplados

entre la cordillera y el espanto, en la oscura pradera

donde no hay ni un sólo tritón que esté reinando.

Solángel, en la memoria, ríe a pesar de todo.

Pero lo fatal es el cernícalo – aquél, uno

que vuela sobre esas ideas fijas

que alientan al suicida.

 

Ángel Escobar

Guantánamo, 1957-La Habana,1997

Douglas Pérez. “¿Conmigo?”, 2014. Óleo sobre tela, 60 x 80 cm.

Futuro imperfecto

M. E. C.

Tuvieron lo que ya les falta:

las ansias de empezarlo todo;

qué importa cuán pedestres los augurios,

los días de soñar mejores días.

 

Les queda por consuelo una nostalgia:

la ternura adormecida en mil crepúsculos

y la posibilidad de saciarse

con páginas pobladas por la caligrafía 

que expresa lo imposible.

 

Sin luces comenzó su historia;

ambos llevaban la sangre recorrida

por batallas contra aquellos demonios 

que a costa de sus sueños renacieran.

 

A él le faltaba presente, y su pasado

era una larga lista de momentos

añorando que llegara por el mar

la joven aguerrida.

 

A ella, por su parte,

lo mismo le saltaba el corazón

que la mesura.

Y sin desolación aparente

pensó que la salvaba un caballero

cuyo guante de cristal

acabaría colmándole las ganas 

de colorear candiles.

 

Pudieron ser dichosos: 

con su magia expandir 

la utopía hacia otras manos.

Solo que nunca supieron 

conjugar en presente

su futuro imperfecto.

 

México D.F., invierno de 2010

 

Ricardo Riverón Rojas 

Zulueta, 1949

Ángel Rivero (Andy). “Lo que te nombra”, 2023. Acrílico sobre tela, 150 x 150 cm.

Elogio de la sin-razón

Yo admiraba a una muchacha

que se desvivía por oír a los cinco latinos.

 

Cuando le contemplaba sus ojos azules,

o de miel, ya no recuerdo,

eran dos aguas,

dos pajaritos volando

tras la noche de los cantantes.

 

Cuando quería decirle una palabra,

una mínima palabra amable:

salimos, estrella, sábana,

cualquier cosa para encender

el pan en sus manos,

ella tarareaba una canción.

Prefería el programa de sus favoritos

a mi elogio de su cintura.

 

Un transistor nos separaba.

Existía un vacío de voces acopladas

entre ella y yo.

 

Qué competencia tan desleal

la de cinco voces contra un amor.

 

Sigifredo Álvarez Conesa

La Habana, 1938 – 2001

Orestes Gaulhiac. “Acto de amor o el beso del centauro”, 2023. Óleo sobre tela, 152 x 75 cm.

En los oscuros cuartos de mi oficio

El joven que ayer tuve entre mis sábanas, 

se ha marcado. Sintió miedo 

de mi sombra femenina,

de mi costumbre de ovillarme a sus pies

con la carencia afectiva de los gatos. 

Sintió miedo del mundo al que yo lo asomaba,

de los dolorosos paisajes que vió alzarse

al otro lado de la puerta que juntos abrimos 

y por los que le invitaba a caminar.

 

Intenté retenerlo, pero se ha marchado.

Mis palabras se alzaron como buitres

entre la primavera de su orilla y la mía,

rocosa, oscurecida por el tiempo vano 

de las decepciones.

 

Cómo olvidar que ayer,

después de entregarnos a ese diálogo mudo 

que sostienen los cuerpos al rozarse,

recorrido por un luminoso temblor,

me dijo: ” mi corazón 

y mi cerebro te pertenecen”.

Yo, el más débil de los débiles guerreros, 

me sentí vencedor,

dueño de la eternidad 

que proponían sus palabras.

Su amor era la tierra virgen 

dónde plantaría mi casa y mis cosechas, 

el mínimo espacio donde 

entendería el fuego reparador 

y esperaría resignado el fin de la nevada. 

Sus pensamientos adornaban mi vanidad 

como una corona de laurel. 

Eso fue ayer, y hoy lo he visto alejarse

llevándose la dicha que me había prestado 

con la infantil ligereza

de quien ofrece a un amigo su única camisa.

 

Breve ha sido la prometida y soñada ínsula

qué los dioses pusieron ante mis pasos.

Ahora el dolor desciende como una guillotina 

hasta el deseoso cuello que él besaba,

y hasta en el oro de las monedas que tocó

palpo la indocilidad de sus 

inquietos ojos amarillos.

 

Cómo volver entonces 

a los oscuros cuartos de mi oficio, 

y encontrar, entre tantos recuerdos, 

un solo instante de cordura

qué pondría a alumbrar sobre mi mesa.

 

Cómo volver a ser el domador de las palabras,

ordenarlas y exigirles que me ayuden 

a escribir un último poema 

con el que quedaré al desnudo 

mostrando la imperfección 

de mis sucias entrañas

cuando acepte, que el joven 

que ayer tuve entre mis sábanas, 

se ha marchado.

 

Nelson Simón

Pinar del Río, 1965

Ángel Ramírez. “S/t”, de la serie “Sujeto omitido”, 2023. Colages de xilografías, 40 x 50 cm.

El último caso del inspector

El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.
El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.
La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.
El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.
El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.

 

Luis Rogelio Nogueras

La Habana, 1944-1985

Ernesto García Sánchez. “Todo cabe”, 2023. Acrílico sobre lienzo, conjunto de piezas de 20 x 20 cm. Obra en proceso.

Senda de Lourdes

(Tu cuerpo es mi país)

Unida a ti 

por un indisoluble

   hilo de saliva

respiro.

     Abres la mano

    cruza el pez

          volátil

de la calle Zanja.

Te abrazo y

estoy viva.

 

Cuando tú tiemblas, húmeda,

no envidio

ni al que el rocío le lavó la  cara

ni al que sus huesos convirtió en camino.

 

“Nada perdura.

El sueño del pájaro de dos cabezas.

El de las ramas juntas

     Nada.

Mira las tumbas.

Míralas”.

 

Dice tu boca

   tu carne

dice la tierra

      abrién

          do

          se

túmba

       te

ahí.

Todo pezón es pétalo.

Ideograma

de castaños.

 

Damaris Calderón Campos

La Habana, 1967

Adrián Socorro. “El romance secreto de Marat”, 2021. Acrílico, carboncillo y óleo sobre lienzo, 90 x100 cm.

Los desiertos que vienen

Para Damaris Calderón

En un yermo de Marruecos

ascendía la espiral

rojiza de la arena. Allí los huecos

cuerpos, en su cumbre feral

se deshacían. En tanto, fuimos

reyes y súbditos de nuestra

conmiseración; fatigados de plata vimos

en la noche maestra

nuevos cuerpos, nuevas espirales. Era

la breve juventud lo que exigieron

para dejar salirnos del baldío.

 

Con ella, otros remolinos encendieron

—en Chipre o en Marruecos—, en el frío

de La Habana, su extraña primavera.

 

Invierno de 1994

 

Sigfredo Ariel

Santa Clara, 1962-La Habana, 2020

Ronaldo Encarnación. “S/t”, 2008. Técnica mixta sobre tela, 42.5 x 59 pulgadas.

En el apartado de la Sala 3

Un beso tierno, un beso adolescente

en el apartado de la sala 3.

Un beso ruso

respirando el hedor.

Asustan las puertas:

el prejuicio enfría la sangre.

 

En el apartado

—mientras punza la fractura

y rechina el paciente—  

una mujer espera lo que deseo:

un beso,

casi de niño,

que trascienda los límites

de su equivocación.

 

Israel Domínguez 

Placetas, Villa Clara, 1973. 

Harold López. “Buscando en la distancia”, 2017. Mixta sobre lienzo, 150 x 200 cm.

útimas palabras del joven rimbaud al poeta paul verlaine

para n. e., cómplice

hermano paul

querido verlaine

mi amante

 

ayer te he visto pasar desnudo

embarazado de dolor en todo tu parto

adivinando el iris de mis ojos tras el lienzo

dormido o despierto

insomne o sonámbulo

pero caído hasta mi piel

con el orgullo de la ciudad atemperando el cemento

 

ayer a ratos me sentía un pájaro

era uno de tantos con perfil de cadáver

donde quiero deshacerme prisionero

esclavo del vuelo sobre mi lumbre

 

ayer parís no semejaba parís

tan sólo un simulacro de la aurora

y notre dame parecía tu pupila

corriendo la lluvia hacia el sena condenándose

 

ayer a ratos no era homicida

ícaro sin alas                 mecido

por las llamas eléctricas como un muro

y lejos

tan oscuro como el mar

morían los mirlos del cansancio

fugitivos en su propio fuego

 

ayer casi isla me quedaba*

y hoy también                desnudo y sin sexo

me atrevo a ser roca con pálpito de templo

cuando aborta la tempestad los calendarios

y no me basta la sed

ni se corrompe este verdor entre mis piernas

 

ayer fui pájaro y un reloj

otro cuerpo sin precio

ayer a ratos quise ser cruel

quise morir y tú no estabas

era inmortal

para ver mi rastro la edad del almendro

 

adiós hermano paul

querido verlaine

mi amante

 

quiero morir y nada puede salvarme

el albatros ha partido

las islas son tal un pueblo de barcas

y la noche

un solitario puerto donde errabundo espero

ebrio con mi naufragio de naipes

inválido de tiempos

 

hermano paul

querido verlaine

mi amante

haz que la ciudad coma su polvo*

 

*arthur rimbaud

 

Arlén Regueiro 

Ciego de Ávila, 1972-2022 

Kamyl Bullaudy. “S/t”, 2021. De la serie “Azul Habana”; acrílico sobre cartulina, 70 x 100 cm.

poison magique

cuatro gotas 

de yo sufro

también

 

una cucharada 

de te quiero

aunque ahora

no puedas entenderlo

 

algunas 

ramitas de azafrán

su sabor es bueno

para decir 

si tomas

por tu mano el dolor

déjame algo

 

bien mezclado 

ponlo a reposar 

a la temperatura

del reptil que se cuece

entre las piedras

 

tómalo sólo

cuando sientas

opresión en el pecho

lo mismo 

por desamor 

que por catarro

 

y ahora te dejo

aunque no para siempre 

 

da trabajo poner a punto 

la máscara

y la noche está ahí

a la vuelta

de dos besos fingidos

 

(con los 30 dinares

que tomé de la caja

con la forma de libro

pagaré la música

que me hará bailar

hasta la amnesia)

 

ya tendremos ocasión

de hablar a la mañana

mientras saco 

las marcas del rímel

que correrá el sudor

 

nunca el llanto

 

Alex Fleites

Caracas, Venezuela, 1954

Javier Barreiro. “El club de los delirios”, 2021. Óleo sobre lienzo, 100 x 120 cm.

Poema impaciente

¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargas?

¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos.)

¿Y si llegaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oír abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de mis rosas?

¿Y si llegaras tarde
y encontraras (tan solo)
las cenizas heladas de la espera?

 

Emilio Ballagas

Camagüey, 1908-La Habana, 1954

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