Dulce María en el patrimonio de Santa Clara

Dulce María Loynaz (10 de diciembre de 1902 - 27 de abril de 1997).

Dulce María Loynaz (10 de diciembre de 1902 - 27 de abril de 1997).

En este 27 de abril, aniversario veinte de la muerte de Dulce María Loynaz, no muchos santaclareños conocen que los fondos del Museo de Artes Decorativas de la ciudad adquieren relevancia gracias, en buena medida, a cerca de 40 piezas que pertenecieron a esa familia del patriciado cubano, y que están en Santa Clara debido a la comprensión y bondad de la gran poetisa, Premio Cervantes 1992.

Recuerdo que llegamos a la mítica casona de 19 y E el día 12 de octubre de 1984. El grupo estaba formado por Siomara Fenty Reina, entonces directora del Museo de Artes Decorativas de Santa Clara, institución que todavía estaba en construcción y apenas comenzaba el rastreo de su colección. Además, la especialista Milagro Elizondo, el Dr. Pepe Muñoz, colaborador del Museo, y Jose Paret, otro amigo a quien debemos agradecer el camino hasta la poetisa; completaba la comitiva quien esto ahora rememora treinta y tres años después.

La noche robaba los últimos vestigios dorados de ese día habanero, unos arbustos ralos y una enredadera seca nos recordaban al célebre “jardín”, una mujer nos abrió la puerta, amablemente nos invitó a pasar y nos adentramos en el umbrío recibidor.

Una vitrina a un lado, al otro un bargueño, columnas, dos fraileros y una lámpara plana pegada al techo de alto puntal, demasiado moderna para aquella atmósfera, llenaron nuestra atención. Pero hacia la derecha, junto a una mesa de mármol verde, sentada en una especie de poltrona, la escritora presidía la perfecta escena de época.

Un gran baso de porcelana con representaciones de la batalla de Jena. Se encuentra en exposición permanente en el Museo de Artes Decorativas de Santa Clara. Foto: Alexis Castañeda.
Un gran vaso de porcelana con representaciones de la batalla de Jena. Se encuentra en exposición permanente en el Museo de Artes Decorativas de Santa Clara. Foto: Alexis Castañeda.

¡Ah, los de Santa Clara –exclamó tenue. Me place que estas cosas vayan para Santa Clara, los pueblos de provincia siempre me recuerdan los viajes de mi padre –apuntó. Por aquí estuvo el Señor [Eusebio] Leal, elogió todo, pero no le vendí nada, nos reveló sacando fuerzas para un gesto de gallardía.

Luego un silencio, demasiado largo para mí. Y entonces se oyó la voz de la poetisa otra vez, pero como llegando del trasfondo oscuro: “Mi vida entera puede pasar por el rosario, / pues aunque ha sido ciertamente / de vida muy larga, / me fue dado vivirla sin premuras, / hacerla fina como un hilo de agua”. Aquella acotación en conocidos versos resaltó la atmósfera poética del ambiente.

De nuevo un silencio meditativo. Después, ya repuesta, nos extendió la esperada relación: dos enormes ánforas de Sevres, un gran vaso de porcelana con representaciones de la batalla de Jena, figura de anciana de porcelana italiana, otras figuras de biscuit blanco y coloreado, placas inglesas, cazador de porcelana de Bohemia, esculturas y bustos, dos columnas que pertenecieron a su hermana Flor, un reloj de mesa alemán, un jarrón de la China, el sofá predilecto del General Enrique Loynaz y del Castillo, varios abanicos, y así hasta completar cerca de cuarenta piezas para el museo santaclareño.

La poetisa levantó su mano izquierda y en su gesto agotado pudo sonreír y agradecer nuestras palabras de elogio.

Meses después llegó al Museo de Artes Decorativas de Santa Clara una breve carta de su puño y letra donde agradecía otra vez, ahora por el pago a tiempo de su venta y afirmaba: “Siempre he confiado en los villaclareños, como en los días de la guerra saben cumplir su parte”.

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