Dulce María Loynaz: una dama y una colección de abanicos

Un homenaje a la gran escritora cubana, y apasionada coleccionista, en los 120 años de su natalicio.

Abanico perteneciente a Dulce María Loynaz

“Dulce María Loynaz. Una dama y sus abanicos”, de María Rosa Oyarzábal Gutiérrez, recoge algunas de las pequeñas colecciones de la poeta y narradora, y en particular la más importante y completa, la de abanicos. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

A Dulce María Loynaz le gustaba el arte de coleccionar; era “la vocación secreta de una mujer que amó la belleza desde lo más íntimo y personal de un abanico o una taza de té, hasta lo más épico de la historia escrita en los campos de Cuba”. Con estas palabras finaliza el escritor Miguel Barnet la presentación de un libro que confirma esa pasión de Loynaz, Premio Cervantes de Literatura.

Se trata de un hermoso volumen que ve la luz este año, gracias al sello editorial Polymita y al Museo Nacional de Artes Decorativas de Cuba. Dulce María Loynaz. Una dama y sus abanicos, de María Rosa Oyarzábal Gutiérrez, recoge algunas de las pequeñas colecciones de la poeta y narradora; y en particular, la más importante y completa: la de abanicos.

Cubierta del libro “Dulce María Loynaz. Una dama y sus abanicos”. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

De estas maravillas de madera de sándalo, de encajes y de nácares, heredadas de su madre María Mercedes Muñoz Sañudo, iniciadora de la colección, estaba rodeada Dulce María en su casona de El Vedado habanero. Allí también alimentó esta afición la tan enigmática y singular mujer, poseedora de un talento inmenso en el arte de la escritura, al punto de ser considerada la más grande escritora cubana del siglo XX.

Una dama y sus abanicos nos traslada a momentos íntimos de la hija del mayor general Enrique Loynaz del Castillo. Más de un centenar de piezas de Dulce María, conservadas hoy mayoritariamente en el Museo Nacional de Artes Decorativas, y en el Palacio de Lombillo, el Centro Cultural Dulce María Loynaz, el Museo de Artes Decorativas de Santa Clara y el Museo Provincial Palacio de Junco, en Matanzas, embellecen las páginas del libro, en las que aparecen tales objetos, explicados con precisión y rigor, a la vez que se muestra su diversidad en tipologías, materiales y técnicas de elaboración.

El volumen es un homenaje a los 120 años de la escritora cubana, a los 35 de habérsele otorgado el Premio Nacional de Literatura y al aniversario 30 de la entrega a la Loynaz del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes. A libros como este, reflejos de rigurosidad y belleza, nos tiene acostumbrados Ediciones Polymita, que recurre otra vez a un equipo editorial de lujo, integrado por la editora Silvana Garriga, el diseñador Jorge Méndez, los fotógrafos Julio Larramendi y Yosvanis Fornaris Garcell, con la impresión de Selvi Artes Gráfica, de Valencia, España.

María Rosa Oyarzábal Gutiérrez ha estudiado con profundidad la vida de la Loynaz, su familia y todo lo que contribuyó a la formación de tan importante personalidad. Nos entrega en el libro una enjundiosa investigación que revela las singularidades de la colección de Dulce María, nacida, según la propia autora, de una mezcla de azares y voluntades.

Abanico de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Abanico de Dulce María Loynaz, expuesto en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poeta vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.

Por una parte, habría que destacar la afición, heredada de su madre, por los objetos antiguos; y, por otra, su condición de miembro de “una clase social acomodada —que por lo general se mantenía al corriente de lo que acontecía en el Viejo Continente, en especial en Francia y España— le permitió nutrirse de objetos que provenían de renombradas manufacturas del mundo con un alto contenido artístico”.

Porcelanas de Sèvres, juegos de sala Luis XV y Luis XVI, mobiliario cubano y esculturas de gran valor ambientaban los salones Dorado y Colonial de la casona de El Vedado, donde la dueña cambiaba periódicamente sus esplendorosos abanicos, colocados en abaniqueras y nichos originales del inmueble, para su conservación.

Detalles de algunas de las piezas de la colección personal de abanicos de Dulce María Loynaz. Foto: cortesía de Julio Larramendi.
Detalles de algunas de las piezas de la colección personal de abanicos de Dulce María Loynaz. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Sin duda, fue la colección de abanicos uno de sus mayores tesoros, un conjunto de unas 350 piezas llegadas a nuestros días, del que la escritora diría en la inauguración de una de sus muestras en 1958, en el Palacio de Bellas Artes de La Habana: “…algo tan mío y tan amado por mí, como mis abanicos” se debía “…en parte a las mujeres de mi familia que la iniciaron [la colección] y a mí misma que la continué amorosamente desde que era casi una niña”.

El conjunto está considerado entre las más destacadas colecciones de abanicos de personas naturales a nivel internacional, e incluso resulta una de las más completas por la rica variedad de estilos, formas, tipologías, materiales, épocas y países de origen de las piezas.

El libro así lo evidencia, pues en el apartado dedicado al Catálogo aparecen explicados rigurosamente cada uno de los abanicos mostrados en el volumen que, además de las palabras de presentación de Miguel Barnet, cuenta con el texto “Abanicarse en Cuba”, de Julio Larramendi. Con este trabajo, resalta la autora, debe iniciarse un camino al estudio de piezas que forman pequeñas colecciones y que fueron atesoradas durante toda una vida por Dulce María Loynaz.

Una dama y sus abanicos es además el reflejo del uso de un implemento, que suele remontarse a antiguas culturas del Próximo y Lejano Oriente y luego se extendió a Europa y América. Se dice que en la Cuba del siglo XIX “los abanicos fueron importados desde la Península por las damas españolas y las hijas criollas de familias pudientes, quizás guiadas por los modelos publicados en revistas como La Ilustración Española y Americana, La Moda Elegante y El Correo de la Moda, y ya en el siglo XX, en La Ilustración Cubana”.

Sobre la costumbre el libro hace una breve referencia en el texto de Julio Larramendi, quien recuerda a famosos dibujantes y grabadores, como Federico Mialhe y Víctor Patricio Landaluze, que dejaron constancia de ello en sus obras; así como el reflejo en óleos y habilitaciones de la industria cigarrera y tabaquera del empleo cada vez más cotidiano del abanico en la sociedad cubana y de la representación simbólica del “lenguaje” de esta pieza tan utilitaria como decorativa.

 

 

 

 

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