El hipodrómico viaje de una obra hacia los premios

Foto: Kaloian Santos Cabrera

Foto: Kaloian Santos Cabrera

En diciembre el poeta Delfín Prats luchaba por el Premio Nacional de Literatura y no lo sabía. Era su nombre, o mejor, su obra compuesta por un grupo de poemas viscerales la que galopaba hasta esa meta donde especialistas descansan la banderilla o disparan una salva mortal. Sucede con los premios cuyas consecuencias a veces son mortales para quien los merece. Por eso hay autores que, sabiéndolo, huyen de jurados, ágapes y cumplidos que inflan como un globo nuestra vanidad.

No quiero hablar del intríngulis de premios y premiados, sino acaso traer unas ideas a propósito del antes mencionado poeta, finalista del máximo galardón que anualmente entregan el Instituto Cubano del Libro y el Ministerio de Cultura en reconocimiento a lo que suele llamarse –y aquí hago una nueva digresión: obra de toda una vida.

Mucho me he preguntado ¿qué es obra de toda una vida?, ¿cuándo se define?, ¿quién? Y estas interrogantes me llevan a otras todavía más complicadas: ¿la literatura escrita hoy en Cuba por personas jóvenes aún, quiero decir gente madura que está entre los cuarenta y los cincuenta –y ya es tarde pero también, los sesenta– no es buena literatura? ¿Existe entre ellos un libro que pueda definirse como su obra mayor?

Una vez propuse el tema, pero allí donde lo propuse quedó. Sin embargo ha seguido dándome vueltas y no sé por qué motivos. Posiblemente sea por el hecho simple de opinar, yo que no soy de tener sólidas opiniones. Lo cierto es que llegó diciembre, del año pasado, y con los rumores primero y luego el bullicio de un grupo de Facebook que clamaban con pancartas y pitos porque le fuera entregado el Premio Nacional, supe de la candidatura del coterráneo holguinero Delfín Prats.

Meses después me encontré a Delfín, con quien entablé amistad por una entrevista para La Gaceta de Cuba en 2007, y le pregunté: “Bueno, Delfín, qué hay con lo del premio”. Y él, con ese desinterés que manifiesta ante ciertos asuntos terrenales, me dijo sonriente: A mí me tiene sin cuidado. Y si no le pongo comillas es porque quizá la cita no fuera así y simplemente se le pareciera, detalle menor pues lo que importa no es lo que dijo o dejó de decir a un paso de las máquinas conectadas a Internet en la UNEAC de Holguín sino lo que representa la actitud del poeta.

Debo apuntar que junto al autor de versos impresionantes como el archiconocido de “Humanidad” –Hay un lugar llamado humanidad, un bosque húmedo después de la tormenta…-, ese hombre cansado a veces de que solo lo busquen por sus andanzas con Reinaldo Arenas, había otra poeta imponente, ligada generacionalmente con Prats: Lina de Feria. Y junto a los dos estaba el narrador Eduardo Heras León, triunfador sobre ambos, y quien creo se merecía la distinción, por sus cuentos sí y más por el titánico esfuerzo al frente del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, escuela por donde han pasado tantos escritores, tantos aspirantes a escritores; por donde han pasado tantos. Y si valiera decirlo, por lo buena persona, según mis breves intercambios con él.

Hubiera preferido (y no digo sinceramente porque todo lo que escribo lo escribo con sinceridad) que los dos hubieran ganado, Heras León y Prats, porque de muchas maneras se lo merecían a un tiempo; y quizá hasta debieron haber concedido en trío el premio –como las modas imponen–, de manera que hasta el pedestal ascendiera Lina de Feria. En definitiva exhibieron a un tiempo chichones parecidos luego de los golpes del quinquenio gris, en definitiva son generacionalmente exponentes de una misma época y padecieron dolores semejantes y pagaron con el silencio por otra manera de decir, aun cuando sus poéticas disten.

Recuerdo que en años anteriores grupos de escritores fueron galardonados solo por lo que ahora pareciera una causa lógica: envejecían al mismo tiempo y si los jurados hubieran dudado un instante en compartir habrían caído en la injusticia que la mala salud posibilita. Y aquí se me ocurre otra digresión, otra pregunta: ¿acaso ha habido un descenso en la calidad de la literatura cubana? ¿Acaso la esperanza de vida ha sido inversamente proporcional a la esperanza de la buena escritura? Me alegré cuando el premio le tocó a Padura. Al fin un hombre todavía joven, escritor en activo cuya obra se persigue y lee, ganaba el Premio Nacional.

Pero regreso al amigo Delfín y su aparente –quizá siempre sea aparente en todo escritor– desinterés por los premios. Recién lo he visto en la ciudad de ambos, cuyas calles permitieron una escena que recuerdo por metafórica: con un pomo de agua al hombro transitaba una mañana las calles de Holguín para abastecer el bebedero de los sedientos trabajadores de la editorial donde laboraba. Y mientras esto sucedía, un aprendiz de erudito desentrañaba poemas suyos en alguna biblioteca para trazarse acertijos que el mismo autor nunca podrá resolver.

Es el dilema de la creación: el caballo se revienta galopando hasta la meta aunque su jinete haya quedado en el camino o realice el menor esfuerzo por vencer. Y cuando vence no termina el peligro. Nunca falta la bandera esperándolo al pie de la meta. Nunca una salva mortal y rosa.

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