Mirta Yáñez: “Todo fundamentalismo es antiintelectual”

Foto: Cubanabooks

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Mirta Yáñez desea acabar con la furtividad de los recuerdos, sacarlos de sus escondrijos, como un personaje de su última novela Sangra por la herida. A veces parece que a la periodista, a la narradora, a la poetisa y a la pensadora le hace falta quemarlo todo para empezar de cero: una historia-ficción donde quepan Sandokan y Sandokana, por ejemplo.

Olviden por un momento los cuatro Premios de la Crítica. Olviden que a veces el cuento recuerda mucho al cuentista. Ya Mirta escribió su testamento literario: Sangra por la herida es la síntesis de su pasado y sus luchas actuales. Es un reloj de sol personal. Necesario para saber en qué hora de la vida se está, y contar cosas que solo el crepúsculo permite.

Mirta se mofa del igualitarismo sesentero, pero cree en la equidad. Defiende el equilibrio del lenguaje como si fuera su Bastilla en la revolución del género. Feminista es una cosa difícil de ser, y ser (quiera o no) uno de los rostros del feminismo en Cuba implica cierto exhibicionismo. Tal y como esa imagen de la libertad, gorro frigio y senos al aire, o la abanderada de la Egalité. Quizá por ello pocas asumen el riesgo de posar para la historia.

Al parecer a usted le agrada llevar la realidad al blanco y negro tal y como es, sin demasiado camuflaje. ¿De ahí su interés por el Testimonio?

Como dicen en las películas: define “camuflaje”. En realidad tenía y tengo interés por un periodismo que se ocupe de áreas y personas olvidadas, que revele verdades que todavía no se han puesto, como dices, en blanco y negro, y por sostener una postura de gratitud, de crítica y de curiosidad ante mi entorno. Por eso mis testimonios publicados sobre mis profesoras Rosario Novoa y Camila Henríquez Ureña, así como algunas entrevistas sueltas como a Ezequiel Vieta.

Pero mi primer impulso testimonial fue abortado por las intransigencias de aquellas épocas, era un libro sobre el Caballero de París, llegué a hacerle varias entrevistas, y todo quedó en una gaveta. Luego he tenido otras ideas, pero ya sin fuerzas para lo que un testimonio exige. Se me ha quedado pendiente un testimonio sobre el Lyceum.

No vamos a convertir la respuesta en una metatranca teórica, pero la confrontación entre realismo e idealidad es una de las esencias de la literatura. Una cosa es el método realista y otra la utilización de los hechos de la realidad. De una manera u otra, la ficción trasforma la realidad a través de la perspectiva, la imaginación y la experiencia del escritor. Siempre hay más máscaras, intervención de la subjetividad, y uno que otro “camuflaje”. Pero estoy de acuerdo contigo: aunque de tanto en tanto escribiera cuentos fantasiosos, me interesa más narrar las crónicas de la vida, tal como es.

Si en los años 60 y 70 el género Testimonio tuvo su boom, con un respaldo institucional impresionante, ahora languidece, las becas le dan la espalda, las convocatorias son cada vez menos… ¿Qué hacer? ¿Qué ocurrió?

La verdad es que cualquier cosa que diga puede resultar equívoca pues de hecho solo podría especular. Creo que, como se ha dicho, las circunstancias en esos años limitaron la ficción y promovieron un tipo de literatura épica donde el testimonio cobró fuerzas. No sé por qué languidece entre los autores porque los temas interesantes para testimoniar sobran. Se me ocurre que pudiera insistirse en esto y generar un Premio en la UPEC (Unión de Periodistas de Cuba) al mejor testimonio del año.

¿Qué significa ser una escritora feminista?

Esto genera muchas confusiones. No hace tanto en un programa informativo de la televisión una mujer mencionó despectivamente el hecho de ser feminista. Eso demuestra ignorancia. El feminismo histórico ha tenido muchas etapas. Pero en Cuba tuvo unos antecedentes formidables en muchas intelectuales cubanas del siglo pasado. Se trata de una postura que propugna la igualdad entre géneros. Todo lo demás es floritura. La esencia es esa: la igualdad de condiciones, de posibilidades. En el caso de la literatura se trata también de hacer una lectura de los textos desde una mirada de género. No exclusivista, naturalmente. Siempre recalco que todo fundamentalismo es antiintelectual, y que lo principal es el talento, escribir bien. Ser escritora feminista significa para mí el rescate del olvido de la obra de muchas escritoras silenciadas, tomar conciencia ante el hecho creativo, y en definitiva escribir como se piensa.

Estatuas de sal es una antología que privilegia un enfoque de género. ¿Qué obstáculos encontró su publicación?

Realmente, y hace ahora 20 años que preparamos Marilyn Bobes y yo esa antología, no recibimos grandes obstáculos. A algunos no les gustaba la idea, otros trataron de sabotearla, incluso intercalaron una broma de mal gusto en una de las fichas, como puede descubrir cualquiera que se tome la molestia de revisarlas con atención, pero tuvimos el apoyo de Abel Prieto, Presidente entonces de la UNEAC, y así el libro salió prácticamente sin demoras, y luego ha tenido como dos ediciones más.

Cuando se habla de usted, e incluso, cuando habla sobre sí misma genera una imagen acontextual. Es como si hubiese llegado a un mundo sin compañía; sin embargo, en su generación se dieron hitos para la cultura nacional, entre ellos la fundación del mítico Caimán Barbudo. ¿Cómo se relacionó con ese grupo u otros?

Si lees con atención la Convocatoria de los caimanes todos los firmantes eran hombres. Y a veces tenían posturas muy poco edificantes. Con los primeros caimanes no tuve ninguna relación. Además, nunca me han gustado las capillitas literarias. Pero sí que pertenezco a un grupo: a la Primera Graduación del Instituto Preuniversitario Especial “Raúl Cepero Bonilla”. También tenía unas amistades afines en la Escuela de Letras, y sostuve y sostengo buena amistad del mundo literario con quienes fueron mis profesores como César López, Ezequiel Vieta, Jaime Sarusky (fallecido), Juan Arcocha y sus amigos como José Triana, José Lorenzo Fuentes. En aquellos comienzos míos estos amigos no estaban bien vistos, y eso me trajo problemas. Pero nunca he renunciado a “ese grupo”.

¿En qué año y bajo qué pretexto fue removida del Consejo de redacción de la revista Universidad de La Habana?

Tiene que haber sido alrededor de 1975…1976…no recuerdo. Esos datos los dejaré cuando tenga que redactar mi “anticurriculum”. Pero ni siquiera me dieron un pretexto.

Es casi desconocido su interés por llegar a ser cineasta, por entrar al ICAIC. ¿Por qué no continuó en ese empeño?

Pues sí, aunque hice algunos intentos, fue imposible para mí (como para otras mujeres) penetrar el bloqueo sexista que imperaba en el ICAIC. Lo intenté varias veces y fracasé. Y no soy persona que se detiene en el fracaso, o guerreo o tomo otro camino. Y eso fue lo que hice, me dediqué a escribir, nadie me lo podía impedir.

Le propongo un ejercicio: volvamos a 1966. Camina La Habana luego de la universidad; en la casa, en los parques, en las guaguas atestadas la asaltan los versos y escribe, escribe, escribe; intercambia señas y sonrisas con alguien. Siente a ratos que París no es la ciudad del amor, sino esta…

Lo que me propones lo hice en mi novela Sangra por la herida, y de hecho en casi todo lo que escribo está muy vívida aquella época. Casi lo que me pides daría para un testimonio.

Te puedo decir que La Habana es la ciudad que amo, y sigo amando, y hago ese recorrido mentalmente todos los días con mis amigos y amores de entonces, desde mi cartuja de Cojímar.

Hablando de eso, su más reciente novela Sangra por la herida es un retrato de los años 60, muy íntimo, de las rutinas, la cotidianeidad de los jóvenes. ¿Qué extraña más de aquel tiempo, qué lanzaría al fondo del mar?

De aquel tiempo extraño la energía y la pasión con que vivíamos cada día.

Y no lo lanzaría al fondo del mar, porque ahí podría perpetuarse, digamos que quemaría en cenizas las persecuciones, las discriminaciones prejuiciosas, las depuraciones.

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