Ramón Fernández Larrea: si se llamara Raimundo

Ramón Fernández Larrea. Foto: Luis Leonel Leon

Ramón Fernández Larrea. Foto: Luis Leonel Leon

Nada o poco se ha hablado en la prensa nacional ni en la de otros países de la publicación y puesta en circulación en las librerías cubanas de la antología Si yo me llamara Raimundo del poeta Ramón Fernández Larrea, cubano residente en Miami.

Dentro de la tímida pero sistemática labor de edición del Instituto Cubano del Libro y otros sellos editoriales habaneros y de otras provincias, la publicación de este cuaderno, que se puede encontrar hace ya más de un año en la red comercial del país, es una muestra de cómo se va abriendo paso —aun con lentitud— el establecimiento de puentes literarios entre escritores de “fuera y dentro”, aun cuando para algunos puedan resultar “incómodos” por su manera poco complaciente de diseccionar realidades. Y esas realidades pueden ser las de Cuba o las del país donde residen. Los inconformes suelen ser difíciles de domesticar en cualquiera de los sitios en los que habitan o a los que se desplazan.

En este caso, considero muy atinado por parte de Ediciones Unión presentar a los lectores cubanos y especialmente a las más jóvenes generaciones la poesía de Fernández Larrea, esencial para comprender el tránsito entre un conversacionalismo que en la década de los ochenta ya parecía agotado y retórico y la rebelión tropológica que le sucedió después de esa fecha.

Como afirma Alex Fleites en la nota de contracubierta de este volumen, Ramón Fernández Larrea es una referencia obligada, un autor inagotable, un puente entre el conversacionalismo más descarnado y la pedrería metafórica que sobrevino después.

Poeta, guionista y humorista, Fernández Larrea es recordado en Cuba por los menos aficionados a la poesía como realizador del memorable espacio radial El programa de Ramón, pero su obra sobrepasa los alardes ingeniosos que desplegó en aquella empresa para mostrarnos a un autor siempre en rebeldía con la sintaxis y con la realidad que le tocó vivir, incómodo, alucinado y muchas veces rayando en la desmesura, pero siempre dueño de ese lenguaje que lo caracterizó desde su libro El pasado del cielo, que obtuviera el Premio Julián del Casal, en 1985, en su país de origen.

Esta antología titulada con acierto Si yo me llamara Raimundo (verso del poeta brasileño Drummond de Andrade (1902-1987) quien fuera un autor de culto en la época en que “Ramoncito” se inició en la literatura) incluye textos de siete libros en los que son notorias la apelación intertextual y ese excelente trabajo con la oralidad que nadie como él ha sabido asumir y armonizar.

El excelente prólogo de Víctor Fowler deja poco a los comentarios; pero como dice este: “Ahora, cuando los años pasaron, vemos que de los miembros de su promoción ninguno supo como Larrea manejar esta diversidad de elementos ni trabajar en las profundidades adonde él alcanzó, pero también ninguno dejó para las promociones que le han sucedido tal cantidad de preguntas”.

En Fernández Larrea hay una mordacidad que debería transformarlo en un poeta atractivo para los más jóvenes. Según Fowler “es su poesía la que mejor refleja, de modo balanceado, los principales rasgos de la generación de los ochenta: la vocación de actuar como conciencia crítica de la sociedad, haciendo de la figura del poeta un personaje incómodo cuyo territorio de acción es la ética”.

En la poesía de este autor el lector encontrará una rebelión contra la doble moral y el oportunismo, expresadas tanto en el contenido como en el lenguaje y, al decir de Alex Fleites “una oposición beligerante a todo orden establecido”.

Lo curioso es que esa cualidad agresiva recorre todas las muestras de los libros que recoge esta antología con sus simpáticos guiños al habla popular, que el poeta no perdió a pesar de su estancia en otros sitios como España, al punto de titular uno de sus libros Yo no bailo con Juana, extraído de un contagioso cha cha cha.

En mis indagaciones de cómo se han comportado las ventas de este imprescindible volumen, me sorprendió saber que su éxito no ha conseguido agotarlo en las librerías como pensé que sucedería cuando tuve el placer de presentarlo durante la Feria Internacional del Libro de Cuba en 2014.

Ello puede obedecer a la cada vez menor cantidad de lectores de poesía que existe no solo en Cuba sino en todo el mundo, a la falta de críticas y comentarios—mal que padecen la mayoría de los textos buenos y malos que se editan en la Isla—y también a cierta inclinación por una poesía menos “comprometida” y más desentendida con lo que le rodea que puede apreciarse en las poéticas de las más recientes promociones vernáculas.

Es una lástima que los lectores se pierdan a este poeta fundamental. Pero así marcha el mundo contemporáneo, repleto de audiovisuales y visitas a Facebook y poco dado a los goces de un pensamiento desacralizador.

De todos modos hay que agradecer a Ediciones Unión (la editorial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba) este toque de actualidad que nos permite seguir de cerca la trayectoria de una voz insoslayable para la poesía cubana de las últimas décadas y cuyos derroteros no conocíamos desde que Fernández Larrea decidió emigrar.

El Premio Nacional de Literatura de 2013 al narrador Leonardo Padura y el de 2014 a otra gran poeta, Reina María Rodríguez, junto a la edición el pasado año de esta antología, son prueba de que los autores más importantes de los ochenta comienzan a ser historia de nuestra literatura, pero historia que sigue transcurriendo aun cuando no parezca dejar demasiadas huellas en toda la poesía actual. ¿Olvidan a una generación que contribuyó con no pocos tropiezos a abrirles el camino?.

Saludemos pues esta iniciativa que atraviesa fronteras ideológicas y geográficas y nos permite tener en nuestras manos lo mejor de un poeta fundamental en la lírica cubana del siglo pasado y en el de este, sabiendo que si Ramón se llamase Raimundo no sería una rima pero tampoco una solución, para parafrasear a De Andrade.

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