En el video musical cubano El vuelo ganará sin discusión

Una de las singularidades de nuestro panorama audiovisual y musical consiste en la tremenda importancia cultural que algunos periodistas, críticos y público en general le confieren al video musical. Resultan considerables la cantidad y calidad de reflexiones culturológicas en torno a estas breves puestas en escena televisivas concebidas para promocionar una canción o un intérprete. Y si bien hay un grupo que ataca alzando los estandartes del buen gusto, la elevación y la necesidad de estimular la espiritualidad, y organizan cruzadas contra el sexismo, los lugares comunes y la chabacanería reinantes en el video musical cubano, hay otro grupo que sale en defensa de esos fragmentos musicales y audiovisuales en nombre de la identidad nacional, el rejuvenecimiento de la imagen televisiva, los aportes al amplísimo panorama de la música nuestra, y la oxigenación del contexto audiovisual que los videos musicales representan.

Cuando el 24 y el 25 de noviembre ocurran las galas de premiaciones de los Lucas —el galardón que se entrega todos los años, desde hace quince, a los mejores videos musicales cubanos— algunos de los principales reconocimientos seguramente le conferirán espaldarazo definitivo a la excepcionalidad estética de El vuelo del moscardón, dirigido por un grupo de jóvenes y consagrados diseñadores como Raupa, Mola y Nelson Ponce, quienes emprendieron virtuosa reinterpretación del pasado, en un tejido de citas múltiples consagrado a mostrar, entre decenas de referencias y significantes, la ejecución al piano del joven pianista cubano Aldo López-Gavilán.

Una de las estrategias representacionales más acertadas de Raupa, Mola y Nelson Ponce radicó en convertir al pianista en un personaje dramático de su propio video, en vez de mostrarlo cual mero ejecutante. Y así surgió la idea matriz de la obra: el joven se transforma en un pianista de aquellos que acompañaban las proyecciones de las breves películas silentes. Pero los directores no se conformaron con esta táctica para vencer la rigidez o el estatismo característicos de casi todos nuestros videos musicales de música instrumental, coral o de concierto. Una vez convertido Aldo en pianista acompañante de películas silentes, los directores muy bien pudieron seleccionar intencionadamente fragmentos de viejos filmes de Charles Chaplin y Buster Keaton, colocar tales clips en una pantalla al fondo, editarlos al mismo ritmo frenético con que vuelan las manos del pianista sobre el teclado, y hubiera quedado un buen video musical. Sin embargo, los realizadores decidieron un camino cien veces más difícil: inventaron y filmaron una película que se parece mucho, pero es muy distinta, a cientos de filmes silentes.

Es precisamente en esta película silente inventada por los realizadores donde se depositan varios siglos de tradición artístico-cultural. Me explico: el video muestra al pianista ejecutando el interludio escrito por Nikolai Rimsky-Korsakov para su ópera El cuento del Zar Saltán, compuesta entre 1899 y 1900, a partir del poema de Alexander Pushkin titulado El cuento del zar Saltán, de su hijo y el célebre y poderoso príncipe bogatir Gvidon Saltanovich y de la bella Princesa-cisne. A partir de la tradición oral rusa, pero con elementos incluso anteriores, que se conectan con el culto heroico y los personajes que se convierten mitológicamente en animales de la antigüedad greco-latina, Pushkin rescató para su poema narrativo romántico al héroe que se trasmuta en insecto; después Rimsky-Korsakov le puso música al zumbido y el vuelo; y unas cuantas décadas más tarde se reedita el tema del hombre convertido en insecto a través de un superhéroe radial norteamericano llamado El Avispón verde, que ejecutaba sus hazañas al son de la música galopante de Rimsky-Korsakov.

Tanto se identificaron personaje y música que la versión en serial televisivo y cinematográfico de El avispón verde también utilizaba la conocida melodía, mientras que la muy famosa historieta, aparecida simultáneamente, tenía que prescindir de ella por razones obvias pero contribuyó con creces a incentivar el halo fantástico del personaje. Más recientemente, ese maestro del reciclaje que es Quentin Tarantino le echó mano a la música para Kill Bill, y en 2011 ese otro gurú de la apropiación y la copia que es Michel Gondry realizó el filme colmado de imágenes generadas por computadoras The Green Hornet, que intentaba revalidar, al estilo de Spider Man y Batman, la vieja historia del superhéroe enmascarado que combate el delito.

El ingenio de los realizadores, tratando de captar el espíritu de la pieza musical, asimilaron referentes cinematográficos que integran y concentran siglos de narraciones y sucesos artísticos precedentes. Y así, un “sencillo” ejercicio de promoción (nunca hay que olvidar que se trata de un video musical que será visto en similares condiciones a los del reguetón, la música house o cualquier otro género) deviene recorrido por ciertos senderos de la historia del arte, respetuoso gesto de multiplicación cultural, desde una televisión (compleja, contemporánea, estetizada) capaz de integrar otras prácticas artísticas ya de por sí interdisciplinarias, como la ópera, el cine y los seriales. Porque, en este caso, la muy culterana, e incluso docta, adjudicación de los códigos primigenios del cine silente termina aportándole un necesario toque de “originalidad” al sobreexplotado mode d’emploi del clip cubano.

También es preciso reconocer que los realizadores jamás se detuvieron en la copia acrítica de una manera de contar y entretener, puesto que se trata de una obra autónoma pasada por la parodia y la ironía, y yo diría que hasta el choteo cariñoso de ingenuidades y excesos vinculados al cine producido en las primeras décadas del siglo XX. El vuelo del moscardón, de Raupa, Mola y Nelson Ponce contiene una especie de antología mínima de los efectos especiales típicos de aquellos cortometrajes de aventuras (doble exposición y truco por sustitución, iris, ventanillas “animadas”, celuloide pintado, maquetas, juegos de escala) y así pasan ante la cámara veloces alusiones a El gabinete del doctor Caligari, George Meliés, Metrópolis, decenas de enfrentamientos entre un villano y un héroe por una doncella en apuros, y el last minute rescue a lo Griffith. Todo ello ambientado por una dirección de arte (que firman los propios realizadores en tanto, supongo, les permitió explayar sus reconocidos talentos en el diseño) capaz de jugar con las vanguardias, el arte óptico o el más puro art noveau.

De modo que El vuelo del moscardón debe ser, espero que sea proclamado el mejor video del año. Y espero que esta vez los jurados sepan liberarse del prejuicio de “la escasa cubanidad” de la obra aludiendo a la ausencia de fiesta y pachanga, playa y solar, mulatería y bailoteo. En definitiva, también se cumple con la agenda que exalta lo nacional cuando nuestro arte se inserta en el mundo con propiedad, talento e inteligencia.

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