Meme Solís: la dicha de poder soñar y amar

Meme Solís.

Dice mi amigo el poeta Ricardo Riverón Rojas que toda veneración por el pasado, por lo retro, parte de la certeza de que todo pasado nos dejó mucho por extraerle cuando era hoy, y que lo que amamos en lo ido es precisamente lo que no fue, pese a que pudo ser. Estos sentimientos me colman y se me enredan entre las lianas de la nostalgia, en esta mañana demoledoramente lenta de domingo aquí en provincia. En la distancia la memoria me golpea y me devuelve un recuerdo sonoro: la voz de Meme Solís.

Regreso entonces a la infancia y a los viajes semanales desde la finca familiar en los hermosos campos de San Gil hasta la ciudad de Santa Clara. Estoy de nuevo en otra mañana de hace no sé cuántos años ya, frente al colonial edificio de la estación de ferrocarril de Santa Clara. Entre el chisporroteo de los puestos de frita y papas rellenas oigo al anciano que propone aquellos libritos con canciones, costumbre musical del cubano ya desaparecida:

— ¡Compre a Meme Solís, lléveselo para su casa!

Apuro mis monedas, las que siempre llevaba para sentirme hombre y tengo rápido entre mis manos el folletico desde donde me saluda el rostro amable de Meme, rodeado de otros tres, con quienes armonizaba magistralmente el espectro musical y revolucionaba las preferencias de los cubanos.

En aquel cancionero aprendí las primeras composiciones del compositor villareño y nacería para siempre mi adoración por el ídolo.

Pero un mal día la voz y el nombre de Meme desaparecieron de la televisión, de las emisoras de radio, de las revistas y de todas las publicaciones. Luego se supo —por ese sistema soterrado de información que se crean los pueblos— que estaba prohibido, se le condenaba al peor castigo para un creador: el silencio.

Vinieron entonces los comentarios furtivos y las escuchas a escondidas; Meme cantaba bajito como en los días de la Radio Rebelde clandestina. Se citaba junto a Celia Cruz, Los Beatles, José Feliciano, algo de bossa nova, jazz y otras músicas consideradas “nocivas” para el  homocubensis que se trataba de fabricar.

Y pasó el tiempo, y pasó, y llegaron los días de la adolescencia y aquel espacio ahora descarnadamente reconocido como quinquenio gris. Bajo otros embullos y proposiciones espirituales, Meme se fue olvidando, hasta que ya casi alcanzando los años 80 reapareció de improviso, haciéndonos desempolvar apenados recuerdos.

El mismo Meme de siempre, jovial, como disculpándose de una ligera demora, «sin un reproche». Pero todo fue fugaz. Como quien regresa de un permiso de fin de semana, volvió a perderse. Esta vez sí supe cuál era su “pecado” (ya conocía suficiente historia).

Pero el silencio ya no pudo ser tanto. Por encima del mar, Meme siguió enviando sus señales hasta el corazón de la Isla, haciendo un lugar entre penas y olvidos, y un coro cantaba, siempre muy bajito: “Siento, cuando tú te me acercas, que comienza la vida, en otro amanecer”.

Sigue diciendo Riverón que si le dieran a escoger, viviría de nuevo (y de otro modo), aquellos años, con John, Paul, Ringo y George, con Benny Moré y Luisa María Guell, Gina León y Los Cinco Latinos. Y yo te citaría también a ti, Meme, para que presidieras la descarga.

Perdona este destilar que te mando a Miami, pero aquí en Santa Clara las mañanas de domingo son demoledoramente lentas, y nos vamos arrimando a ese rinconcito llamado nostalgia.

 

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